El patriarca de los Ta'amireh, una tribu beduina seminómada asentada en la zona noroccidental del Mar Muerto, a pocos kilómetros de Jerusalén, y cuyos integrantes llevaban siglos deambulando por los desiertos de Judea y del Negev, reunió en su tienda en una noche de verano de 1946 a los más jóvenes del clan y les encargó llevar a las cabras al día siguiente a la región sur, donde había pozos con agua. Los tres elegidos fueron Jum'a, su hijo mayor, el primo de este, apodado El-Dhib, el lobo salvaje, y Jalil Musa, un huérfano de quince años, el mayor de todos.
Partieron antes del amanecer, hacia la carretera que une Jericó con el oasis de Ein Gedi, cerca de Masada. El lugar elegido para abrevar al rebaño fue un desierto rocoso, la mayor zona montañosa del mundo bajo el nivel del mar. Cuando las cabras se entretenían en busca de algún hierbajo, los tres jóvenes escucharon el ruido de un resbalón entre las piedras y un agudo gemido. Uno de los animales se había precipitado en una de las pequeñas cuevas que poblaban el lugar. Tras identificar su paradero lanzando piedras y elaborar una cuerda improvisada con varios trozos de tela anudados entre sí, El-Dhib, el más pequeño y ligero, fue el elegido para descender a su interior.
Después de sentir el roce de la cabra y agacharse para tomarla, tocó algo frío, duro y liso: un trozo de cerámica. Al seguir moviendo la mano, sintió un material diferente, cuero. Eran dos fragmentos que se metió en el bolsillo del pantalón. Al llegar al campamento se los mostró al patriarca de la tribu, Jum'a Mohammed. Entonces nadie lo sabía, pero así, por el resbalón de una cabra negra, comenzó la fascinante historia del descubrimiento de los rollos o manuscritos del Mar Muerto.
Más de novecientos manuscritos, fragmentados en miles de trozos de pariros y pergaminos, se han hallado desde entonces en las cuevas de Qumrán. Son unos documentos escritos en hebreo, arameo y griego entre los siglos III a.C. y I d.C. que revolucionaron la arqueología bíblica. En ellos se conservaban todos los libros de la Biblia hebrea en sus versiones más antiguas y una gran colección de comentarios a la literatura sagrada de los judíos o sobre el contexto social, político y religioso que se vivía en Jerusalén durante la época del Segundo Templo, en plena dominación romana y en el marco de los orígenes del cristianismo.
Este episodio, plagado de relatos legendarios, beduinos con premura por enriquecerse, sacerdotes ortodoxos reconvertidos en comerciantes de antigüedades sin escrúpulos, investigadores eruditos, arqueólogos de prestigio y políticos dispuestos a usar el patrimonio histórico como arma identitaria, revive en las cautivadoras páginas de Los manuscritos del Mar Muerto (Arzalia), de Jaime Vázquez Allegue. El biblista, teólogo y estudioso durante más de un cuarto de siglo de estos rollos, presenta, dice, la primera narración de la historia del descubrimiento. Pero no lo hace de una forma académica, sino mediante un ensayo literario muy documentado, casi una novela histórica con el pulso de un thriller.
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El autor, además, une la aparición de los textos antiguos con la creación del Estado de Israel, proclamado solo unos meses más tarde, el 14 de mayo de 1948. Los rollos, asegura, se convirtieron en "uno de los documentos arqueológicos más políticos del mundo": constituían el mejor testimonio para que los judíos demostrasen al mundo, y sobre todo a los palestinos y a los países árabes, que reclamar aquella tierra era, en realidad, la recuperación de su tierra, el paraíso prometido a Moisés y a los hebreos que habían huido de Egipto.
"Para los judíos era la mayor fuente literaria sobre su historia, su cultura y sus tradiciones. Para los cristianos, la referencia documental al contexto en el que vivió Jesús de Nazaret", explica el Vázquez Allegue. "Para los arqueólogos, el gran descubrimiento del siglo. Para los historiadores, la crónica del cambio de era en una de las provincias más importantes del Imperio romano. Para los sociólogos y antropólogos, el resultado de la unión cultural del judaísmo clásico, del helenismo y del mundo romano. Para los teólogos, los orígenes de la reflexión sobre las fuentes de la apocalíptica judía y de la escatología cristiana".
La obra del investigador, de hecho, va compaginando los acontecimientos históricos y políticos del momento, desde el atentado sobre el hotel King David, el 22 de julio de 1946, perpetrado por judíos y árabes con el objetivo de acelerar el final del Protectorado británico en la región y saldado con un centenar de muertos y cincuenta heridos, con la peripecia de la aparición y los negocios que rodearon a los manuscritos.
Tesoros del templo
El dramatis personae es de una heterogeneidad extraordinaria: el primer contacto de Jum'a Mohammed —recuperó más documentos antiguos en varias expediciones en secreto a la cueva de Qumrán— para tratar de descifrar el valor de los rollos fue Kando, uno de los mejores zapateros de Belén y experto en diferentes tipos de cuero; luego aparece en escena el arzobispo Athanasius Yeshua Samuel, director del monasterio ortodoxo de San Marcos de la Ciudad Santa, quien acertó con su cronología y compró cuatro de los primeros siete rollos hallados por los beduinos —en 1954, cuando se certificó su relevancia científica, los puso a la venta a través de un anuncio en The Wall Street Journal—.
Los otros tres manuscritos fueron adquiridos en un primer momento por Faidi Salahi, una armenio que llevaba toda la vida dedicado al comercio de antigüedades en el mercado negro —según la leyenda, había logrado apropiarse de algunas piedras preciosas que rodeaban la momia de Tutankamón—.
Da la casualidad que esos primeros siete rollos hallados en la cueva 1 de Qumrán son los mejor conservados. Contenían una versión completa de la Regla de la Comunidad, es decir, la última versión del texto legal que regía las normas de vida, los rituales y la estructura jerarquizada del grupo hebreo; o un apócrifo del Génesis, el primer libro de la Biblia. Los otros documentos son el comentario al libro del profeta Habacuc, uno de los más misteriosos de todos, el Rollo del Templo, la Regla de la Guerra, el Rollo de Acción de Gracias, y el Gran Rollo de Isaías.
En los años siguientes, hasta 1956, los arqueólogos recogieron el testigo de los beduinos e identificaron más cuevas con otros textos antiguos en su interior. Uno de los que más ha dado que hablar es el Rollo de Cobre, inscrito sobre este metal y que contenía una descripción de los lugares en donde se habían escondido los tesoros del Templo de Jerusalén antes de ser arrasado por los romanos en 70 d.C. Hasta el momento, todas las búsquedas han resultado infructuosas. Pero la historia de los manuscritos del Mar Muerto sigue escribiéndose: en marzo de 2021, los investigadores de la Autoridad de Antigüedades de Israel descubrieron, por primera vez en más de seis décadas, nuevos fragmentos de estos pergaminos bíblicos a los que todavía les quedan secretos por revelar.