Letras

Todo está hecho por espejos

Guillermo Cabrera Infante

28 noviembre, 1999 01:00

Alfaguara. Madrid, 1999. 248 páginas, 2.450 pesetas

Con este Cabrera Infante cuentista tenemos a un narrador versátil, satírico a veces y siempre ameno, sin detrimento de una hondura emocional que equilibra su desgarrada comicidad

Las novelas de Guillermo Cabrera Infante, aunque guarden el debido respeto a un núcleo central, obedecen a una ideación acumulativa o disgresiva. Hay en ellas pasajes que tienen casi vida independiente del organismo que las acoge. Esta observación viene a propósito de señalar el gusto por las formas breves del relato latente en toda la prosa imaginativa del cubano. Su labor como cuentista andaba dispersa y algo marginada y la encontramos ahora junta en Todo está hecho con espejos.

Lástima que no se detalle en cada una de las piezas recopiladas, escritas entre 1952 y 1992 y retocadas en 1998, ni la fecha ni el lugar iniciales de aparición. Si ello se hubiera hecho tendríamos la oportunidad de situarlas a la vez en el horizonte de su primera salida y de la evolución del escritor. A falta de este detalle enriquecedor, la cuentística de GCI vista desde la perspectiva de estos Cuentos casi completos pivota sobre un doble anclaje: unidad y variedad.

Los diecisiete relatos del libro se vinculan entre sí por la presencia constante de una voz narrativa en primera persona, por su común espacio cubano y habanero (salvo en un caso, que tiene Londres por escenario), por su ejercicio del humor y por la creativa manipulación del lenguaje. Otros datos de carácter ideológico sirven también como nexo de unión: el antisocialismo y la denuncia de los efectos negativos en lo económico y en el ejercicio de la libertad de un sistema político opresivo. En fin, reiteradas alusiones o noticias relativas a la persona del autor (que no debe identificarse siempre con el yo narrador) dan a todo el libro un tono autobiográfico uniformador.

La suma de estos detalles produce un efecto peculiar que tiene que ver con una característica de ciertos escritores que ha definido muy bien José Saramago a propósito de su obra. Se trata de una proximidad entre autor y lector cuya consecuencia consiste en que éste lee a aquel por encima del propio texto. También en el caso de GCI predomina el escritor sobre las historias concretas que cuenta. O, en buena medida, las anécdotas funcionan como variantes de la personalidad global del autor constituida por unos cuantos rasgos: ideas polémicas y contundentes, desenfado anecdótico y expresivo, y jugueteo verbal.

Ese magma homogeneizador no está reñido con una sustancial variedad. La tenemos, en primer lugar, en los asuntos. Lo mismo hallamos la creación de un fascinante tipo humano que intensas historias de amor (de una tortuga o de una chica manca). Los enfoques oscilan de la emotividad, la ternura, la piedad o la sátira hasta la pura denuncia, y en ellos cabe también el perspectivismo de una misma peripecia narrada en dos versiones contradictorias. Las formas pasan del cuento canónico con arranque inquietante o desenlace sorprendente al puro reportaje de un suceso. También el tratamiento resulta múltiple. No falta la afición del autor por toda clase de juegos lingöísticos, nunca, de cualquier manera, tan extremada como en otras páginas suyas. Pero también utiliza un estilo directo y, sobre todo, recrea en varios casos el peculiar flujo de la narración oral mediante una portentosa expresividad basada en la lengua coloquial en su modalidad cubana.

Variado, en fin, es el irregular grado de acierto de los cuentos. Uno de ellos desmerece del reto de creatividad exigible a todo escritor personal ("Madre no hay más que una" repite ese macabro chiste archisabido del que ingiere por error las cenizas de un pariente). Algún otro apenas tiene más mérito que el ingenio ("Listas"). Pero al lado, varios deslumbran por su inventiva verbal (los hechos a base de monólogos coloquiales) o por su intensidad sentimental ("La voz de la tortuga", "Josefina"). Y alguno alcanza esa cima de la pieza magistral. Véase, si no, la sabia mezcla de ritmo, ideas y emociones en "Delito por bailar el chachachá". Con este GCI cuentista tenemos a un narrador versátil, mago de la palabra, satírico a veces y siempre ameno, sin detrimento de una hondura emocional y de un poso de amargura y tristeza que equilibran su frecuente y desgarrada comicidad.