Letras

La compañía de los solitarios

Juan Bonilla

19 diciembre, 1999 01:00

Pre-Textos. Valencia, 1999. 292 páginas, 2.500 pesetas

Estos cuentos divierten a la vez que dan que pensar. Trabados en una red de variaciones, forman un conjunto narrativo sólido y excelente, con notables dosis de imaginación e ingenio

Entre los escritores españoles de la última oleada, Juan Bonilla merece una particular atención. Ya ha demostrado, en plena juventud, su cualidad de autor versátil, al que tientan géneros de raíces casi opuestas como la poesía, el artículo de prensa o el ensayo breve. Algo de cada una de estas tres formas y de sus respectivos estímulos sustenta la otra vertiente de su literatura, la narrativa, dentro de la que se interesa tanto por la novela como por el relato. Intuiciones líricas, atención a lo noticioso o, si se quiere, a lo actual, y voluntad analítica se compaginan en las narraciones de este polifacético andaluz.

Estos rasgos confluyen en los nueve relatos recogidos en libro bajo el título de uno de ellos, La Compañía de los Solitarios. Las piezas reunidas responden a una concepción formal unitaria y singular. No son ni lo que se entiende por cuento ni tampoco por novela corta, pues se extienden más de lo que aquella forma pide y no llegan a la concentración que exige la otra. Son narraciones que inventan una historia, la detallan un poco (no mucho, salvo en la que cierra el tomo, El mejor escritor de su generación, casi una novela breve) y se disparan hacia un final revelador de la realidad.

También dan unidad al volumen los motivos literarios reiterados, que abarcan desde la impotencia de alguien frente a la escritura o las vicisitudes de un narrador hasta la crítica literaria.

Bonilla dispone, pues, un libro muy homogéneo en su temática, al margen del rutinario hábito de juntar relatos dispersos. Sólo hay un texto fuera de esa línea central, "El paracaidista", que me parece un añadido inconveniente porque rompe, sin razones de peso, el interesante juego que se establece en el conjunto de las páginas: una visión del mundo desde la experiencia de la escritura que desemboca en una contemplación desencantada de la vida.

Este viene a ser, por tanto, el hilván de La Compañía de los Solitarios: desarrolla diversas peripecias de corte literario para llegar a descubrir a través de ellas el magma sobre el que bascula toda la existencia.
Este ámbito de preocupaciones resulta un tanto unilateral y por ello de una monotonía un poco cansina. Aparte algún exceso culturalista, tributo pagado a la moda, se cargan mucho las tintas en una apreciación algo sacralizada del oficio de escritor. Ello lleva a introducir pequeñas cuestiones propias del limitado mundillo literario: referencias del autor a sí mismo y a obras suyas anteriores, menciones frecuentes a otros escritores, guiños a un lector cómplice de tales minucias y apuntes o denuncias tocantes a problemas creativos sin ninguna trascendencia general.

Aunque no deje de ser este camino metaliterario una vía de conocimiento como otra cualquiera, tendría Juan Bonilla que independizarse un poco más de esos asuntos al fin y al cabo endogámicos, más pensados para la grey de los creadores, críticos y profesores que para el común de los mortales.

El aludido fondo de las peripecias contadas por el autor de Nadie conoce a nadie consiste en una mezcla de desamor, soledad y fracaso, variantes, en suma, tal como desfilan por los relatos, del sentimiento general más amplio de frustración. Alguna vez anterior el autor ha llevado su mirada crítica a terrenos trascendentes, pero estos cuentos prefieren una nota más sencilla, una ironía inteligente y aguda. Esta veta, habitual en otros escritos de Juan Bonilla, produce en los presentes relatos afectos muy positivos y acertados. El estilo, de frase elaborada pero corta y de léxico natural (salvo algún término suelto empingorotado), comunica con ritmo ágil unas historias referidas con dotes de buen narrador. La denuncia, aunque controlada, y más escéptica que hiriente, resulta no poco destructiva.

Estos cuentos de Bonilla divierten a la vez que dan que pensar. Trabados en una red de variaciones, forman un conjunto narrativo sólido y excelente, con notables dosis de imaginación e ingenio. Además, la hondura de las anécdotas se presenta en primera instancia bajo el velo de una amenidad subyugante, hija de un intencionado propósito de contar historias gustosas.