Letras

La escena, la calle y las nubes

Fernando Fernán-Gómez

23 enero, 2000 01:00

Espasa Calpe. Madrid, 1999. 214 páginas, 2.500 pesetas

Hace muy poco publicó Fernán-Gómez una novela breve, Oro y hambre (Muchnik Ed.), que recuerdo aquí por un doble motivo. Porque no merece haber pasado tan desapercibida y porque en ella el autor condensa su manera de concebir el oficio de narrador. Se trata de un relato picaresco con todos los rasgos del género (autobiografía, penalidades y deseos de cambiar de clase) pero cuyo inesperado final se abre a una dimensión novedosa. El hermano Blas, el fraile de quien recibe la sopa boba el pícaro Lucas Maraña, hurta a éste sus ropas pordioseras y se lanza con ellas al mundo.

Ese desenlace se alcanza con una buscada simplicidad en la forma y convierte una historia que parecía tópica en una sugestiva insinuación sobre la quimera de la libertad. Lo importante de la literatura -parecen decir estas y otras muchas páginas de Fernán-Gómez- no es su construcción llamativa, sino que comunique algún sentido del mundo. Esas mismas notas inspiran los veinticinco relatos recogidos en La escena, la calle y las nubes: casi todos refieren anécdotas sencillas encarnadas en gentes más o menos comunes (salvo un Pulgarcito en versión libre y una rosa protagonista de la fábula final) y se construyen mediante procedimientos realistas tradicionales, aderezados en algún caso con el auxilio del monólogo mental o con diálogos dramatizadores.

Nada hay llamativo en cuanto a la técnica, pero todo resulta muy eficaz para crear, engarzadas las historias, un cuadro contemporáneo de aspiraciones humanas intemporales. El amor, la fidelidad, el engaño, el trabajo, las ilusiones, la bondad, el espejismo panglossiano, lo real y lo imaginado, el miedo... se traman en unas peripecias cordiales, con su punta de ironía y grandes dosis de tristeza. Tales asuntos aparecen en los tres bloques en que se divide el libro y cuyos respectivos motivos recoge el título. Primero vienen diez relatos asociados por su vinculación con la escena. Hay algo de homenaje y mucho de sentida proximidad al entorno de los cómicos, a sus fantasías y claudicaciones, y el cuento inicial, que trata de un joven confundido por las mentiras verdaderas del teatro, anuncia lo que será la espina dorsal de la obra, la escurridiza frontera entre realidad y apariencia.

El motivo teatral solo vuelve a aparecer en un par de piezas aisladas de las dos partes restantes del conjunto (La calle y las nubes), por las cuales desfilan personajes de variadas ocupaciones. Los últimos se caracterizan por fallarles el asidero en la realidad cotidiana y por verse envueltos en episodios con toques de fantasía.

Frente a estas diferencias no grandes entre las tres partes, notables relaciones dan un carácter bastante unitario al volumen. Por un lado, se percibe una cercanía de muchos relatos al propio autor debida a datos que tienen el aire de experiencias personales y al uso preferente de la primera persona narrativa. No se trata de autobiografismo directo, sino de un evitar al narrador distanciado y frío, y preferir una voz que resuena con vivencias sentidas. Por otro lado, se prima un marco espacio-temporal acotado por un ámbito urbano madrileño, chamberilero, y por una época algo anterior y posterior a la guerra, conocidos de primera mano o rescatados con la fuerza de la emoción.

Con estos rasgos, resulta difícil no sentir la proximidad de lo relatado del personaje popular que lo escribe. Y no relacionar todo ello con el clima emocional que inspira los cuentos. Hay en ellos crítica entre suave y ácida, pero sobre todo piedad, o quizá solidaridad, y una mirada comprensiva del escritor sobre sus criaturas.

Fernán-Gómez prefiere a las pobres gentes, los desvalidos, derrotados o fracasados. No habla de triunfadores: sólo de soñadores o engañados. Esta predilección se refuerza con el regreso melancólico a la infancia y, sobre todo, con las varias veces que aborda la incertidumbre barroca -tan teatral- de los límites entre verdad y mentira, vida y representación, sueño y vigilia. El libro se salda con una visión elegíaca de la precaria existencia muy emotiva y cálida, tierna pero no ternurista.