Image: El poeta Juan Luis Panero publica “Sin rumbo fijo”, último premio comillas

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Letras

El poeta Juan Luis Panero publica “Sin rumbo fijo”, último premio comillas

“En mis memorias no caben los miserables”

5 marzo, 2000 01:00

"Sólo son tuyas -de verdad- la memoria y la muerte". Desde la certeza de sus versos, Juan Luis Panero se ha propuesto recordarlo todo. A su padre, Leopoldo Panero, poeta franquista borracho y violento. A su madre, "que perdió todos los trenes". A sus hermanos, ajenos y malditos. De uno de ellos, Leopoldo María, escribe, con ese humor tan negro que tiñe su conversación, que pasó un verano en el Mediterráneo, 40 grados a la sombra, leyendo las obras completas de Lenin. "Y así se quedó". Sólo son detalles de uno de los libros más esperados, Sin rumbo fijo, las memorias dialogadas con las que Panero obtuvo el último premio Comillas. EL CULTURAL ofrece, junto a esta entrevista, algunos de los episodios más significativos del libro, que aparece la próxima semana inaugurando la nueva colección de biografía de Tusquets, Tiempo de memoria.

Dice Juan Luis Panero, con el sutil sarcasmo que se gasta, que publica sus memorias sólo para "que no me hagan ya más entrevistas". Evidentemente, no lo ha conseguido.

-Comenta al principio del libro, en su "Aviso al lector", que no tenía intención de escribir sus memorias porque su poesía es marcadamente autobiográfica. ¿Por qué cambió de opinión y qué papel ha desempeñado en todo el proyecto Fernando Valls?
-Hace unos dos años, Valls me propuso grabar unas conversaciones sobre literatura, pero pronto fue inevitable que la vida apareciera, porque, si no, iban a parecer unas conversaciones de café, como de sobremesa. Comencé a reescribirlas, tres o cuatro veces, para darle una entidad literaria. Los miembros del jurado van a descubrir que he añadido nuevos episodios, cambiado otros.... Sólo paré en noviembre, cuando murió Amalia Rodrigues y me dí cuenta de que no podía seguir sumando historias... En cuanto a lo autobiográfico de mi poesía es cierto, lo comprendí mientras corregía las pruebas de mi Poesía Completa, y quizá por eso me daba pereza escribir unas memorias, pero quienes ya las han leído me dicen que pueden llenar lagunas y ofrecer claves vitales.

-Según Valls, logró convencerle cuando supo que se le había reproducido un cáncer del que le habían operado en el 95. Fue a visitarle y le encontró escribiendo a su esposa las cartas de agradecimiento por los pésames. Y se reía imaginando a Gimferrer tomando notas para escribir su necrológica.
-Je, je, je, era una broma. La verdad es que no he leído aún el epílogo de Fernando, porque no me han mandado el libro ni las cubiertas. Pero sí es verdad que escribí esas cartas, imitando lo que hacía un personaje de una novela de Claudio Magris, Microcosmos, que intenta ahorrarle trabajo a su futura viuda.

-Muchos pensaron que su último libro de poesía, Enigmas y despedidas, era eso, su despedida como escritor. Parece obstinarse en llevar la contraria.
-Fue un malentendido. La equivocación con ese libro nace de que casi estaba terminado cuando publiqué mi Poesía completa en 1997, pero entendí que incluir allí un libro inédito era sepultarlo en la nada, y preferí esperar dos años más. Lo cierto es que mi obra es más intensa que extensa, sólo siete libros de poemas y uno de prosas.

Verdad en bruto
-Escribe en estas memorias que cuando la verdad nos la colocan en bruto es insoportable, que nadie cuenta toda la verdad... Sé que no va a explicar aquí lo que ha callado, pero tal vez sí por qué lo ha hecho.
-Este libro tenía otro título que no pude utilizar porque se me adelantó Francisco Ayala, Recuerdos y olvidos. El mío también está plagado de unos y otros. He procurado dar una visión lo más brillante posible de lo vivido, sin dar cabida a los miserables. Recuerde la anécdota de Gide. Cuando le preguntó a Malraux que por qué en sus memorias no había idiotas, éste le respondió: "Porque bastantes hay en la calle". Pues eso, en las calles y en la vida hay demasiados imbéciles, demasiados impresentables. Prefiero recordar lo grato. Esos, los miserables, ya cumplieron su labor. Y al final, con la perspectiva del tiempo, queda lo importante, que es la poesía, y algunas músicas, el cine, los amigos, algunos amores. Por ejemplo, en mi libro no hay escenas amorosas, porque, si no, me hubiese presentado al Sonrisa Vertical. Tampoco ajustes de cuentas con amantes pasadas. Y los idiotas... bastantes horas de mi vida ocuparon como para apoderarse de mi escritura.

-El título del libro pertenece al poema "Lo fatal", de Darío.
-Sí. Lo escogí porque en la tercera lectura me dí cuenta de que así había sido mi vida, Sin rumbo fijo. Por ejemplo, me fui a Colombia por tres meses y acabé viviendo allí tres años. Y así todo. Por otra parte, el título es homenaje a uno de mis poetas favoritos, Rubén.

El primer recuerdo real
-La primera parte, "Infancia en negro", recoge su primer recuerdo real: "el avión, cierta luz y mi abuela llorando". Viajaba a Londres, marzo del 46, ciudad asociada con recuerdos fundamentales, como el primer cine o la primera historia amorosa.
-Sí, Londres es la primera ciudad grande que conocí, la primera ilusión, la primera cita sentimental. Allí descubrí el mar. Además, mis hermanos no habían nacido, así que pude vivir Londres muy bien porque lo viví solo. Luego, cuando volví en 1966, escribí allí el mejor poema de mi primer libro. Londres me ha marcado más que Madrid.

-Y conoció a Cernuda, del que dice que cambió su vida y no sólo por su poesía.
-Desde luego. Era amigo de mis padres. Cuando le conocí yo era un niño y aquel señor tan amable me escuchaba y se reía conmigo. Luego me fue, como Camus, muy significativo, decisivo, esencial, porque ambos demostraban con su vida que era posible elegir una nueva opción que nada tenía que ver ni con ser franquista ni con ser comunista. Es decir, que no era necesario elegir a Franco o Stalin, que había un camino diferente. Sin ellos, sin Cernuda y sin Camus, no se puede explicar mi relación con la literatura ni mi visión del mundo.

-Sus primeros versos estuvieron dedicados a Manolete. Es un conocido amante de la Fiesta, y lo fue cuando en algunos círculos intelectuales estaba mal visto, pero ha escrito muy poco de ella.
-Sí, porque es muy difícil tanto en prosa como en verso hacerlo con una visión no taurina sino literaria. En cuanto a los toros, desde que se retiró Antoñete, el último de los grandes de mi época, ya no tengo humor. Además, estoy tan lejos, aquí en Torroella de Montgrí, de todo eso. Es curioso, la primera persona con quien pude hablar de toros fue Paco Brines. Lo mismo pasaba con la música, con el tango o el fado, estaban mal vistos. De tango hablaba con Gil de Biedma, pero a él le gustaba también la copla, y a mí no.

-Fue un niño y un adolescente solitario. Escribe, por ejemplo, que su mayor diversión infantil era contarse cuentos.
-Sí, era inevitable por la diferencia de edad con mis hermanos, diez y seis años. Mi vida era casi de hijo único. Luego, de los doce a los quince estuve interno en el Alfonso XII de El Escorial, y después, hasta los veintiuno, viví con mi abuela materna, nieto único.

-¿Por eso sus hermanos aparecen tan poco en el libro? ¿Qué relación tiene hoy con ellos?
-Ninguna. Creo que Leopoldo María está en el manicomio de Las Palmas y no sé nada de él. No me manda sus libros desde hace muchísimo tiempo. Yo tampoco. Cuando vivía mi madre teníamos los tres una mínima relación pero no tengo nada que decirles. Esto de la familia es así, no se elige... hay mucha gente más cercana a mí que ellos.

-El retrato de su padre es terrible. Por ejemplo, cuando descubrió que usted estaba comprometido en la lucha antifranquista.
-Sí, fue delirante. Soledad Ortega Spottorno, madre de un compañero de Partido, llamó a mi padre para decírselo y él me echó de casa. De una casa en la que no vivía desde los doce años, y tenía veinte. Nuestra relación siempre fue tormentosa, pero nunca sabré qué hubiese pasado si no hubiese muerto tan pronto...

-Quizá que su madre sufriese, porque escribe de ella "que no existió hasta que murió mi padre". También dice de ella que era un "delicioso desastre"...
-Es lo que me parece, que llegó tarde a todas partes, que perdió todos los trenes. Lo que la hizo polvo fue la guerra civil. Era una chica guapa que pasó cuatro años encerrada en Madrid, viendo el horror de los bombardeos. Además, su hermano, que era su confidente, su amigo, murió en la Batalla del Ebro. Luego se casó con mi padre y sólo cuando él murió pudo resucitar, muchos años después.

-Menos mal que pudo contar con su abuela.
-Sí, ella era una loca del cine y del teatro, y me contagió su pasión. Por ejemplo, me pagaba para que fuésemos a ver una y otra vez Lo que el viento se llevó. Al final de su vida estaba casi ciega, con cataratas que no se podían operar, y me hacía leerle en voz alta las obras de Shakespeare. Viví con ella en Madrid, en la calle Ibiza, hasta que murió. Cuando murió se acabó la universidad, el partido y una manera de vivir.

-Ahora que menciona el cine, ¿qué le parece Buñuel?
-Me aburre mucho. Una vez le escribí una carta a Vicente Aleixandre para contarle que había ido a Londres para ver una película de Buñuel con una amiga griega que estaba entusiasmada. Yo no. Nunca ha sido mi director de cabecera, como Max Ophuls, del que escribí en las páginas del viejo ABC Literario.
Rosales, Paz, Rulfo, Gómez Valderrama, Mutis, Barral, Vinyoli, Eliot, Gimferrer, Gastón Baquero, Scott Fitzgerald y Borges y tantos otros pasean por las páginas de este Sin rumbo fijo en el que el viejo poeta habla de sus ciudades y de lo que representan. De cómo nunca ha querido volver a Venecia, que le deslumbró siendo adolescente, porque se prometió no hacerlo hasta ir "con la mujer más maravillosa del mundo". De Nueva York, México y Colombia. De Roma y Astorga, la vieja casa familiar a la que los hermanos tuvieron que renunciar tras el escándalo de la película El desencanto, de Jaime Chávarri, que desnudaba el pasado familiar. De sus trabajos y sus días.

-Ahora, escribe, lee hasta muy tarde, 3 de la mañana, "horas más íntimas, en las que además de leer, pienso, recuerdo, y recibo visita de mis queridos fantasmas personales".
-Vienen fantasmas literarios, como Darío, y personales, la gente que he conocido, como Borges, Valderrama, Paz... Hace poco estuve con su viuda, con Marie-Jose y le conté que yo sigo discutiendo mucho con Octavio. Me pregunto qué dirá de esto, de lo otro. Se trata de que no desaparezcan del todo, porque la gente que ha sido importante en tu vida no se desvanece hasta que mueres.

-¿Qué vida hace hoy en Torroella de Montgrí, lejos del mar?
-Al principio me costó acostumbrarme, pero ahora, después de tantos años... Hago la vida de un medio jubilado. Ahora voy viviendo mientras no me muera. ésa es toda la sabiduría a que he llegado. Una perogrullada, pero Perogrullo era un gran filósofo.

-¿Por qué concluye las memorias con su poema "La memoria y la muerte"?
-Por su doble simbología.Es el último poema de mi último libro de poemas, Enigmas y despedidas, y también una declaración de principios, casi una confesión.
Tiene razón. Al cabo, "Sólo son tuyas -de verdad- la memoria y la muerte,/ la memoria que borra y desfigura/ y la sombra de la muerte que aguarda".