Nostagia del Absoluto
Al leer en el 2001 Nostalgia del Absoluto, amén de diagnósticos tan certeros como la crisis del marxismo, encontramos asuntos de tanta vigencia actual como la configuración genética del mapa humano, el abismo que nos conduce a la destrucción del ecosistema
La conferencia pronunciada recientemente por George Steiner en Madrid vino a ratificar la sostenida atención editorial que se le venía prestando en nuestro país. A este respecto, el decenio de los 90 fue generoso: comenzó con una temprana traducción de Presencias reales; siguió con la presentación del Steiner narrador de Pruebas y Tres parábolas, y con una antología de sus ensayos escritos entre 1978 y 1995, Pasión intacta; y concluyó con su autobiografía intelectual Errata.
El examen de una vida. No faltaron traducciones de largas entrevistas en forma de libro que Steiner mantuvo con el iraní Ramín Jahanbegloo o con el controvertido Pierre Boutang. Semejante despliegue ha familiarizado al público español con quien merece la consideración de intelectual ecuménico, dueño de una de las mentes más lúcidas y de una voz propia e inconfundible que Steiner extiende, más allá de su disciplina académica -la Literatura Comparada- a los grandes asuntos de nuestra civilización.
En este sentido, es de agradecer la publicación ahora, cuando se inaugura el nuevo milenio, de este opúsculo, datado en 1974. Nostalgia del Absoluto es, en efecto, el título que Steiner le dio a la serie de conferencias emitidas por la radio canadiense CBC. Se trata de cinco textos ligeros, acomodados a las circunstancias de su primera enunciación en aquellos años en que McLuhan reivindicaba la recuperación de la cultura oral, y estaba viva la conmoción política e ideológica propiciada por el mayo francés de 1968, y sus secuelas universitarias a lo largo y ancho del mundo.
Algunas de las ideas que entonces Steiner formuló fueron luego objeto de más consistente desarrollo en obras suyas como, por caso, Presencias reales. Aplica aquí a la literatura y su estudio el mismo escepticismo que en Nostalgia del Absoluto se proyecta sobre el marxismo, el psicoanálisis y la antropología estructural. De este modo, con sus cuatro diatribas Steiner rechaza ese gran “relato de legitimación” de la modernidad que es, en definitiva, el discurso especulativo de base racionalista.
Si para él es rechazable toda posibilidad de alcanzar el conocimiento racional de la obra de arte en general, y de la literaria en particular, frutos emanados directamente del “fuego y el hielo de Dios”, “la gradual erosión de la religión organizada y de la teología sistemática, especialmente de la religión cristiana de Occidente, nos ha dejado con una profunda e inquietante nostalgia del Absoluto” (pág. 111). Y gran parte de la responsabilidad de ello se les atribuye en concreto a tres “mitologías” aportadas por Marx, Freud y Claude Lévi-Strauss. Mitologías -no ideologías o sistemas científicos- que intentaron trapaceramente erigirse en “teo-logías sustitutivas”, en visiones mesiánicas con pretensión de totalidad, aptas para satisfacer el hambre de mitos y de certezas consustancial a la condición humana.
En principio cuesta equiparar, en las claves de Steiner, el marxismo con las otras dos grandes aportaciones intelectuales. Y quizá el propio autor reparó en esta demasía, pues en su novela Pruebas se centra ya de manera exclusiva en el debate sobre la quiebra del marxismo entendido como uno de los grandes discursos de nuestra racionalidad política. En este texto narrativo el comunismo es presentado como un intento fallido para suprimir las erratas de la historia y corregir los vicios de la Humanidad. Steiner, gran lector de Borges (el único escritor hispánico que le merece consideración) hace en ello aplicación de una metáfora talmúdica a todo el orbe humano. Los males del mundo dependen de una sola transcripción errónea de las Escrituras, y así Steiner titulará Errata su autobiografía, plena de un pesimismo finisecular pero genuino.
De nuevo este escritor agnóstico, hijo de judíos austríacos, nacido en París en 1929 y emigrado a los Estados Unidos diez años más tarde, revisa la simpar herencia intelectual de su pueblo, y se formula la siguiente pregunta retórica a propósito de la estirpe común a Marx, Freud y Lévi-Strauss: “¿No hay una lógica real en el hecho de que estos sustitutos de la moribunda teología y la explicación de la historia propias del cristianismo, estos intentos de reemplazar el cristianismo agonizante, hayan venido de aquéllos cuyo legado tanto había hecho el cristianismo por suplantar?” (pág. 86).
Con todo, estas conferencias, en las que por dos veces al menos se muestra sintonía con Popper, serán útiles tanto a quienes hayan seguido a Steiner como a los que se acerquen a su pensamiento por primera vez. Son otros tantos ensayos que no renuncian a ninguna de las licencias, incluida la de la arbitrariedad, de que este género disfruta. Pero revelan una visión lúcida, plena de sentido, y en cuanto textos escritos hace ya más de un cuarto de siglo apuntan destellos premonitorios. En especial, al leer en 2001 Nostalgia del Absoluto, amén de diagnósticos tan certeros como la crisis del marxismo, encontramos asuntos de tanta vigencia actual como la configuración genética del mapa humano, el abismo que nos conduce a la destrucción del ecosistema, el relativismo multicultural y el creciente infantilismo de una civilización por lo demás materialmente opulenta como nunca antes lo había sido. Y siempre una idea que obsesiona a Steiner y le hace recelar del Estado de Israel: la de que, acaso, la guerra no sea un accidente o una estupidez, sino “una especie de mecanismo de equilibrio esencial para mantenernos en un estado de salud dinámica” (pág. 124).