Image: El Cuaderno de todo de Carmen Martín Gaite

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Letras

El Cuaderno de todo de Carmen Martín Gaite

5 diciembre, 2001 01:00

"Cuaderno de todo", collage de Carmen Martín Gaite

El sábado 8 de diciembre, Carmen Martín Gaite hubiera celebrado su cumpleaños, setenta y seis jovencísimos años de certezas y sueños. El Cultural recuerda hoy a esta autora de referencia literaria y moral, ahora que sólo hace un año de su muerte y que una exposición recorre España mostrando manuscritos, fotografías e inéditos. Entre ellos, un centenar de cuadernos que Martín Gaite fue escribiendo a lo largo de su vida, con dibujos, cartas, apuntes, sueños. Retahilas de una imaginación portentosa que trazan el retrato sutil, intimísimo, de una narradora que murió sin perder "la capacidad de inventar algo dejándome llevar por el ritmo de la propia historia". Aunque esa historia fuese su propia vida. El Cultural adelanta una selección del Cuaderno de todo de Carmen Martín Gaite, que publicará la próxima primavera la editorial Debate.

Rostro humano
La cara de una persona, las arrugas. Es absurdo decir es guapo o feo de un amigo, cuenta la expresión, justamente aquello que al desaparecer él se borra, eso se ama.

El destiempo
Siempre hay un desajuste entre las relaciones. Cartas, deseos a destiempo. El destiempo es el origen del desequilibrio en las pasiones. Sólo no esperando absolutamente nada, no viviendo, cabría no impacientarse. O saliendo a buscar con la seguridad del conquistador, del anexionador (edad primera cuando no importa el otro) si no, todo es destiempo intento de acuerdo fallido. Luego tampoco importa el otro, pero quieras o no han de contar sus exigencias aunque sea para esquivarlas. Libertad merecida, sudada. A pulso. Y luego todo abajo: non sum dignus.

Amor
El entendimiento tácito significa la divinidad. Por eso el amor durante un tiempo es sentimiento divino y lo deja de ser cuando se vulgariza a los ojos de todos. El amor en la literatura no suele inventar nada, se copia a sí mismo a lo largo de los siglos.

Las narraciones de otro...
Las narraciones de otro nunca se deben tomar sino como narración, en ese plano, nunca como datos "reales" de su persona para lo cual está la propia penetración. Así no vendrán las decepciones ni los mitos. Y en cambio se fomentara el placer de lo irreal, del invento compartido. Y además no sé porque lo llamo irreal, simplemente es otro plano, incide en el otro esa creación conjunta "yo sé que lo que me cuentas pertenece a otro terreno. No podemos partir de él para orientarnos mañana. Separemos desde ahora lo uno de lo otro, y así, incontaminado, podremos volver aquí de vez en cuando".

(Del cuadernito Mano, 1965.)


El 10 de noviembre de 1979
Hoy he tenido un sueño muy raro. Tenía que ver, como casi todos los de este año, con la muerte de mis padres, pero ellos no salían. Era yo la que andaba haciendo diligencias por distintas casas y oficinas, en busca de papeles , radiografías, resguardo de banco, cartas, muy angustiada porque me faltaba tiempo y sentía que aquellos esfuerzos, encaminados tal vez a detener el desenlace que se avecinaba, eran baldíos. Lo más terrible es que yo ya me había muerto también y, sin embargo, tenía que reunir aquellos datos para que alguien pudiera contar las cosas tal como habían sucedido. "Porque ahora estamos en el desorden, las cosas pasaron de otra manera que ya no recuerdo bien" -le dije en un tramo del sueño a alguien que venía conmigo.

Era un muchacho joven, me había ayudado a saltar las tapias de un huerto, llevaba yo una especie de túnica negra y se me enganchaban los pies, tenía miedo y estaba anocheciendo. El chico aquel no sé desde cuándo venía conmigo ni era nadie que yo conociera me sonreía muy guapo, con sus ojos claros. Luego el huerto, según empezábamos a andar, él delante de mí, resultó que era el cementerio de Salamanca, aunque mis padres no están enterrados allí, pero he ido tantas veces de pequeña con ellas a dejar flores por todos los santos que hasta en sueños lo reconozco. Anduvimos bastante rato por entre las cruces y nos sentamos sobre una tumba blanca con letras doradas. "Dame los papeles a mí, y no te preocupes, que yo te los guardaré siempre".

Me dijo él. Y alargó la mano, no sé si para coger aquellos papeles o para hacerme una caricia. Entonces vi que mi mano se desvanecía encima de la suya, envuelta en un vaho fosforescente y es cuando supe que estaba muerta, aunque le seguía viendo y podía hablar con él. Hice el gesto de darle algo y él hizo el de desatar un paquete, que no existía, y luego el de ponerse a hurgar pausadamente en los papeles que debía contener, como si buscara alguno en particular. Estaba intranquila y él lo notó. Confía -me dijo muy serio-. Tú no me conoces a mí, no tengas miedo.

Su actitud serena y la concentración con que atendía a lo que estaba haciendo me producían mucho alivio, no es tan grave morirse si queda gente como él, pensé.
Un ángel de mármol blanco del tamaño de una persona presidía, de pie, la tumba sobre la que nos habíamos sentado, se cubría el rostro con las manos y estaba tan bien tallado que parecía de verdad. Sobre la lápida las letras doradas decían: "RAMONCITA. Se vio en sus ojos, después de su muerte, un dulce reflejo de la serenidad de su alma". Y debajo una fecha.

"¿Habla aquí de ella?", preguntó el chico. Puede que haya alguna carta que mi padre le escribiera, pero nosotros no la encontramos, se habrá perdido, eran tantos los papeles, déjalo, salían papeles de todos los cajones, era horrible, por cada uno que buscabas salían cien, y la gente llegando y llegando y llenando la casa, y preguntando por mamá, y nosotras sin saber que hacer con los papeles, todos con su letra menudita,... "¿Tú padre?".

Asenté con la cabeza y me tapé la cara con las manos, pero igual que no tenía manos tal vez no tenía cara tampoco y aquello eran simples amagos de gestos muy antiguos ya para nadie...

Oí que el chico me decía, con una voz muy dulce:
"Hay tiempo. Algún día me lo tienes que contar bien".
Me desperté, me dolía la cabeza, aunque anoche no tomé pastillas para dormir ni me he levantado entre la noche. Hacía un mañana luminosa de noviembre y el sol entraba por las rayas de la persiana. Traté de reconstruir el sueño con todos sus detalles, pero sólo me pude acordar con claridad de este trozo del cementerio, aunque antes y después también habían pasado cosas.

Me he pasado la mañana viendo el rostro de aquel chico, era muy pálido, mirada con una mezcla de timidez, audacia y decisión y el pelo le encuadraba la cara, parecía un paje medieval. Algún día, cuando le encuentre, se lo tengo que contar bien. Porque sé que existe en alguna parte. Pero también puedo empezar a contárselo antes de que aparezca. No me vaya a morir antes.

Segovia, domingo de Resurrección 6 de abril
Ya hace más de un año que murieron mis padres, los dos en otoño de 1978 con mes y pico de diferencia, y desde entonces no sólo se me aparecen muchas veces en sueños y me dicen cosas que no entiendo o se me olvidan al despertar, sino que he empezado a padecer durante el día un fenómeno que se va agudizando y que interpreto como una especie de respuesta o complemento a esas prácticas suyas nocturnas: la tendencia a hablar sola. Yo creía que esa era una manía de viejos, pero es que, claro, aunque no me sienta todavía demasiado vieja, lo que no tiene vuelta de hoja es que, habiendo desaparecido con mis padres aquella frontera indiscutible que separaba su tiempo del mío y abandonado el arsenal de historias que su memoria guardaba y que en cualquier momento me podían aún contar, ya avanzo yo en cabeza de la edad, al raso, sin la confianza que me daba saberme respaldada por ese muro de contención y me adentro en el tiempo como capitana mayor heredera de todas las tramas más mezcladas y distantes, sintiendo que se ha añadido al petate de la mía el de la memoria ajena, un fardo dentro del cual pesan como piedras las historias que los muertos contaron a medias o dejaron por contar y que cada día resulta más urgente legar a alguien. Pero ese alguien para quien semejante recuento pudiera aún significar algo acaba siendo cada día más fatalmente uno mismo, porque se trata al mismo tiempo de librarse de algo y de quererlo conservar. Por eso se encuentra algo, de repente hablando solo, como en borrador.

Lo que más me ha hecho reflexionar sobre lo sintomático de esta nueva costumbre ha sido que mi hermana Anita, sin saber lo que me viene pasando a mí, me confesó hace poco que notaba que se estaba haciendo vieja porque habla sola. Todo lo que somos las mujeres está relacionado con la familia.
Tal vez por eso escribimos preferentemente de familia.

Madrid 11 de agosto de 1978
Acabo de despedirme de Joan en el hotel Wellington. Nuestra última conversación ha versado sobre el tabaco. Ella era una gran viciosa y no fuma hace tres años. Me ha aconsejado que lleve un cuadernito donde apunte los pitillos que fumo cada día y las distintas horas y circunstancias en que los fumo, así como el grado de urgencia y de r.p.f. [rabiando por fumar (lo inventó Rafael)] que me parece sentir. Eso me ayudará luego, repasando esas notas, a saber en qué tipo de situaciones (trabajo, comida, relaciones sociales, tristeza o soledad etc.) me es más posible prescindir de fumar y librarme de la adicción (o disminuirla) en las menos precisas.

Al llegar a casa he buscado enseguida un cuaderno para empezar esta labor, y no lo tenía. Por fin he encontrado éste que tenía algunas notas de hemeroteca del año 1973. Supongo que tomadas cuando aún trabajaba con MariCruz en los "artajerjes". He arrancado esas hojas y las he juntado con una grapa para meterlas en la carpeta que debo tener por ahí sobre temas similares.

He recortado, en cambio, una cita en bolígrafo rojo que existía en la última página y la he pasado a la primera. Creo que viene a cuento.

Me parece, de momento, bastante eficaz la idea de sustituir el vicio de fumar por el vicio (¡ojalá se convierta en tal!) de escribir acerca de las motivaciones que me llevan a fumar o a dejar de hacerlo. Sobre todo si fuera capaz de ahondar en ellas y no sentir la pereza de describir exhaustivamente mi estado de fuerza de voluntad o de tentación. Sería como llevar un diario de mis alteraciones anímicas y, a través de él, poder entender en qué consisten. Claro que, precisamente, fumar tiene mucho que ver con la inercia -al menos para mí- y será difícil sustituir ese estado de inercia por otro en que -al tratar de describirla o analizarla- se accede a una actividad mental. Pero sería muy provechoso. Y me propongo intentarlo.

Ahora mismo, las 12 de mañana, compruebo, con placer, que, mientras escribo esto, no tengo ganas de fumar, y sí, en cambio, de escribir, de ponerme a ordenar carpetas viejas.
Gracias Joan, y buen viaje, bonita.

Compruebo, un poco más tarde...
Compruebo, poco más tarde, que, al dejar de escribir sobre este tema, me vuelven las ganas de fumar. He cogido otra vez la pluma y veo que disminuyen. Debe suponer una satisfacción para mi subconsciente estar poniendo a prueba mi lucidez. Y también abrigar, secretamente, la idea de que Joan se alegraría si supiera lo pronto que he cogido su sugerencia. Escribo pensando en ella, en ese ingrediente infantil que ha sabido contagiarme su compañía ayer cuando "jugamos a los hoteles" y le puse los chifles. Escribo sin ninguna pretensión literaria, como si Joan fuera una amiga del Instituto y le fuera a enseñar este diario. Incluso pienso -y esa idea me estimula a escribir- que puedo mandarle alguna vez a América fotocopia de estas notas, creo que le gustaría.

Pienso en levantarme de la butaca a ponerme con el artículo sobre Nabokov o con el Don Durados y -¡qué cosa más rara!- me vuelven las ganas de fumar.

Pero hay que hacerlo. No me puedo pasar el día analizando esto del fumar. Las doce y veinte.

Me entran enormes ganas de fumar en situación de desorden o pérdida de objetos, en situaciones de caos mental. Por ejemplo ahora he pasado un cuarto de hora haciendo lo siguiente: buscando un papel que no aparecía (una carta de Sonsoles que quería contestar) y esta búsqueda -infructuosa-, ha acarreado la aparición de otros papeles cuya presencia me revela la urgencia de lo práctico, y eso me altera: asuntos de la contribución, recibos que tengo que ir a pagar, papelitos amarillos de ropa que está en el tinte, notas de prensa sobre libros que debería leer para las críticas futuras de Diario 16, y me he sentido agobiada por la diversidad de esos quehaceres, por su insoslayable aviso y por la imposibilidad de ponerlos de acuerdo ordenadamente dentro de mi mente. Y me han entrado unas ganas horribles de fumar. (Aunque, de momento, no lo he hecho, sino que he vuelto al cuadernito este) Lo cual me indica, ya para empezar, que una de mis situaciones álgidas de r.p.f. coincide con esos momentos del nerviosismo motivados por el caos, por la imposible o difícil avenencia de asuntos pendientes, por la diferente etiología de los distintos quehaceres, por el bloqueo que lo práctico tiende a operar en mi mente, ávida siempre de libertad, de luz. Cuando se me amontonan los problemas, se me ofusca esa libertad. Pero también descubro, según escribo, que hablar de ello es liberarse. Mientras que un pitillo significaría, a lo sumo, un consuelo pasajero.

De momento, además, ya tengo definido este estado: lo llamaré compulsivo por desorden interior.
Gracias Joan.