Image: Las ínsulas extrañas

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Letras

Las ínsulas extrañas

E. Milán, A. Sánchez Robayna, J.A. Valente, B. Varela

26 septiembre, 2002 02:00

J.A. Valente, por Gusi Bejer

Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2002. 989 páginas, 35 euros

Las ínsulas extrañas es una antología no sólo parcial sino anticuada, metida en unos tambores de guerra que a ningún teórico serio interesarán hoy. Más graves en la selección de Valente (en la imagen), Robayna, Varela y Milán son las ausencias de poetas como Celaya, Bousoño, Hierro o ángel González...

Las ínsulas extrañas. Antología de poesía en lengua española (1950-2000) es un texto tan ambicioso como parcial, y que llega tarde. Pretende (sin declararlo) abrir una polémica literaria demasiado vieja, resucita -en parte por motivos personales que no quedaría bien explicitar- el talante belicista de las vanguardias históricas, hoy inmotivado, y en fin, viene a ser (queriendo, aunque finja ecuanimidad teórica) un anhelado ajuste de cuentas con el éxito que en España -menor en América Latina- han tenido últimamente las poéticas realistas por lo demás muy evolucionadas desde su origen.

Aunque Las ínsulas extrañas se dice heredera de Laurel -1941-, antología que se hizo en México entre poetas mexicanos y exilados españoles (pero más plural, exigente y selecta) la única herencia real de aquel proyecto es la idea muy loable cuanto dificilísima en su ejecución -hoy más que entonces- de entender la poesía en lengua española como un todo. La idea -insisto- me parece magnífica pero ardua. ¿Se puede conocer bien, sin posibles graves injusticias, toda la poesía que hoy se escribe en español, tan vastísima? Pese a la duda, esa sola herencia de Laurel, me parece lo más loable de esta antología, significadamente parcial, como le gustaba a Valente.

Lo más curioso es que Las ínsulas extrañas -con enorme retraso- a quien responde (y en tal sentido inversamente hereda) es a José María Castellet y a su antología de 1966 -reedición ampliada de otra anterior- Un cuarto de siglo de poesía española. Entonces un Castellet militante en la estética del realismo más o menos comprometido (dicen que soplado por Gil de Biedma) hizo un producto muy del momento, lleno de exclusiones. Quien no aceptaba el realismo crítico no era poeta. Con similar error al de Castellet (las palabras que se dedican a la antología castelletiana en el prólogo a ésta, valen significativamente para ambas) ahora se deja de lado -salvo conseciones a la galería- todo lo que no sea poesía metafísica. Todo aquel que no busque en la experiencia mental, tampoco es poeta. Pero ¿la poesía no es pluralidad, como todo lo humano, profundo y libre?

Naturalmente los antólogos (los españoles, al menos, llenos de archiconocidas enemistades personales) dicen que su criterio es la modernidad. Poetas que han aceptado -a su saber- o no han aceptado la modernidad. Pero resulta que, hace ya muchos años, Paz se dio cuenta que vanguardias y modernidad (más que aceptadas, aceptadísimas) formaban ya parte de la tradición, cosa lógica a 80 años del nacimiento de aquéllas. La modernidad es hoy parte de la tradición. Y cada uno la usa así como un peldaño más en ella. Hay estupendos poetas realistas y estupendos metafísicos (aceptemos la simplificación) ¿por qué habrían de pelearse unos con otros? ¿Qué busca tan arcaica lucha de egos? Cierto que todo poeta debe ir más lejos, pero no por un único camino, sino por varios... Calidad debe primar sobre modo o estilo literario. Y es en la calidad -en lo que esta signifique dentro de la tradición, usándola y superándola- en lo que debe indagar el crítico. En tal sentido Las ínsulas... (que se abre con Juan Ramón para sacarle la espina de Castellet, aparte su valor propio) es una antología no sólo parcial sino anticuada. Metida en unos tambores de guerra que a ningún teórico serio interesarán hoy. Lógico que en tal panorama y entre los poetas antologados falten y sobren nombres. Los que faltan (salvo concesiones como Ernesto Cardenal, García Baena o Gil de Biedma) son los esperables en la parte más nueva, por ejemplo, todos los adscribibles a la llamada poesía de la experiencia. Más graves son las ausencias -en el terreno que pudiéramos denominar histórico, sea por la calidad, sea por la representatividad epocal de poetas como Gabriel Celaya, Carlos Bousoño, José Hierro, Gloria Fuertes, ángel González o José Agustín Goytisolo.

Los que sobran, los descubrirá el lector. Más curioso -y peor- es que en ámbito latinoamericano, ejemplos entre varios, no estén Gastón Baquero, Mutis o José Luis Rivas y sí Severo Sarduy, tan menor en poesía, faltando señalados poetas que podrían concordar incluso con el prefijo antológico: Pizarnik, Kózer, Hugo Mujica... Calidad y escalafón versus afinidades personales. Proyecto ambicioso y anticuadamente "bélico", Las ínsulas extrañas (verso de Juan de la Cruz) debe ya llegar más lejos en su lectura de las Canciones entre el Alma y el Esposo. Hubo desafueros por ambos lados. Pero la vieja guerra conocimiento/comunicación concluyó. Ambos sirven. Yeats odiaba a Thomas Hardy, y Larkin lo adoraba. Uno lo excluyó de una muy célebre antología inglesa y el otro llenó otra antología similar con sus poemas. Hoy los tres son historia de la literatura.