Image: Globalización

Image: Globalización

Letras

Globalización

George Soros

28 noviembre, 2002 01:00

George Soros, por Gusi Bejer

Traducción de Rafael Santandreu. Planeta, 2002. 208 págs, 16’50 euros. Luis Reygadas: Ensamblando culturas. Gedisa, 2002. 318 págs. 22,90 euros. J.-P. Warnier: La Mundialización

Lejos de constituir un juego de suma cero, la globalización generaría,de acuerdo con el análisis de George Soros, beneficios que superan a los costes, de modo que el incremento de justicia que produciría "puede usarse para compensar las injusticias que ella misma crea"

Pocos temas tan debatidos hoy -y con tanta pasión- como el de la globalización. Se diría incluso que una lógica histórica inflexible lo ha convertido en el campo privilegiado de las últimas batallas ideológicas y políticas, heredadas, en cierto modo, de otras que algunos daban ya por definitivamente superadas. Y, sin embargo, aunque el fenómeno de la globalización de los mercados financieros sea "relativamente reciente", como sugiere George Soros, que sitúa su comienzo efectivo en el año 1990, el tema de la globalización económica progresiva -y presuntamente inevitable- es casi tan antiguo como la propia forma de organización de la producción de la vida económica dominante en Occidente desde hace cuanto menos tres siglos.

Ya Karl Marx dejó claro, en efecto, en un contexto sumamente elogioso de la capacidad innovadora, transformadora y creadora de riqueza (en suma: "revolucionaria") de la clase burguesa que la constitución del mercado mundial y la expansión del capitalismo del mercado mundial es una tendencia inmanente del capital. Y que adoptar ese modo de producción se convierte en cuestión de supervivencia, de modo que ante su fuerza civilizadora todas las peculiaridades culturales o nacionales deben hacerse funcionales con el capital o perecer. Por su parte, Max Weber no dejó de anunciar también la planetarización de esa "racionalidad occidental" inseparable del capitalismo moderno y de su gran motor genético, la ética calvinista, a cuyo estudio dedicó tantos y tan influyentes esfuerzos.

Con menos pretensiones teóricas que sus ilustres predecesores y buscando una concisión que es muy de agradecer -y que se revela a lo largo de su libro como muy eficaz desde un punto de vista didáctico-, Soros se contenta con una definición de radio corto que identifica la globalización con el libre movimiento de capitales y el desarrollo de mercados financieros globales y de poderosas corporaciones multinacionales cuyo dominio sobre las economías nacionales no cesa de aumentar, con el consiguiente debilitamiento de las correspondientes instancias políticas. Vaya por delante que la valoración última que de tan decisivo fenómeno hace Soros es altamente positiva.

Lejos de constituir un juego de suma cero, la globalización generaría, en efecto, de acuerdo con su análisis, beneficios que superan a los costes, de modo que el incremento de justicia que produciría "puede usarse para compensar las injusticias que ella misma crea". Y con ello queda perfectamente definida la posición de Soros, cuidadosamente equidistante tanto del "fundamentalismo del mercado", que sólo ve, sesgada e interesadamente, el lado positivo del fenómeno, como de los "activistas de la antiglobalización", para los que la mundialización de los mercados financieros estaría en la raíz de todos nuestros males.

Frente a este maridaje perverso cuyos resultados potenciales percibe como altamente destructivos, George Soros propone, consciente de que "el capitalismo global, tal como lo entendemos hoy, es una distorsión de lo que debería ser una sociedad global abierta", establecer otra forma de coalición, una suerte de Alianza para la Sociedad Abierta, "cuya misión sea reformar y reforzar nuestras instituciones internacionales (creando nuevas allá donde sea necesario) para satisfacer las necesidades sociales que ha promovido el descontento actual". Y, desde luego, no se queda en el usual terreno de la declaración de buenas intenciones.

Con la autoridad que le confieren tanto su gran conocimiento del funcionamiento del capitalismo a nivel global como su trabajo en pro del desarrollo de la sociedad civil en diversos lugares del mundo, en el que ha invertido parte de su ingente fortuna, Soros propone también una serie de medidas prácticas o de "reformas institucionales" muy precisas que expone y detalla con claridad, contundencia y gran convicción.

Como expone también, en una inequívoca invitación a los Estados Unidos a asumir sus verdaderas responsabilidades como líder mundial más allá de ciertas tentaciones regresivas, su visión -no precisamente utópica, en su opinión- de lo que debería ser una sociedad abierta y global: "la sociedad abierta se fundamenta en el reconocimiento de que actuamos basándonos en una comprensión imperfecta. La perfección queda lejos de nuestro alcance; debemos contentarnos con una sociedad imperfecta que intenta mejorar. La aceptación de la imperfección junto a una búsqueda constante de la mejora y una voluntad para llevar a cabo un examen crítico son los principios que nos llevarán a una sociedad abierta.

Esos principios implican que lo real puede no ser lo razonable, es decir, los regímenes preponderantes pueden fallar y necesitar, por lo tanto, ser reformados, y lo razonable puede no ser lo alcanzable, es decir, las mejoras deben basarse en lo que existe y lo que es posible, no en los dictados de una racionalidad abstracta".

Como buen discípulo del autor de La sociedad abierta y sus enemigos, Soros se sitúa, pues, con ánimo reformista en esa franja indeterminada en la que liberalismo y socialdemocracia se dan hoy cita con gran capacidad de convocatoria. Tanta como para decidir, a lo que parece, los resultados de las contiendas electorales en las democracias occidentales más representativas... ¿Un último triunfo del verdadero inspirador de la "tercera vía", el tantas veces malentendido Karl R. Popper?

Sea como fuere el reformismo de George Soros entraña también la propuesta de un rearme moral y de una "reorientación de nuestros valores" traducida, con la mirada puesta en el futuro de la humanidad, a términos políticos y contractuales concretos. En una palabra: "Estados Unidos debe dirigir la lucha contra la pobreza, la ignorancia y la represión con la misma urgencia, determinación y compromiso de recursos que la guerra contra el terrorismo".

Voluntariamente autolimitado a lo que considera el núcleo central de tan candente cuestión, George Soros no entra en otras consecuencias, para algunos no menos decisivas que las analizadas por él, de la globalización: la uniformización de las culturas -la llamada "macdonalización"-, la volatilidad y mercantilización de las ideas, la exasperación de la "pulsión adquisitiva", la banalización creciente de los modos de vida o el destino de las diversas culturas del trabajo a efectos de la globalización de la industria.

A todos estos temas o problemas están dedicados los libros de Luis Reygadas y Jean-Pierre Warnier que una feliz casualidad ha puesto a disposición de los lectores interesados por "lo que nos pasa" al mismo tiempo que el de Soros. Luis Reygadas analiza en su documentada obra, desde una perspectiva antropológico-social, la dimension cultural de una serie de experiencias transnacionales de industrialización en América Latina, que están introduciendo mutaciones muy significativas en sujetos de diferentes orígenes nacionales que se ven ahora entrelazados en una red productiva mundial. Lo que aquí está en juego, como brillantemente argumenta el autor, es tanto el destino de las distintas tradiciones laborales, oscilantes entre la integración y el conflicto, como las formas como las nuevas culturas del trabajo son experimentadas por los sujetos y las consecuencias que eso tiene sobre su autorreconocimiento y sobre la manera en que se relacionan con los demás.

Warnier, por su parte, se enfrenta, igualmente como antropólogo, al complejo haz de fenomenos vinculados por la circulacion cultural a escala mundial a que se enfrentan hoy los habitantes de nuestro cada vez más unificado planeta y lo hace con rigor y conocimiento de causa, aunque, ciertamente, no de modo concluyente. En la medida, en efecto, en que, como el propio Jean-Pierre Warnier argumenta, las características peculiares de los bienes culturales no permiten reducirlos sin más a mercancías, la polémica está servida. De ahí la propuesta con que se cierra el libro de un debate político de alcance mundial sobre la producción cultural. En el bien entendido de que los protagonistas de este debate no deberían ignorar que una cosa es la globalizacion de ciertos mercados de bienes llamados "culturales" (cine, audivisual, disco, etc.) y otra la cultura como tal. Es posible, sí, que estemos asistiendo a una erosión de las culturas singulares. Pero también es cierto, como Warnier nos recuerda, que la Humanidad sigue siendo lo que siempre ha sido: una máquina de fabricar diferencias.

[George Soros (Budapest, Hungría, 1930) sobrevivió a la ocupación nazi y al comunismo húngaro. En 1947 se instaló en Inglaterra, para graduarse en la London School of Economics en 1952 y desde 1956 vive en Estados Unidos. A pesar del carácter filantrópico de su Fundación, orientada al progreso de los pueblos y que tiene delegaciones en medio centenar de países, Soros es un voraz financiero que, según James Petras, encabeza la avanzadilla especuladora en América Latina. Un ejemplo podría ser el de Argentina. Tras una inversión inicial de 10 millones de dólares en 1990, sus haberes en bienes raíces superaban en el año 2000 los 500 millones, entre los que destacan dos edificios de oficinas, dos muelles en un complejo portuario de lujo, edificios residenciales y planes para reconvertir el Mercado de Abasto de Buenos Aires. También ha comprado cuatro de los seis mayores centros comerciales de Buenos Aires y antes de la crisis del "corralito" se le consideraba el terrateniente y ganadero más importante del país.]