Image: Hemingway contra Fitzgerald

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Letras

Hemingway contra Fitzgerald

por Scott Donaldson

5 diciembre, 2002 01:00

Scott Fitzgerald, con Zelda, su mujer y su hija Scottie en 1925

Scott Fitzgerald y Ernest Hemingway eran los dos niños prodigios de la Generación Perdida. Corrían los años 20, y el mundo era una fiesta tras una Guerra Mundial que muchos soñaron que sería la última. Luego vendría el desencanto. Amigos íntimos desde su primer encuentro en París en 1925, su relación se fue enfriando a medida que la "estrella de Hemingway ascendía y la de Fitzgerald declinaba". Scott Donaldson retrata en "Hemingway contra Fizgerald" (Siglo XXI) el fin de su amistad. ¿El punto culminante? El episodio que El Cultural publica a continuación...

En una carta Ernest incluyó dos comentarios desdeñosos sobre Scott, que a menudo se repiten en su correspondencia. El primero, su falta de valor: "Si Scott hubiera ido a esa guerra que siempre creyó tan terrible y que tanto lamentaba haberse perdido, lo hubieran fusilado por flagrante cobardía". Segundo, su fracaso al no madurar: "fue terrible para él amar tanto la juventud, porque ha dado un salto desde la juventud a la senilidad sin pasar por la madurez viril". Trabajar le ayudaría, con toda seguridad, pero sólo si hiciera un trabajo honesto, no comercial. Ernest concluye diciendo que "ojalá pudiéramos ayudarle de veras".

En su respuesta, Perkins dijo que Fitzgerald había acudido a él recientemente en busca de dinero, y que suponía que se lo daría. Lo importante era hacerle volver a ponerse en pie, y obligarle a sentarse ante su escritorio. Mirando como siempre las cosas por al lado positivo, Max propuso la teoría de que un hombre verdaderamente desesperado no hubiera escrito los dos primeros artículos de Esquire. Si se sintiera tan mal, ni siquiera hubiera sido capaz de hablar de aquello. Se refería a que Scott tenía sólo 40 años (en realidad, 39). Era "absurdo que renunciara". Después de la publicación del último ensayo, Ernest dijo a Max que deseaba que Scott se quitara de encima "la vergüenza de la derrota". Todos tenemos que morir. ¿Por qué tirar la toalla antes de tiempo? ¿O acaso Scott intentaba hacer carrera con eso de que "está acabado"? Acto seguido volvía sobre el tema de la cobardía.

Aunque Ernest no le dijo directamente a Scott que los ensayos de El crack-up le parecían deplorables, se lo hizo saber en Las nieves del Kilimanjaro, su relato aparecido en agosto de 1936 en Esquire. El comentario cruel e insensible que sobre Fitzgerald contiene ese relato rebasa los límites elementales de toda cortesía en lo personal y en lo profesional, y hace añicos el plato ya resquebrajado de su amistad. El pasaje, que se encuentra hacia la mitad del relato, reproduce los pensamientos del narrador acerca de los ricos:
"Eran aburridos y bebían demasiado, o jugaban al backgammon. Se acordó del pobre Scott Fitzgerald y de su romántico, reverencial respeto por esas gentes; se acordó del comienzo de uno de sus relatos: ‘Los multimillonarios son diferentes de ti y de mí'. Y se acordó de algo que alguien le había dicho a Scott: sí, es que ellos tienen más dinero: por eso son diferentes. Pero eso a Scott no le hizo gracia. Creía que los millonarios formaban una raza especial, y cuando descubrió que no era así se sintió destrozado, tanto o más que con todo lo que le había hecho sentirse fatal".

Después de leer Las nieves del Kilimanjaro en Esquire -en ese mismo número de la revista aparecía también Afternoon of an author ("La tarde de un escritor"), de Scott, la crónica autobiográfica de un escritor que ya no puede trabajar porque ha perdido la vitalidad-, Fitzgerald mostró enseguida su disconformidad en una breve carta a Hemingway.
"Querido Ernest:
Por favor, no hables de mí en tus libros.
(Directo y al grano). Si a veces decido escribir de profundis, eso no significa que quiera que los amigos (¿así que seguían siendo amigos?) recen en voz alta sobre mi cadáver. Sin duda que tu intención fue buena (¿cómo podía ser de otra manera?), pero me costó una noche de insomnio (sólo una noche: soy más fuerte de lo que tú te crees). Y cuando incorpores el relato a un libro, ¿te molestaría quitar mi nombre? (con tacto, con mucho tacto). Es un bello relato, uno de los mejores que has escrito (absolutamente cierto y, dadas las circunstancias, perspicaz y generoso) aunque eso del "pobre Scott Fitzgerald, etc" más bien (por no decir algo peor) me lo haya estropeado.
Siempre tu amigo (a pesar de todo)Scott

P. S.: Los millonarios nunca me han fascinado, a menos que les adorne el mayor encanto o distinción. (Deja las cosas bien claras)".

Hemingway contestó a esta carta, pero su respuesta se perdió o se ha destruido. Tal como Fitzgerald refirió a Beatrice Dance, Ernest, "más bien resentido", se mostró en su respuesta completamente de acuerdo en omitir el nombre de Scott cuando el relato se publicara en forma de libro.

>Ernest estaba sumido en "plena crisis nerviosa", igual que él, añadió Scott, "pero en su caso se manifiesta de formas diferentes. él se inclina por la megalomanía y yo por la melancolía". La megalomanía que había observado en Hemingway ("una situación psicopatológica en la cual predominan ilusorias fantasías de riqueza, poder u omnipotencia") era bastante real, pero también era muy real la melancolía del propio Ernest ("un transtorno mental caracterizado por una severa depresión, apatía y ensimismamiento").

En El crack up, Fitzgerald se propone hablar acerca de una "autoinmolación" que le dejó petrificado y preparado para enfrentarse al futuro, aunque con menos entusiasmo que en el pasado. Los artículos dejaban entrever que había tocado fondo y que estaba en camino de superación. El pronóstico fue prematuro. El verano que pasó Fitzgerald en Asheville en 1935 fue un desastre. El verano y el otoño de 1936, también allí, fueron aun peores. Para empezar, la situación de Zelda se había deteriorado y Scott abandonó cualquier esperanza de que se recuperase por completo. En abril de 1937 fue trasladada del hospital Sheppard-Pratt, en Baltimore, al hospital Highland de Asheville. Pesaba únicamente cuarenta y cuatro kilos. Durante los tres meses anteriores, meses de "intensa manía suicida", había intentado estrangularse y arrojarse al paso de un tren. En Highland estuvo al cuidado del doctor Robert Carroll, un enérgico director que creía en un régimen alimentario rígidamente controlado y en muchísimo ejercicio. Zelda respondió hasta cierto punto al tratamiento. Parecía más feliz y no hizo más intentos de suicidarse. En cambio, se embarcó en un prolongado período de delirios religiosos; se creía en contacto directo con Dios, convencida de que casi todos los demás iban de cabeza al infierno.

>El aspecto de Zelda había cambiado. Ya no era aquella mujer coqueta, de cabellos entre rubios y rojizos, de la que se había enamorado Scott. Sus rasgos faciales se habían hecho más gruesos y su piel era más rugosa. Cuando Scott iba a visitarle, los encuentros a veces terminaban con estallidos de cólera y absoluta frialdad. "Lo siento -le escribió conmovedoramente después del fracaso de una visita-, siento que aquí no haya más, para saludarte, que una cáscara vacía... De todas formas te quiero, aunque ya no quede nada de mí, ni del amor, ni siquiera de la vida".

Scott y Ernest se vieron dos veces en dos meses, durante el verano de 1937. Fueron encuentros beves, no reuniones prolongadas. Lo pasado, pasado estaba. Fitzgerald seguía hablando de la amistad como si aún existiera, como una forma de comprar el respeto a través de la relación más o menos estrecha. En menor grado, Hemignway hacía lo mismo. Pasó por Nueva York en un viaje relacionado con sus actividades en favor de los republicanos, inmersos entonces en la guerra civil española, y fue a visitar a Perkins a su casa. Ernest pidió un teléfono enseguida, anunciando que "tenía que hablar con Scott. Es la única persona en América con la que vale la pena hablar".

En una carta de marzo de 1939, Ernest confesaba que "siempre he tenido un estúpido e infantil sentimiento de superioridad ante Scott, como el de un chico duro y resistente que desprecia a otro, más delicado quizá, pero con talento." No fue al funeral de Scott.