Hegel
Jacques D’Hondt
16 enero, 2003 01:00Hegel, por Gusi Bejer
Lo más interesante de esta biografía imprescindible consiste en el esclarecimiento de un aspecto de la vida de la época que no suele recibir el tratamiento que su importancia merece: el contexto masónico, tan influyente en aquel tiempo
Una de las mejores tendencias de nuestro estado de cosas postmoderno consiste en la renovación del interés que las biografías despiertan; también de las biografías de los filósofos (y no tan sólo de poetas, pintores o directores de cine). Es más, importa la vida de todos los filósofos, y no sólo de aquellos que parecen poseer la exclusiva de una vida legendaria o novelesca (Nietzsche, Wittgenstein, por ejemplo).
La editorial Tusquets ya nos ha sorprendido con excelentes muestras de este género, como el magnífico libro sobre Heidegger de Safransky (que también ha sido autor de biografías de Schopenhauer y Nietzsche). Y ahora aparece la mejor biografía imaginable de un filósofo que tuvo también sus incidentes y eventos vitales, por mucho que se ha porfiado por esconderlo. Lo cual, en parte, ha sido culpa de los especialistas de este grandísimo filósofo alemán, quizás el más grande junto con Kant. Estoy refiriéndome a Hegel.
Desde Rosenkranz a Dilthey han sido muchos los asuntos omitidos de la vida de este gran pensador, unos por desconocimiento, otros por simple descuido. D’Hondt había ya visitado la vida de Hegel en su interesante Hegel secreto, y en esta biografía retoma el hilo de sus investigaciones, en las cuales los datos omitidos son desvelados; por ejemplo, toda la compleja trama de culpa y responsabilidad moral que llevó consigo la existencia de un "hijo natural" (concebido en el gran momento creativo en que Hegel escribe la Fenomenología del espíritu). Pero quizás lo más interesante de esta biografía imprescindible consiste en el esclarecimiento de un aspecto de la vida de la época que, por distintas razones, no suele recibir el tratamiento que su importancia merece: me refiero al contexto masónico tan influyente en aquel tiempo; y en particular el que pudo importar especialmente a Hegel (que con toda probabilidad formó parte del grupo): la logia de los Iluminados que tuvo en la ciudad de Munich su fundación.
Este dato permite a D’Hondt una interpretación muy esclarecedora del único poema escrito por Hegel, mandado a su gran amigo del alma Hülderlin, titulado Eleusis, cuyo sentido se esclarece quizás desde esta perspectiva (y no, como suele comprenderse, como una variante más de la célebre nostalgia de los dioses griegos, en la línea del célebre poema de Schiller).
La biografía de D’Hondt, además, nos permite aquilatar las ideas políticas de Hegel. Su entierro, con el que el texto de D’Hondt se inicia, fue multitudinario, lo que ocasionó un serio disgusto al monarca prusiano y determinó la destitución del jefe de la policía de Berlín. No era, pues, ese gran adulador del modelo político prusiano que de manera simplista se caracteriza.
Y es que Hegel fue, en todo caso, un filósofo de ideas políticas liberal-conservadoras, que en su juventud había sido un verdadero entusiasta de los acontecimientos france- ses revolucionarios (a los que siempre veneró como los más importantes, quizás, de toda la historia de la humanidad); y fue sobre todo un alemán responsable alarmado por la dificultad de lograr un estado unitario de naturaleza moderna (en ese mundo estallado en pequeños, ínfimos principados absolutistas).
Pero ni por asomo puede sostenerse la necia idea, que algunos filósofos precipitadamente sostuvieron (Karl Popper, por ejemplo), de que Hegel podía considerarse el Gran Reaccionario abogado de una Sociedad Cerrada, verdadero ideólogo de todos los regímenes totalitarios, de derechas o de izquierdas.
Hegel, como Beethoven en el campo musical, fue desde luego un gran admirador de Napoleón Bonaparte. La sinfonía Heroica y la Fenomenología del espíritu son casi contemporáneas. Hegel sufrió en vida todavía el ominoso rito de pasaje de aquel tiempo para todo aquel que había iniciado sus estudios en una escuela teológica de elite, becado por el príncipe de Suavia; todavía fue preceptor; y pudo sobrellevar la prueba en la que su amigo Hülderlin sucumbió (por la historia de amor que vivió con la esposa de su patrón), hasta librarse de esa humillante servidumbre y convertirse en profesor universitario, primero en Jena, finalmente en Berlín, donde gozó de sus mejores triunfos en vida.
Esa experiencia lamentable de preceptor al servicio de una familia le permitió, quizás, inspirarse en datos biográficos propios en esa obra genial, una de las más extraordinarias y extrañas de toda la tradición filosófica, que fue la Fenomenología del espíritu: me refiero a la célebre dialéctica del amo y del esclavo. Sobre todos estos aspectos cruciales de vida y obra de Hegel esta biografía de D’Hondt es esencial.