Image: Fiasco

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Letras

Fiasco

Imre Kertész

24 abril, 2003 02:00

Imre Kertész, por Gusi Bejer

Traducción de Adan Kovacsics. El Acantilado. Barcelona, 2003. 371 páginas, 21 euros

Fiasco es imprescindible para comprender la singularidad eminente de Kertész, último premio Nobel, todo un alegato contra la ligereza de la novelística posmoderna, tanto en lo que se refiere a la forma narrativa propiamente dicha como a la sustancia de su contenido

Los editores españoles de Imre Kertész se adelantaron al Nobel del pasado año publicando en 2001 Sin destino y Kaddish por el hijo no nacido, las partes primera y tercera de la trilogía del escritor húngaro que se completa con la obra que ahora aparece en nuestra lengua, y data de 1988. Acaso la razón de este desorden transitorio, felizmente resuelto, esté en la complejidad y difícil lectura que caracteriza a Fiasco, un texto, sin embargo, imprescindible para comprender la singularidad eminente de su autor, y que por sí solo representa todo un alegato contra la ligereza de la novelística posmoderna, tanto en lo que se refiere a la forma narrativa propiamente dicha como a la sustancia de su contenido. Fiasco es, en este sentido, no sólo el relato de un superviviente de Auschwitz, de Buchenwald y de la dictadura kadarista -mucho menos terrible ésta que el Holocausto en la consideración del autor-, sino también la novela de un novelista que a nosotros se nos presenta, por supuesto, mucho más cerca de Unamuno que de Ramón Gómez de la Serna.

En su calidad de elaborada metaficción, Fiasco no presta, sin embargo, tanto caso a cómo se hace una novela sino a la cuestión trascendente de por qué se escribe. Y ello desde la particular perspectiva que proporcionaba a Kertész crear en plena dictadura cuando la escribió y, todavía más, cuando publicó, en 1975, su obra primera, Sin destino, que constituye la base autobiográfica y argumental de la que ahora se parte. Pero aquella pregunta, a la que aquí se dan varias respuestas, cobra matices nuevos en el contexto del eco que Kertész ha obtenido gracias a la decisión de la Academia sueca.

El flamante premio Nobel, en su conferencia de Estocolmo pronunciada en diciembre de 2002, destacó precisamente esta dimensión de Fiasco, la de escudriñar en el porqué de la escritura. Y su respuesta fue, cuando menos, inquietante: confesó haber escrito exclusivamente para sí, como una liberación personal puramente subjetiva, en actitud de discreta pero radical rebeldía contra la opresión política sin pretender el logro de influencia alguna, ni tan siquiera encontrar un lector. El Holocausto, esa "herida abierta" que reconoce como su único tema, le hizo retraerse a la subjetividad de su yo superviviente y considerar la Historia como el monstruoso Moloch de la objetividad. Se pregunta, asimismo, si hubiese podido hacer su literatura tal y cual es en una sociedad libre. Insinúa, incluso, que la densidad metafísica que la caracteriza probablemente hubiese sucumbido ante las infinitas posibilidades de una forma narrativa más brillante que la que efectivamente nos ofrece.

Bienvenida sean tanto aquella trascendencia como esta dificultad, y ojalá nuestros lectores sorprendan también a Imre Kertész dando cuerpo a una interlocución en la que él no pensaba cuando escribía Fiasco. Una novela especular que repite tres veces un mismo planteamiento: el de un autor a la busca de su obra. En el centro de esta myse en abîme está, precisamente, Gyürgy Küves, el protagonista de las otras dos novelas de la trilogía. Pero él es personaje de un viejo novelista, y primer destinatario de otro texto menor, escrito por su amigo Berg, que se titula "Yo, el verdugo...", donde tan solo se esboza, en clave memorialística, un asunto de envergadura: cómo apenas sin darse cuenta una persona puede convertirse en un tirano. Semejante argumento resulta una más de las variantes de aquella terrible pregunta que Kertész se hizo en Estocolmo: cómo la naturaleza humana se puede revolver contra la vida humana.

El traductor de Fiasco explica en nota que los nombres de los dos personajes mencionados, así como el de un tercer escritor que les acompaña, Sziklai, guardan relación con lo pétreo. Valga esta sugerencia para simbolizar lo lejos que está la obra de Imre Kertész de la levedad característica de tantas novelas hodiernas. Congruentemente, las dos referencias más útiles para reconstruir el horizonte literario desde el que Kertész escribe son Kafka y Orwell, y muchas páginas de Fiasco dan cumplida muestra de tan fecundas influencias. Por una vez el Nobel viene a contradecir lo que el título de esta novela de su último ganador significa: el fracaso del escritor cuya novela es considerada impublicable por los lectores de la editorial porque "la formulación artística de la materia de su experiencia no es acertada, aunque el tema es terrible y estremecedor" (páginas 39 y 59). Pero al premio le falta la ratificación de los lectores que esta meritoria traducción posibilitará entre los de lengua castellana.