Quiero dar testimonio hasta el final. Diarios
Victor Klemperer
26 junio, 2003 02:00Victor Klemperer, por Gusi Bejer
Es justo reconocer a la editorial Minúscula el no tan minúsculo mérito de haber presentado por primera vez en castellano -en buena versión del traductor Adan Kovacsics- al filólogo judeoalemán Victor Klemperer (1881-1960), como autor del estudio crítico LTI. La lengua del Tercer Reich (2001), testimonio escindido entre su amor a la lengua materna y el odio a la jerga de los verdugos. Ahora Galaxia Gutenberg ha colmado otra laguna con esta edición de los diarios de Klemperer, exquisitamente traducidos y anotados por Carmen Gauger, que en 1997 ya nos regaló la versión castellana de Seguir viviendo, la lúcida autobiografía de la germanista Ruth Klöger, una de las pocas niñas judías supervivientes del holocausto nazi.Conviene señalar que estos voluminosos cuadernos de Klemperer, publicados por primera vez en Alemania en 1995, han permanecido inéditos durante bastantes años, incluso bajo el régimen de la República Democrática Alemana.
El lector alemán sólo conocía los fragmentos incluidos en el análisis crítico de la Lingua Tertii Imperii, (1946), que recoge el poso de las reflexiones filológicas destinadas a refutar la infame acusación antisemita: "cuando el judío escribe en alemán miente". Por lo demás, a pesar de los honores tributados al viejo profesor romanista por el nuevo gobierno impuesto en Dresde tras la segunda guerra mundial, los diarios no habrían burlado la censura, pues el diarista, hombre de talante liberal, admirador de Voltaire y Montesquieu, no profesaba, a la sazón, demasiada simpatía por el comunismo e incluso insistía en el estrecho parentesco entre bolchevismo, nacionalsocialismo y sionismo como variantes de nacionalismo excluyente. De hecho, muchos de los rasgos definitorios de la cháchara hitleriana (tendencia al superlativo y al eufemismo mendaz, culto a la personalidad, predilección por el lenguaje técnico y burocrático, influencia del léxico publicitario, función litúrgica) podrían predicarse también de la retórica estalinista e incluso de ciertos usos lingöísticos en la parla democrática.
Los diarios que reseñamos comienzan el 14 de enero de 1933 y finalizan el 10 de junio de 1945. Durante estos largos años, Victor Klemperer, casado con una mujer "aria", Eva Schlemmer, anota con perseverancia y sobriedad las vejaciones y humillaciones sufridas bajo el Tercer Reich: la expulsión de su cátedra, las expropiaciones, la prohibición de consultar bibliotecas o visitar jardines, las obligadas mudanzas a Casas Judías, la imposición de trabajos forzados, la estigmatización, la constante e imprevisible amenaza de deportación y exterminio, la idiocia e impiedad de vecinos germanos o judíos ante la ignominia y el desafuero, pero sin ocultar los escasos gestos de generosidad de la población alemana.
Son memorables las páginas dedicadas a la tormenta de fuego que asoló la ciudad de Dresde el 13 de febrero de 1945 bajo las miles de toneladas de bombas incendiarias arrojadas por las fortalezas volantes británicas; azar que posibilitó a la pareja Klemperer su desesperada fuga hacia Múnich a través de las ruinas de una Alemania desolada y próxima a la derrota. Entrañable es el cuidado mutuo que se prestan ambos en los momentos de fragilidad, su costumbre de leer en voz alta, el amor a los gatos y al cine, su cercanía al humor y los chistes de las víctimas. Y sin embargo los análisis introspectivos de Klemperer no se ahorran ajustes de cuentas consigo mismo, el interlocutor más cruel, rasgo típico del diarista educado en la fe protestante que al no contar con el sacramento de la confesión no se engaña tan fácilmente con indulgencias.
Gracias a esta sinceridad en absoluto autocomplaciente, Klemperer reconoce a menudo cómo la sensación de poder que confiere el instante de la supervivencia suele imponerse a los estados de duelo y compasión. El paulatino proceso de desmantelamiento interno de su identidad alemana, el conflicto entre la imposibilidad y la necesidad de ser judío, el descubrimiento de cómo el vencido respira y vive según el lenguaje del vencedor (sin llegar tan lejos como Barthes que afirmó que todo lenguaje es "fascista", pues por su estructura implica una relación fatal de obediencia y alienación), la renuncia a todo consuelo filosófico o religioso sobre la invio-
labilidad de la dignidad interior, todo ello aproxima la obra de Victor Klemperer a la de Jean Améry. Ciertamente, el lector no se sentirá defraudado por este tesoro de memoria, coraje cívico e ilustración.