Image: Un día más con vida

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Letras

Un día más con vida

Ryszard Kapuscinski

23 octubre, 2003 02:00

Ryszard Kapuscinski, por Gusi Bejer

Traducción de Agata Orzeszek. Anagrama. Barcelona, 2003. 184 páginas, 12 euros

África no existe, es sólo un nombre. Su realidad física es demasiado grande, un cosmos heterogéneo, de riqueza indescriptible. Con parecidas palabras iniciaba Kapuscinski, que mañana recibe el premio Príncipe de Asturias de Comunicación, su obra maestra ébano, publicada en 1998 (aquí en 2000).

En Un día más con vida, escrita en 1976, afirmaba que "la guerra es instransferible". La asociación está servida: áfrica es la guerra. Incluso teniendo en cuenta que el interés del escritor polaco, para muchos el mejor reportero del siglo, se aleja de la descripción de la casquería bélica y de la gran política, es decir, de la áfrica más ruidosa y periodística; incluso sabiendo que Kapuscinski ha sido el viajero de las rutas no oficiales, autoestopista del desierto sensible a la vida atormentada de la gente, no es posible desdramatizar esta evidencia. El caso de Angola, país objeto de esta crónica, constituye la mejor prueba: un millón de muertos viene dejando una guerra que desde 1976 no ha cesado y que puede alargarse ad infinitum, mientras el petróleo de uno de los bandos o los diamantes del otro paguen las balas.

Ryszard Kapuscinski (Varsovia, 1932) viaja por primera vez a áfrica con veinticinco años y ha frecuentado el continente a lo largo de cuarenta. No es ningún jovencito insensato, inexperto ni sediento de gloria el que se jugó el cuello durante las semanas previas al 11 de noviembre de 1975, el día que nace la República Popular de Angola, en medio de una guerra por el poder de dos bandos angoleños (El MPLA y FLNA-UNITA) y una invasión del ejército sudafricano.

ébano es un libro que ofrece una visión de áfrica más global y madura, con el reposo y el dominio del veterano que ha sobrevivido a la malaria cerebral y a innumerables peligros. Un día más con vida, el libro preferido de Kapucinski, publicado ahora por primera vez en España, coge por el cuello al lector y lo deja enmedio de una calle de Luanda en septiembre de 1975, cuando los europeos asentados en Angola han empaquetado sus pertenencias y huyen en masa a otros países por aire y por mar. Kapuscinski nos presenta este fragmento de historia africana y europea desde su trinchera de testigo directo, sin aperitivo. El contexto irá cobrando color lentamente: el perfil de los líderes Holden Roberto, Jonas Savimbi y Agostinho Neto, la presencia de soldados cubanos, el impreciso frente, la inestabilidad de la metrópoli después de la revolución de los claveles. Lo que ha hecho de Kapuscinski el maestro de los reporteros de guerra y de los viajeros en áfrica lo captamos pronto. Pocas plumas son dueñas de tanta eficacia expositiva, seducen con tanto vigor y señalan con tanto talento.

Para empezar, la mencionada ciudad fantasma, una Luanda que se va despoblando mientras un Kapuscinski solitario, desde su puesto de observación en el hotel Tívoli, desespera ante la incertidumbre y el miedo. Esta es una ciudad sumida en el caos cósmico, en la confusión, una ciudad que muere como un oasis desecado, en la que el periodista se siente más expuesto al peligro que en el mismísimo frente. Se ha dicho de la escritura de Kapuscinski que parece provenir del ojo de un novelista. Parece un comentario impertinente, despectivo hacia el oficio periodístico, y muy discutible. No es el novelista es que revaloriza el relato, sino la condición rara de verdadero comunicador, de escritor con alma, lo que hace que un texto, sea novela o crónica o poema, desprenda "gracia". Nuestro escritor polaco demuestra ser de esta clase cuando describe la Luanda convertida en una gran serrería, la ciudad en la que todos fabrican cajas de madera, enormes los ricos, pequeñas los pobres, para empaquetar sus bienes y subirlos a algún buque. Algunas cajas tienen el tamaño de pequeñas casas de verano y albergan salones y dormitorios enteros. Se nos describe la histeria del salvamento, la avaricia materialista en un éxodo que no deja atrás el menor cachivache. Esa descripción de la "ciudad de piedra que iba perdiendo valor en favor de la ciudad de madera" nos la está haciendo el mejor Kapucinski. El primer apartado concluye con una capital hedionda, "un esqueleto desnudo pulido por el viento".

"Escenas del frente", el segundo apartado, ocupa casi sesenta páginas con los viajes de Kapuscinski a los frentes norte y sur, por una alocada e improvisada ruta a ciegas. Cientos de kilómetros en todoterreno, en avión, sin ninguna garantía de regreso. Kapuscinksi asiste a los últimos estertores de un ejército del MPLA de Agostinho Neto que hace la guerra ya sin municiones. En el camino, viendo el contraste entre dos mundos lindantes, el lujo y la miseria, uña y carne en Benguela, donde los Alfa Romeos de los blancos se aparcan a cien metros del desierto y el barro sobre el que viven los negros, Kapuscinski escribe uno de esos párrafos de antología: "Pero a lo largo de sus vidas (los negros) aún no han llegado a ese grado de autoconciencia que impele a clamar justicia o a tomársela por su mano". Por eso esta guerra se incuba desde 1948 en cenáculos culturales formados por africanos que han ido a la universidad y han visto mundo y han aprendido que la descolonización es su oportunidad para acumular riquezas y privilegios: Neto, Roberto, Savimbi.

En Benguela, Kapuscinski consigue que el comandante en jefe Monti le ponga un escolta a él y a unos reporteros protugueses para ir al frente de Balombo. El escolta resulta ser mujer, Carlota, un fascinante cocktail de dureza y belleza del que todos se enamoran y que morirá ese día en combate, poco después de dejar a los periodistas en el coche de vuelta.
Ahora entendemos la complejidad de la guerra "intransferible" de un país como Angola, que abarca un territorio mayor que Francia, Alemania Federal, Gran Bretaña e Italia juntas. La inexistencia del frente: la tierra es demasiado vasta y los hombres demasiado pocos para que exista una línea de frente. Los frentes que descubrió Kapuscinski no formaban líneas, sino puntos, cientos de ellos porque había cientos de destacamentos, potenciales puntos de batalla en una guerra de emboscadas, que se detenía a las horas de excesivo sol y los fines de semana. En su acercamiento casi suicida al sur, Kapuscinski se entera de la inminente invasión del ejército sudafricano. Es la gran noticia y corre a Luanda a esperar el desenlace e informar. La guerra cambiaba: pasaba de las guerrillas a los ejércitos regulares con armas pesadas.

Veinticinco años después en Angola, el principal país proveedor de esclavos de la historia de la humanidad, el bantú sigue siendo una lengua que no conoce ese tiempo verbal llamado futuro.


KAPUSCINSKI FOTóGRAFO
Que Ryszard Kapuscinski es uno de los grandes reporteros contemporáneos, que ha dotado de dignidad literario el género del reportaje, son cosas sabidas por todo el mundo. Lo que no todos saben es que durante sus cuarenta años de andanzas africanas Kapuscinski no ha dejado nunca de llevar consigo su cámara fotográfica, que ha sacado "algunos miles de fotos", como él mismo cuenta, "muchas de las cuales se han perdido, unas veces por culpa de las condiciones climáticas, otras porque me fueron confiscadas en los varios frentes y confines de las interminables guerras africanas". Pese a todo ha conseguido "reunir un discreto archivo". Sin embargo, estas no son fotografías hechas a la vez que su trabajo como periodista. él mismo dice: "No soy capaz de recoger material para una agencia de prensa o para un reportaje y al mismo tiempo sacar fotografías: no consigo ser a la vez periodista y fotógrafo. Para mí son dos actividades completamente distintas, separadas, la una excluye a la otra. Por eso como periodista miro el mundo de un modo distinto a como lo miro como fotógrafo, busco otras cosas, me concentro en problemas de otro género". "Cuando, como periodista, recojo materiales para una crónica y hablo con el jefe de un clan, me interesan sus opiniones, sus impresiones, sus pensamientos. Pero si voy a su encuentro como fotógrafo me interesan cosas muy distintas: la forma de su cabeza, los rasgos de su rostro, la expresión de sus ojos". Sobre la representación fotográfica Kapuscinski dice que "es por naturaleza un poco sentimental, pues una foto puede fijar apenas un breve instante, una sola fracción de segundo; por lo que, mirándola, sabemos que el instante representado ha pasado: estamos mirando un pasado que ya no existe". De todos modos "cada vez que tomo la cámara fotográfica lo que busco es la felicidad de aferrar el instante fugitivo y, al mismo tiempo, la tristeza que de esta captura no me quedará en las manos más que un trozo de papel coloreado".


NOMBRES PROPIOS
El dictador etíope Haile Selassie es el protagonista del más conocido libro de Kapuscinski, El emperador, reportaje que relata la caída del anacrónico régimen de Selassie.

áfrica ha sido el destino predilecto de Kapuscinski, pero no el único. También el Irán de Reza Pahlevi y Jomeini fue retratado por el bisturí del periodista polaco en El Sha o la desmesura del poder.

Salman Rushdie, uno de los grandes admiradores de Kapuscinski, dice que "no creo que esté del todo bien de la cabeza, teniendo en cuenta los riesgos que afronta".

Gabriel García Márquez llama "maestro" a Kapuscinski, quien dice: "En mi país García Márquez es un mito. Me pregunto de dónde viene su enorme popularidad. Creo que del profundo humanismo de su literatura".

Paul Auster ha dicho que "no puedo pensar en otro escritor o novelista vivo, poeta o ensayista cuyo trabajo sea más importante para mí que el de Kapuscinski".

La figura de Ryszard Kapucinski llama la atención a muchos por su aspecto viajero. John Berger considera a Kapucinski "un viajero genial", y añade que "probablemente conoce el mundo mejor que nadie".