Image: Los mitos de la Historia de España

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Letras

Los mitos de la Historia de España

Fernando García de Cortázar

11 diciembre, 2003 01:00

Fernando García de Cortázar. Foto: Mercedes Rodríguez

Planeta. Barcelona, 2003. 367 páginas, 17 euros

"Los mitos que surcan las páginas de este libro responden a la segunda definición que recoge la Real Academia Española en su diccionario, giran sobre leyendas y narraciones que distorsionan el pasado, entorpecen su conocimiento, lo derrumban de otoños o lo engrandecen de glorias".

Nada más expresivo sobre el sentido y tono de la obra que las palabras del propio autor en la primera página. Y algo más adelante, en el mismo prólogo, con la fidelidad al estilo claro y directo que le ha hecho ganar miles de lectores en los últimos años, dice García de Cortázar: la clave de este universo mítico conlleva siempre la manipulación, lo cual significa el arrebato sentimental, pero también cuando conviene el olvido y la creencia impuesta. Frente a tantas máscaras y recuerdos falsos, aquí se trata de afirmar una nación "desnuda de fábulas y leyendas, donde la razón predomine sobre la ingenuidad". Más allá de este propósito teórico, suficiente para aplaudir sin reservas una obra de estas características, hay una dimensión práctica. García de Cortázar tiene un privilegio -ganado a pulso- que le supone en mi opinión una responsabilidad añadida: él llega adonde la inmensa mayoría de los historiadores no pueden llegar, a ese gran público que no es experto en historia pero está ávido de ella y, sobre todo, a esa inmensa masa de conciudadanos que exigen como norte de su actitudes cívicas una información veraz sobre nuestro pasado. Plena- mente consciente de ello, el autor acepta así el desafío de contrarrestar un bombardeo mediático y una controversia política caracterizados por la simplificación o el apaño sectario, abriendo un reducto al examen desapasionado de los hechos, porque "un país en democracia no necesita de mitos". Un terreno de juego, por usar el símil deportivo, tremendamente complicado, porque aquí no bastan el argumento y la demostración.

García de Cortázar se distingue, entre otras cosas, por su talante positivo y optimista, una actitud personal que traslada al propio entendimiento de la trayectoria secular de España. Uno de los capítulos combate precisamente la patraña de la decadencia como estigma que acompaña como una sombra o maldición toda la historia hispana. Examinando el conjunto de distorsiones que constituyen la materia del libro, uno no estaría tan seguro de compartir esa óptica esperanzada, sobre todo en lo tocante a la pervivencia de unos mitos nacionalistas que aparecen cada día más sólidos y más refractarios a la confrontación racional de los acontecimientos. En este sentido me parecen modélicas las páginas que desmontan pieza a pieza la falacia construida por el nacionalismo catalán de una Cataluña moderna, burguesa y progresista frente a una Castilla arcaica, rural, reaccionaria y centralista. Pero al mismo tiempo los hechos recientes muestran que el mito se alimenta de sus propias ensoñaciones.

Otros ámbitos y temas conducen a una actitud menos desengañada. En esta nómina de mitos hay algunos que pueden darse por superados (la España romántica) o clausurados (la paz de Franco), mientras que otros aparecen formalmente como lastres del pasado (guerra civil, violencia política), aunque conti-núan gravitando sobre el presente por su pervivencia en minorías que lo usan como chantaje: ahí está el terrorismo vasco y sus secuelas en forma de exilio silencioso que prolonga tantos otros de nuestra historia. Pese a su importancia, estos mitos no preludian un peligro de involución pero a cambio, se dice en uno de los mejores capítulos ("Entre el arado y la Constitución"), falta en muchos sectores de la sociedad española algo esencial: asumir sin complejos nuestra historia, sin alharacas, pero también sin llanto. Se camina más bien en sentido contrario a lo que Azaña propugnaba en 1931: ahora lo "progresista" es sustituir lo racional por lo tradicional, vindicar lo primitivo, "una especie de pureza ancestral siempre agraviada y sin embargo intacta". Contra tanta sacralización del terruño y la aldea, bienvenido sea siempre el chorro de aire fresco, de verdades del barquero, que representa García de Cortázar.