Somos el tiempo que nos queda
Recopilación de la obra "casi completa" de José Manuel Caballero Bonald, un poeta con clara voz propia
19 febrero, 2004 01:00Todas las generaciones empiezan teniendo un núcleo aglutinador (del que algunos quedan fuera) se dispersan después, y vuelven a unirse, a menudo más por el reclamo crítico que por urgencias personales. Entre la nómina más clásica de la Generación del 50 (muy diezmada) Caballero Bonald (Jerez, 1926) ha sido siempre -quizá con Claudio Rodríguez, pero por distinto motivo- el más heterodoxo.
Y no sólo porque también haya sido el más plural en su escritura, desde Ensayos sobre el vino a significadas novelas o memorias. Nunca muy cercano a la llamada poesía de la experiencia (propugnada, sobre todo, por Gil de Biedma o por Ángel González) Caballero Bonald no se ha negado al realismo, pero lo ha querido trascendido por un cuidado lenguaje de tradición barroca, que ha ido haciéndose menos engolado y más sabia y eficazmente conceptista. Caballero Bonald -su poesía- parte siempre de la pura anécdota real para someterla al esguince de la mirada creadora, a un punto de vista distanciador (profundización o recubrimiento o lejanía con la anécdota) y un discurso cultista, cuyo eco interior persevera en la heterodoxia y la disidencia. Por motivos éticos, Caballero Bonald no desdeñó, en los finales años 50, acercarse a la poesía comprometida o social, pero me parece que esta faceta de su obra (quizá representada, sobre todo, en Pliegos de Cordel de 1963) es la que hoy le resulta más lejana al autor. Aunque nunca llegara a ser un poeta social al pie de la letra.
Su separación de la poesía -libros nuevos- entre 1963 y 1977, cuando aparece uno de sus dos libros mejores, a mi entender, Descrédito del héroe (mediando una novela como Ágata ojo de gato, que en 1974 tuvo un gran éxito entre los más jóvenes, que buscábamos nuevas aventuras lingüísticas) hizo probablemente que la fama de Pepe Caballero, quedara un tanto oscilante entre el novelista y el poeta. Si creo yo que hoy predomina de nuevo el poeta -como en su juventud- ello es debido a la alta y singular calidad de su último libro por hoy -Diario de Argónida, 1997- que reafirma un decir muy personal entre la meditación con lo real y la meditación sentenciosa en el lenguaje, y porque además desde la visión de una obra que se dilata ya en más de medio siglo (su primer libro es de 1952) podemos advertir que su novelística -incluso desde el aparente realismo de Dos días de septiembre, 1962- tenía una propensión lírica que un texto como Campo de Agramante no hizo sino reconfirmar, 30 años después.
Desde 1979, en que lo haría por segunda vez, esta es la única recopilación (con pocas supresiones y algunas correcciones) de la obra poética completa o casi completa, como el autor prefiere decir. Aunque en la nota inicial que preludia este tomo Pepe Caballero se presenta como un poeta casi perezoso (“mis relaciones con la poesía no se han caracterizado por la tenacidad”) y aún esquivo (“a veces he preferido abstenerme de cultivar un género que no me resultaba nada tentador en según qué ocasiones”) lo cierto es que el lector de esta poesía se sentirá rápidamente ante la certeza no sólo de un poeta auténtico, de un poeta con sello propio de buena retórica sabia, sino de un poeta con clara voz propia: barroca, conceptista, sensual, rebelde, siempre más lejos. Aunque Caballero -por ahí van los tiros- nos sugiera que en ocasiones le interesaba poco la poesía que prevalecía en su entorno o en su época. Un alto poeta con cuño propio.
Tengo bastante con vivir
No me hace falta más que un poco
de fe, que una mezquina veta
de esperanza, que un resquicio
de caridad, para poder
seguir llamándote
como ahora te llamo: patria impía,
piel aciaga de amor, vida quemada
en cada sueño, palabras repetidas
contra un muro de azar.
Aquí mi sed
se sacia con mi sed. No necesito
nada: tengo bastante con vivir.
J.M. Caballero Bonald