Image: Liquidación

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Letras

Liquidación

Imre Kertész

26 febrero, 2004 01:00

Imre Kertész, por Gusi Bejer

Traducción de Adan Kovacsics. Alfaguara. Madrid, 2004. 149 páginas, 16’50 euros

El misterioso protagonista de Liquidación, traductor y escritor -como el propio Imre Kertész- que se hace llamar simplemente Bé, había nacido en diciembre de 1944 en Birkenau, es decir, el campo de concentración de Auschwitz, donde, como se solía hacer con los bebés, en vez de ser tatuado con una letra y un número en el brazo lo fue en el muslo.

Pero detrás de la B que le dio desde entonces nombre había una historia macabra: su madre, una judía húngara, había conseguido la complicidad de la blokova, la comandante polaca del barracón hospital, para ser inscrita como una prisionera política eslovaca que acababa de fallecer, lo que incrementaba las posibilidades de supervivencia del hijo que iba a dar a luz frente a las muy escasas de los judíos marcados con la letra A.

Este episodio recuerda el que narra Jorge Semprún en Viviré con su nombre, morirá con el mío, y habla de esa evidencia que el propio Kertész recordó en su discurso del Nobel: unas veces como elogio, otras como reproche, todo el mundo dice de él que es un escritor monotemático, pues el Holocausto y sus experiencias de los dos campos de concentración citados (Kertész también estuvo en Buchenwald) marcan toda su obra.

La publicación simultánea de la última novela del Nobel húngaro y del primero de sus diarios contribuye a ratificar esta condición suya de escritor obsesionado por lo que él llama "el mito de Auschwitz", que entre otras cosas significa el reconocimiento de que es tan propio de la condición humana el Mal como su opuesto, todo ello en un escenario en el que Dios ha muerto, idea que Kertész, traductor de Nietzsche, no comparte por completo. Se puede decir que las páginas de Diario de la galera ofrecen el mejor acompañamiento posible para la trilogía que dio fama a su autor, pero no dejarán tampoco de ser útiles para la cabal lectura de Liquidación (2003), que pese a su brevedad resulta todo menos un texto fácil, tanto en lo que se refiere a su temática sombría como a su propia composición. Sobre el recuerdo del Holocausto Kertész erige una especie de neoexistencialismo nihilista que contrasta con la intrascendencia y el optimismo pueril de la posmodernidad, calificada aquí como "la época de la catástrofe", consistente ni más ni menos que en el "ser sin Yo".

El escritor suicida que protagoniza Liquidación establece una terrible metáfora al aludir, en su carta de adiós, a "este miserable campo de concentración terrenal que llaman vida"; y en Diario de la galera, el propio autor, que cita en esta oportunidad a Sartre, reconoce que él procede de su mismo universo de pensamiento, por lo que quizá resulte ya intempestivo: "Mis raíces se hunden en el terreno de ese existencialismo posterior a la guerra: ¿aún pueden crecer frutos nuevos en tal terreno?". Sigue vigente aquí, como también lo estaba en Fiasco (1988), el ahondamiento en el porqué y en el cómo de la escritura, tema relacionable (como el discurso del Nobel apuntó) con un individualismo extremo del autor, que confesaba allí haber escrito exclusivamente para sí, como una liberación puramente subjetiva, en actitud de discreta pero radical rebeldía contra la opresión política del sistema kadarista sin pretender ni tan siquiera encontrar un lector. Casi como una cuestión de supervivencia personal. Y resulta muy significativo encontrar la misma actitud en Gao Xingjián (asimismo rehén de un régimen comunista), que tanto en sus textos teóricos como en la novela El libro del hombre solo afirma su convencimiento de que "yo no soy nada, aparte de mí mismo", y proclama su rechazo total a las limitaciones de la literatura dominada no sólo por las directrices políticas, sino también por la tiranía del mercado. En Liquidación el escritor suicida asegura también que "no quiero levantar mi tienda en la feria de la literatura", al tiempo que su editor y en cierto modo alter ego Keserö sólo cree en la escritura, lo único capaz de dignificar el caos del mundo, para concluir que "el hombre vive como un gusano pero escribe como los dioses".

Ambas obras, la de Kerstész y la de Xingjián, vienen a representar una bocanada de aire fresco en el enrarecido recinto de la literatura posmoderna. Nada se encontrará en ellas de levedad. Muy al contrario, y sobre todo en el caso del escritor húngaro, no se prometen atenuaciones, ni respiros. Volvemos a la Literatura con mayúscula, la de los grandes nombres y las grandes ideas, que por reflexionar sobre sí misma conduce a alguna de las múltiples formas de duplicación interior, de myse en abîme, que configuran toda metanovela.

En Liquidación comparte el protagonismo con Bé su editor, Keserö, cuyo nombre significa amargo, al igual que en Fiasco el de varios personajes tenía que ver con lo pétreo. Su frustración lo hace también, en parte, autor del texto al que pertenece en calidad de destacado personaje, para lo que Kerstéz juega hábilmente con la tercera persona narrativa -un narrador externo- con que la obra se inicia y concluye, y con el paso, sin solución de continuidad, a la primera. Desde el yo Késerö narra, en 1999, el episodio nuclear de 1990, el suicidio de Bé, y la búsqueda infructuosa de uno de sus manuscritos, el de una novela que finalmente sabemos ha sido quemada, siguiendo los deseos de su autor, por su ex esposa, Judith, una doctora que le facilitó la morfina necesaria para consumar su "suicidio filosófico", voz privilegiada igualmente con el uso del yo narrativo en un momento del discurso. Késerö cree, erróneamente, como albacea de Bé, que en aquella novela está la historia de los personajes de su entorno. Pero en realidad no trata tanto de acontecimientos como del sinsentido de la vida. Judith, la única que ha leído el manuscrito, revela que todo se resume en la lucha entre una mujer y un hombre que no le perdona su deseo de tener un hijo, tema que por cierto está, como el del suicidio, en las páginas de Diario... Se trata, pues, de "un escrito de acusación contra la vida", pero la historia de los personajes de Liquidación aparece reflejada en una obra de teatro escrita por Bé, cuyas sucesivas escenas responden punto por punto a sus reacciones y pensamientos una vez que han conocido su suicidio.

Prácticamente la mitad del texto de esta novela posee una estructura menos alambicada, no ajena a los recursos de la intriga novelística más común. Todo lo desencadena la llamada que Keserö recibe de Sára con la noticia, la visita a la casa de Bé, el encubrimiento de la mujer y el rescate de los papeles antes de que intervenga la policía. Y luego, la obsesión del editor por recuperar la hipotética novela que Bé había escrito y Judith destruyó tras haberla leído. Juego de espejos: lo que la novela no incluía está en la obra de teatro inserta en el texto, que en algún momento, a partir de un borrador, se reproduce asimismo con forma de verso libre; Késerö editor que quisiera ser escritor como sus pupilos; el estigma de Auschwitz presente en Bé es a la vez la obsesión de Judith, la mujer judía que no renunció a tener hijos con ádám y alienta, por ello, una leve esperanza.

Kertész distingue a nuestra literatura con una atención que a veces es imposible encontrar en los escritores franceses o anglosajones. En su diario le merecen cumplida atención tanto San Juan de la Cruz como Ortega y Gasset. Aquí, en Liquidación, al margen de lo que de Unamuno pueda haber, será Calderón de la Barca el que proporcione una de las claves para la comprensión de tan abigarrado ideario de la desesperación como el que esta novela encierra, y para trascender esa obsesión por Auschwitz que Kertész a la vez alimenta y teme como el fatal encasillamiento de su obra: "el delito mayor del hombre es haber nacido", rotunda sentencia enunciada, por otra parte -como Liquidación recuerda- mucho antes de Schopenhauer.