Letras

Hablando de lo que importa

Saramago. Ensayo sobre la lucidez

15 abril, 2004 02:00

Cuando Saramago tuvo que leer su discurso ante la Academia Sueca, allá por el Nobel, se dedicó a explicar cómo los personajes de las novelas que había ido escribiendo eran ahora sus maestros. Quizá por eso, guiado por la mano viajera de la Blimunda de Memorial del Convento o por los pasos de los tozudos habitantes de La balsa de piedra, el escritor está recorriendo Portugal de norte a sur, sin olvidar las Azores, esas islas que creíamos que eran máquinas de fabricar anticiclones hasta que tres políticos nos confundieron con su retrato y hubo que desplazarse para devolver contenido al nombre. Pues también a las Azores fue Saramago a presentar su Ensayo sobre la lucidez.

¿Qué pretende Saramago con estos viajes por su país? Esta pregunta se repite a menudo, a veces con sorna, a veces con admiración, porque queda fuera de lo común que un autor de su dimensión visite una aldea para dialogar con sus lectores y allí esté con la misma atención y respeto que en la capital. ¿Vender libros? ¿Hacer campaña política? ¿Aumentar su popularidad? No parece que vayan por ahí las cosas, según dice Zeferino Coelho, su editor y compañero en la caminada. Saramago va y viene de un sitio a otro no tanto para hablar de su libro sino de lo que su libro plantea. Entonces Saramago oye a un lector que le dice que tiene razón el comisario de policía de su novela cuando declara que al nacer es como si firmáramos un pacto para toda la vida, pero puede llegar el momento en que nos preguntemos quién ha firmado esto en nuestro nombre. Y entonces el lector y el escritor conversan acerca de lo que nos imponen como verdades absolutas, acerca de lo nombrado y lo innombrable y Saramago acaba confesando que otro de sus personajes, la chica de las gafas oscuras de Ensayo sobre la ceguera sabía lo que decía al afirmar que dentro de nosotros hay algo que no tiene nombre y eso es lo que somos. Quizá se llame alma, voluntad, tesón, inteligencia, algo, en definitiva, que es la puerta para que seamos más sabios. Y con muchos sabios se va encontrando Saramago en su peregrinación, con gente que expresa inquietudes y ansiedades, que se niegan a ser números de estadísticas, y que dicen que no son las ovejas sumisas que el poder anhela.

Esto es lo que va haciendo Saramago por su tierra: hablar y reencontrarse con seres humanos que no se han dejado seducir por los melifluos discursos de los varios poderes. Y lo más curioso es que nadie se ha rasgado las vestiduras ante el arranque de la novela, es decir, los ciudadanos votando en blanco, cosa que sí ha escandalizado a los creadores de opinión. Durante una buena decena de días la prensa portuguesa ha publicado artículos sobre Saramago y el voto en blanco, concluyendo la mayoría de los opinadores (con notables excepciones) que la propuesta (¿) del escritor es una aberración política.

No lo ven así los lectores, que hablan de la novela como de la vida misma y que manifiestan que son capaces de votar en blanco si los partidos políticos no responden a programas y los programas a la buena organización de la sociedad y al bien común, o sea, el de todos. Por eso, para no perder pie, para verse al lado de quienes leen y suman razones a las suyas propias, Saramago recorre Portugal. Es posible que de paso se vendan más libros, pero con menos esfuerzo se venderían si hiciera una campaña de publicidad. Pero entonces se perdería las miradas atentas de cada tarde. Y cada noche, cuando en el trayecto de vuelta Zeferino y Saramago comentan incidencias, ríen, pese al cansancio. Y es que pocas cosas dan más satisfacción que saber que se contribuye al humano debate, ése que asusta al poder y a nosotros nos hace cada vez más lúcidos y más soberanos.