Image: La batalla de Madrid

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Letras

La batalla de Madrid

Jorge M. Reverte

9 septiembre, 2004 02:00

Jorge M. Reverte

Crítica. Barcelona, 2004. 642 páginas, 24 euros

En septiembre de 1936, dos meses tras la sublevación militar contra la República, los contendientes coinciden en que la toma de Madrid es el factor decisivo. Los franquistas, que avanzan arrolladoramente desde el sur, creen que pueden resolver el conflicto en semanas: ganarán la guerra antes de fin de año, cuando conquisten la capital. Los republicanos consideran que si la ciudad cae todo estará perdido. En octubre comienza la batalla de Madrid.

Cualquier guerra -y una fratricida, mucho más- no se dirime sólo en el campo de batalla. Junto a otros muchos factores, pesan los símbolos. Franco es tan susceptible a ellos que no duda en desviarse provisionalmente de su paseo triunfal desde Extremadura para "liberar" el sitiado Alcázar de Toledo. Tan sólo cuando lo consigue pone rumbo a la capital, después de haber perdido unos días preciosos para sorprender a las defensas republicanas. Y se empeña en conquistarla desde el sur, una vía de acceso que no todos los estrategas de las tropas rebeldes consideran la más adecuada. Pero, equivocadas o no, las decisiones del Caudillo no se discuten. Se acatan.

Todo lo contrario sucede en el otro bando, donde la teórica autoridad del gobierno de Largo Caballero a duras penas llega a la calle, dominada por los sindicatos, los partidos más radicales, los voluntarios y los comités. Como cada cual tira para su lado, y el momento parece propicio para realizar la revolución propugnada por los más audaces, el resultado de facto es una anarquía profunda que sólo beneficia a los que saben pescar en río revuelto para su provecho particular: el sectarismo no es en este contexto el peor de los males, cuando de la ciudad se enseñorean los abusos de todo tipo y los ajustes de cuentas. Una situación, desde luego, poco propicia para establecer una defensa eficaz ante un enemigo mucho mejor organizado.

El "milagro" es que con esos antecedentes, escasos medios materiales y aún menos tiempo (cuestión de semanas, días incluso) se lograra improvisar una barrera que terminó siendo eficaz para detener la acometida. Tan inviable se veía en principio la resistencia desde las propias filas del gobierno que todos los miembros del mismo se marchan precipitadamente a Valencia, dando por hecho que la caída de Madrid es tan inevitable como inminente. El mando se concentra en una Junta de Defensa encabezada por el general Miaja, con representación de los principales partidos, y con el teniente coronel Rojo como inteligencia estratégica. El primer problema que se encuentra éste es que no dispone de ejército propiamente dicho, más allá de unas milicias que desconocen cualquier atisbo de disciplina, más motivadas para materializar sus ideales políticos que para entrar en combate abierto. Así las cosas, ¿cómo fue posible la defensa de Madrid?

Las más de seiscientas páginas del libro de Reverte pueden entenderse como un modo de responder a esa cuestión, aunque no son los aspectos estratégicos y tácticos -es decir, los mimbres de la historia militar convencional- los que más interesan al autor. Sin despreciar ese apartado, lo que constituye la esencia y el sentido de la obra es la captación del latido humano de la ciudad para lo bueno y lo malo. A menudo, dadas las circunstancias, en sentido superlativo: la vitalidad y fortaleza de tantos madrileños de a pie, pero también la vesania y crueldad hasta extremos inconcebibles. Sabemos sobradamente que cualquier coyuntura bélica es propicia para que aflore lo mejor y lo peor de la condición humana. El gran mérito de Reverte es acercarse a este tópico con ojos nuevos, como si nadie lo hubiese contado antes, y personalizar siempre las vivencias con nombres y apellidos. De este modo, el lector se encontrará en las antípodas de las frías estadísticas para sumergirse en las penalidades del ser humano concreto: del que combate en el Clínico, del centinela en la oscuridad de la Ciudad Universitaria, de la madre que huye con su hijo en brazos de los bombardeos, de los que se esconden, muertos de miedo, en lugares inverosímiles...

El autor estructura su retrato como hizo en su otra entrega sobre la contienda española, La batalla del Ebro, con capítulos en general muy cortos que, encabezados por la fecha, pretenden transmitir la evolución de los acontecimientos según la cadencia del día a día. Empieza en este caso el 27 de septiembre de 1936 y termina el 22 de enero del año siguiente, centrándose en la embestida y defensa estricta de la capital y dejando fuera batallas posteriores próximas geográficamente, como las del Jarama y Guadalajara, por considerar que pertenecen a otra fase de la guerra. El método, como ya sucedía en el aludido libro anterior con las trincheras, funciona bien para transmitir la angustia de los ciudadanos en el asedio y bajo las bombas, pero contribuye de manera inevitable a las reiteraciones, pues de principio a fin se consignan los mismos luctuosos avatares en el frente y en la retaguardia, como un círculo vicioso de pequeñas y grandes tragedias: emboscadas, avances y retiradas en la Casa de Campo, delaciones, sacas, destrucción de viviendas, y el miedo y el odio como motores permanentes de la vida cotidiana.

Quizás el rasgo más destacable de Reverte sea una meritoria contención que le lleva a morderse la lengua -aunque a veces deja escapar alguna alusión irónica- y a renunciar al comentario o al subrayado, para que hablen los datos desnudos y, sobre todo, los auténticos protagonistas con sus recuerdos. En un tema tan próximo y sensible, tan propicio a las mitificaciones o la efusión emocional, se agradece esa aparente frialdad. Es obvio que el autor no siente hacia los sitiadores simpatía alguna -por decirlo muy suavemente- pero el universo de la ciudad mártir dista mucho de componer un cuadro idílico de desprendidimiento y valentía. Al contrario, el Madrid asediado es un microcosmos espantoso, no sólo por la muerte y destrucción que siembra el enemigo, sino porque, obsesionados por los sabotajes y quintacolumnistas, los grupos incontrolados extorsionan, torturan y asesinan a mansalva en nombre de la seguridad o la revolución.

Héroes auténticos, como el alemán Beimler, hay pocos; menu-dean más bien los héroes postizos, como el ruso Kleber; y todavía más frecuentes son los seres de carne y hueso, con sus convicciones públicas y sus flaquezas privadas (desde Sender al propio Largo Caballero, que no sale bien parado), siendo excepcionales los que se baten en defensa de la vida humana y la legalidad (Melchor Rodríguez, máximo responsable de Prisiones). "Ninguna guerra es hermosa, incluso una guerra revolucionaria es horrible". Son palabras escritas en la trinchera por el poeta John Cornford, dirigidas a su mujer, a la que nunca volvió a ver.


últimos partes de la batalla
Jorge M. Reverte remata su libro con los últimos partes de guerra de los dos bandos en la batalla deMadrid. El franquista dice así:
"Ejército del Norte
7 división y división de Madrid. Sin novedad en todos los frentes, con ligero tiroteo".
El parte republicano es más elocuente:
"Frente del centro: Escasa actividad combativa. las tropas republicanas que guarnecen los sectores de Guadalajara, sur del Tajo, Aranjuez y otros se ocupan en trabajos de reconocimiento y aquellos que el alto mando les confiere.
En El Escorial y Guadarrama, fuego de fusil y cañón, sin consecuencia por nuestra parte. En Madrid, en las primeras horas de hoy, se han mejorado sensiblemente nuestras posiciones del subsector Parque del Oeste, y en las últimas de esta tarde fuerzas de la brigada Rovira han ocupado el grupo escolar de Vicente Blasco Ibáñez, situado a la derecha de los Mataderos, así como las casas inmediatas, posiciones éstas de importancia táctica, ya que ofrecen un excelente campo de tiro a nuestras tropas.
En la noche de ayer se pasó un legionario a nuestras filas".