Image: El sueño europeo. Cómo la visión europea del mundo está eclipsando el sueño americano

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Letras

El sueño europeo. Cómo la visión europea del mundo está eclipsando el sueño americano

Jeremy Rifkin

16 septiembre, 2004 02:00

Jeremy Rifkin, por Gusi Bejer

Trad. R. Vilà, T. Fernández y B. Eguibar. Paidós. Barcelona, 2004. 528 páginas, 25 euros

En su último libro, Jeremy Rifkin explora uno de los grandes temas de este comienzo de siglo: la creciente divergencia entre los valores y las aspiraciones de europeos y estadounidenses. Lo hace desde la perspectiva de un americano que conoce bien Europa y considera el nuevo proyecto europeo como el más apropiado para la nueva era global en la que ha entrado la humanidad.

Jeremy Rifkin ha escrito en los últimos años varios libros de éxito, todos ellos traducidos al español, y sabe la receta para producirlos. Un best seller sobre temas de actualidad debe proponer una tesis a la vez sugestiva, plausible y novedosa. En este caso la tesis se puede resumir en pocas palabras. El gran sueño americano que, enraizado en la ética protestante del trabajo y en el racionalismo ilustrado, postula el éxito individual a través del esfuerzo, resulta cada vez más obsoleto. En cambio la Unión Europea está gestando un nuevo proyecto de futuro, un sueño europeo, menos individualista, más cooperativo y más consciente de las interconexiones que caracterizan la vida en este planeta.

En las quinientas páginas del libro hay argumentaciones brillantes, tesis discutibles y también repeticiones innecesarias, pero su lectura resulta fascinante por el interés de los temas que aborda. Sus afirmaciones aportan vivacidad al debate sobre el futuro de Europa, que demasiado a menudo se centra en los detalles institucionales, es decir en todo aquello que hace tan aburrida la política europea y conduce a la creciente abstención de los electores. Necesitábamos que un estadounidense nos recordara el gran proyecto que tenemos entre manos.

Sus argumentos más convincentes aluden a cuestiones que en principio debieran resultar casi obvias para cualquiera que esté familiarizado con la realidad internacional y, sin embargo, distan mucho de haber sido asumidas por los forjadores de opinión. Algunos de ellos, como los relativos a la productividad europea o la capacidad de innovación de nuestras empresas, resultan halagadores. Otros, acerca del envejecimiento de la población europea y a nuestra impotencia militar, deben preocuparnos.

Las cifras del PIB por habitante parecen mostrar que los estadounidenses son bastante más ricos que los europeos occidentales, pero Rifkin recuerda que el PIB representa un instrumento bastante tosco para medir el bienestar de un país. Un elevado nivel de delincuencia, por ejemplo, induce unos gastos en seguridad, justicia y prisiones que se incluyen en el PIB, mientras que la seguridad ciudadana en sí misma no se contabiliza. La salud que se deriva de una dieta sana tampoco puede contabilizarse, mientras que sí se suman al PIB el gasto en una comida excesivamente grasa y los gastos sanitarios que de ello se derivan. Un PIB por habitante más alto no implica pues necesariamente una mayor calidad de vida.

Se oye también a menudo que la economía estadounidense es más productiva que la europea y ello es cierto respecto a la productividad por habitante e incluso por trabajador, pero no ocurre lo mismo con la productividad por hora trabajada, que es la más significativa del nivel tecnológico de un país. Lo que sucede es que en Europa se trabajan menos horas, debido sobre todo a que tenemos más vacaciones. Es decir que los europeos hemos optado por disponer de menos bienes de consumo, pero más tiempo libre, que los estadounidenses. Lo cual es sólo un ejemplo de nuestra opción por la calidad de vida.

Rifkin no sólo nos admira por ello, sino también por nuestras innovaciones en el terreno político. Frente al modelo del estado-nación que ha dominado la historia de los dos últimos siglos, Europa está creando nuevas formas de cooperación trans- nacional, que pueden servir de pautas para un mundo en que los desafíos son cada vez más globales.

Mucho menos optimista se muestra Rifkin al analizar nuestros problemas demográficos. El declive de la natalidad europea representa un formidable obstáculo para cualquier proyecto de futuro y de momento no queda otra salida que recurrir a la inmigración. Pero no contemos con que, en las circunstancias actuales, los inmigrantes se vayan a fundir en un crisol cultural común, como ocurrió en el pasado en los Estados Unidos. Debemos enfrentarnos al desafío de un futuro multicultural.

La orientación multilateralista y cooperativa de la política exterior europea le parece a Rifkin admirable, pero nuestra política común de seguridad le impresiona de momento poco. El gasto europeo en defensa representa la mitad del estadounidense, pero nuestras capacidades militares reales no se acercan ni de lejos a esa proporción. Eso contribuyó a que en Bosnia y en Kosovo, en pleno centro de Europa, los europeos fueramos incapaces de poner fin a conflictos sangrientos sin ayuda norteamericana. Es más, en la intervención contra Serbia a propósito de Kosovo, los aliados europeos resultaron casi un estorbo. Así es que la Unión Europea tendrá que optar entre dotarse de unas fuerzas armadas eficaces o ceder en exclusiva a los Estados Unidos el papel de garantes del orden mundial.

A mi juicio, estos son los puntos fuertes del libro. La filosofía ecologista de Rifkin, que en ocasiones deriva hacia un culto romántico de la naturaleza casi panteísta, no resulta tan convincente. Lo peor es que le lleva a no darse cuenta de que alguna de las soluciones que propone condenarían al Tercer Mundo a una miseria perpetua. La agricultura orgánica, por ejemplo, puede ser estupenda para los prósperos suecos, pero difícilmente se la pueden permitir los países en desarrollo. Y la preocupación por la remota posibilidad de que los cultivos transgénicos resulten dañinos es comprensible en países en los que sobran los alimentos, pero para el conjunto del mundo es más importante su capacidad de incrementar las cosechas.

A pesar de ocasionales caídas, como ésta, en los tópicos del anticapitalismo, el libro de Rifkin es valioso. Su última observación resulta particularmente atinada: los estadounidenses debieran quizá mitigar su optimismo un tanto ingenuo, pero a los europeos nos sobra escepticismo. Sin confianza en el futuro, ningún sueño puede realizarse.


¿Adiós al sueño americano?
Es posible que los europeos estemos construyendo un mundo mejor, pero lo que resulta indudable es que los Estados Unidos de América representan uno de los grandes logros de la historia. Por ello las páginas más inquietantes del libro de Rifkin quizá sean las que se refieren al presunto declive del gran sueño americano. Este se ha caracterizado por una peculiar combinación de fe religiosa, de patriotismo y de sentido individual de la responsabilidad. Según Rifkin, es este último elemento el que está perdiendo vigor.

La mayoría de los estadounidenses siguen viéndose a sí mismos como un pueblo escogido, son mucho más religiosos que los europeos o los japoneses y tienen un fuerte orgullo patriótico que, en contra de lo que sucede en muchos otros lugares, no se está debilitando en las generaciones más jóvenes. Pero la ética protestante del trabajo no goza de tan buena salud. El derecho a la búsqueda de la felicidad es uno de los pilares del credo americano desde la Declara- ción de Independencia, pero Rifkin teme que muchos jóvenes lo hayan confundido con un derecho a la felicidad inmediata, obtenida sin esfuerzo personal. La movilidad social, elemento esencial del sueño americano, se ha reducido y la solidaridad voluntaria, que impulsaba universidades, hospitales y obras sociales, parece atraer menos a las nuevas generaciones. Sería lamentable que los americanos perdieran ese sentido de la responsabilidad que a ellos les ha hecho grandes y que en la Europa actual tampoco sobra.


Un consultor activista
El activismo ha sido el modo de vida de Jeremy Rifkin (Colorado, 1943). El fundador y actual presidente de la Fundación de Tendencias Económicas de Washington es un habitual de las comisiones del congreso sobre las amenazas creíbles de guerra o el etiquetado de los alimentos genéticos, por citar tan sólo dos de sus múltiples preocupaciones. Además, y por ello es conocido sobre todo, es autor de casi una veintena de libros, casi todos ellos best-sellers de impacto sobre temas de actualidad, que examinan el impacto de los cambios científicos y económicos sobre la economía, la sociedad y el medio ambiante, traducidos a más de veinte lenguas y que le han proporcionado una reputación mundial de analista ecuánime y apasionado. Algunos de esos títulos son El fin del trabajo (1995; aquí Paidós, 1996) o El siglo de la biotecnología (1998; en España, 1999, Crítica), en el que pone el acento en los aspectos negativos de las tecnologías genéticas que suelen obviarse en los debates públicos. En 2000 publicó La era del acceso (Paidós, 2002), donde explora los cambios que sufre actualmente el sistema capitalista, y en 2002 La economía del hidrógeno (Paidós, 2003), un libro de economía futurista. Su visión de Europa no puede ser desinformada: fue asesor del ex presidente de la Comisión Europea Romano Prodi.