Adam Zagajewski

Adam Zagajewski

Letras

Tierra del fuego

14 octubre, 2004 02:00

Adam Zagajewski

Traducción de Xavier Farré. Acantilado. Barcelona, 2004. 79 páginas. 10,99 €

La poesía de Adam Zagajewski (1945) remite a un momento muy preciso de Europa, el final de los 70, en el que la cultura, más que la política, parecía la única forma de consciencia y de salvación.

Tierra del fuego mantiene las constantes de un amplio proceso de escritura que, con sus consiguientes cambios individualizados, han caracterizado a lo largo de más de treinta años la poesía de toda una generación. La de Zagajewski combina una forma especial y atenuada de culturalismo con un inteligente uso del monólogo dramático, del poema chino y de una eliotiana nostalgia medieval. Lo que le hace huir de la articulación cerrada del libro simbolista y optar por una concepción abierta, en la que los poemas son los únicos protagonistas de la textualidad. Un atemperado paso por lo metapoético (“Hace meses que no escribo/ni un solo poema”) y una activa y continua reinterpretación de la infancia lo convierten en un poeta elegíaco sin dejar, por ello de ser un poeta intelectual.

Zagajewski mantiene muy bien ese equilibrio entre uno y otro, y sabe extraer las posibilidades líricas de la anécdota y pasar de lo condensado más conciso a la más emotiva narratividad. Sus construcciones tienen un arranque grandioso que a veces se interrumpe (“En esta negra y pequeña ciudad, tu ciudad,/donde incluso los trenes se paran indolentes,/sin girar la cabeza a sus destino últimos,/como desafiando las sombras y el hollín,/se alza en el parque un bloque gris de interiores perla”), como en este movimiento de “Jardín de las palmeras”, pero que, en otros, como “Pintores holandeses”, se prolonga hasta llegar a la siguiente evocación: “Decidnos, ¿qué es la oscuridad?”.

Dotado de un profundo sentido historicista -visible en “Postales”, “Años treinta”, “La muchacha de Vermeer”, “Robespierre ante el espejo” o “Degas: en la sombrerería”- el tiempo en él no toma nunca la fría forma de concepto sino la más cálida de angustia o de verdad existencial. “Refugiados” es un ejemplo de ello: “Esto puede ser Bosnia, hoy,/Polonia en septiembre del 39, Francia/ (ocho meses después), Turingia en el 45,/Somalia, Afganistán, Egipto”. El poema se convierte así en espejo de vida y en testimonio de reflexión histórica y moral. Esto es lo interesante de este culturalismo ético, en el que el compromiso no renuncia al rigor de su formulación. Zagajewski insiste en que “el sufrimiento nos persigue/o nos adelanta, e increpa a las banderas: Volved a vuestros campos de algodón”; recorre tanto los siglos como los espacios y anota, en su cuaderno de viaje, las impresiones propias de un excelente y sabio observador: “Florecían los tilos, y con fervor lo extraño”, o “pesaba más la puesta de sol que el horizonte”.

Su visión no puede ser más clásica: “lloro” -dice- porque todo perece y cambia/y regresa, pero nunca es igual”. Tampoco su elegía es la hoy más en uso, sino una variante en la que abunda la acumulación de las imágenes catalizadas hacia un sentido único resuelto en el tono de su perfecta gradación final: “Esto era el temor, lleno de culpa. Esto el coraje,/lleno de angustia. Esto la angustia, llena de fuerza”. Multitud de claves y una amplia variedad de registros orquestan esta escritura tan serena como profunda y tan modernamente religiosa como estéticamente moral, en la que el lector reconoce la verdad de un poeta que han encontrado los ritmos de este tiempo, los símiles de esta época y las nostalgias y deficiencias de esta edad.

La versión es precisa y correcta: nos acerca un mundo a través de la plural geografía de su voz. Y lo hace, como su original, de una manera poética muy clara. Tierra del fuego abre nuevos caminos a la más reciente poesía europea, que tiene, en Zagajewski y en su poema “Tres ángeles”, otra manera de poetizar a partir de la recalificación de la sintaxis. Tal vez sea la mezcla de imagen y sintaxis lo que confiere a esta obra su más alto grado de originalidad. Eso y una instancia metafísica que le procura una muy controlada dosis de misterio: una especie de enajenación mística en su poética inmersión en la realidad.

En la belleza ajena

La faceta como poeta de Zagajewski se refleja también en En la belleza ajena (Pre-Textos) donde la evocación del pasado no discrimina entre vivencias y ensoñaciones, experiencia y conocimiento, recuerdo e imaginación. Surge así una prosa de altísima calidad, que se muestra igualmente eficaz para la introspección y la denuncia política, el estudio de las emociones y la descripción de los paisajes. La repatriación forzosa de sus padres revelará a Zagajewski la esencia de la dominación totalitaria. La etapa universitaria no será menos decepcionante que la conciencia de crecer en un país privado de libertades. La vida espiritual se perfila como el espacio donde comparece el mundo con toda su carga de dolor y belleza. Zagajewski teoriza sobre la creación artística. El aria “Ebarme Dich” de la Pasión según san Mateo de Bach constituye el “corazón absoluto de la música”, el alma de una Europa que sólo se reconoce a sí misma en las obras del espíritu. En la belleza ajena es un libro extraordinario, uno de esos milagros que nos recuerda la trascendencia de la literatura. Zagajewski pertenece a esa clase de escritores que sólo se conforman con la verdad.