Image: La sociedad invisible

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Letras

La sociedad invisible

Daniel Innerarity

28 octubre, 2004 02:00

Daniel Innerarity, por Gusi Bejer

Premio Espasa 2004. Espasa. Madrid, 2004. 227 páginas, 19’90 euros

Fiel a la orientación "mundana" del pensar evidenciada ya en sus últimos libros, Daniel Innerarity deja claro de entrada el objetivo de éste: comprender, al menos tentativamente, el mundo actual, su sentido y su inteligibilidad

Resultado de tal esfuerzo es una ambiciosa teoría -en el más amplio y menos técnico significado del término- de la sociedad actual en cuanto "sociedad invisible". Una teoría que el propio autor identifica con una interpretación filosófica del siglo XXI atenta, como no podía ser de otro modo, más al sentido de las cosas que pasan que a la acumulación erudita de datos. Lo que debe ser asumido como una toma de posición buscadamente antirreduccionista, desde la que es repudiado cualquier posible sacrificio de la actual y, a lo que parece, casi inabarcable complejidad "en el altar de una ley única que pudiera aclarar el paisaje social". Un paisaje opaco, vulnerable y acosado por riesgos y contingencias cada vez menos previsible, que escapa, en opinión del autor, a nuestra comprensión teórica y a nuestro control práctico en una medida "más inquietante que en otras épocas menos perplejas acerca de sí mismas".

Innerarity se une así a cuantos dan hoy en creer que la filosofía debe abandonar tanto su tradicional inclinación a moverse en coordenadas intemporales cuanto su no menos tradicional búsqueda autode- fensiva de refugio en el exclusivo cultivo, no poco meritorio en ocasiones, de sus grandes clásicos. Así concebida, la filosofía, atenta a "lo que pasa" y, por tanto, a "lo que nos pasa", esto es, a nuestra actualidad y su sentido, se identifica con una muy concreta "ontología del presente". Que Innerarity cultiva desde las premisas de la "filosofía de la sospecha". O lo que es igual, desde la convicción de que "las cosas no son lo que parecen" o, por decirlo con uno de los grandes clásicos de esta corriente, de que esencia y apariencia no siempre coinciden. A la manera de un detective o un espía, el filósofo deberá indagar, en un mundo "mediático y mediado", lo que se esconde tras los signos, el imaginario cultural, los mensajes y las representaciones, tarea que Innerarity identifica con la de búsqueda no sólo del envés de lo que se nos ofrece primariamente, sino de "un lugar vacío", de "un intervalo en la superficie de los signos" que haga posible desenmascarar, incluso alentar "una revelación de la que no son capaces esos signos, ni cabe esperar de la sinceridad de sus emisores".

Pero este filósofo, llamado a universalizar el imperativo de la sospecha hasta el punto de llevarla a incluir una sospecha sobre sí misma, se autodefine también como "crítico". Innerarity es consciente del mal momento que atraviesa la conciencia crítica y, en general, toda forma de negatividad teórica o práctica dada la despotenciación cultural a que ha sido sometido lo negativo en el marco de una "normalización" muy lograda de las opiniones críticas y de las conductas transgresoras, que "ni revelan algo oculto, ni provocan o alteran" ya lo más mínimo en un marco general opaco o "invisible" que priva de toda legitimidad a sus reiteradas pretensiones autolaudatorias de transparencia. ¿Quién no desea hoy ser crítico o heterodoxo, o sea, creativo, diferente, original, artista, en fin, de sí mismo? Y, con todo, Innerarity cree posible -e incluso obligado- reivindicar la crítica. Pero, claro es, la "crítica buena". Por lo tanto, ni la que se agota en fórmulas inanes de rechazo absoluto, ni la que no desborda los estrechos límites de la agitación polémica diaria, ni la "crítica sin teoría" cultivada por profetas, activistas y militantes de las causas más diversas, cuya heterogeneidad es agrupada por nuestro autor bajo el rótulo de lo "no gubernamental". La crítica de la que Innerarity se reclama, apoyándose, en cierto modo, en Adorno y Bourdieu, es una crítica problematizadora que extrae su capacidad de oposición de "la fortaleza de su observación sobre la realidad" y de "la distancia que le permite formular sus críticas de modo que configuren una teoría". Y que se atreve a decir lo que "no se puede decir", esto es, "lo incorrecto, lo prohibido", diciéndolo con el debido fundamento y con la no menos debida legitimidad moral, que extrae tanto de los principios normativos que le guían como de su propia capacidad de autocrítica.

Convendría recordar que la constatación del usual desajuste entre la esencia y la apariencia generó en su día varias disciplinas "científicas" o, cuanto menos, de factura pretendidamente teórica. O abrió al saber algunos continentes nuevos: el de la historia y los procesos productivos (Marx) y el del subconsciente (Freud), igual que llevó a roturar los "bajos fondos" de la cultura occidental, incluidas sus categorías metafísicas y morales más características (Nietzsche). Innerarity comparte con aquellos pioneros la convicción de que el investigador social debe "sospechar y darle la vuelta a las cosas", aunque su propio horadamiento de las apariencias apenas tiene en cuenta los mecanismos económicos y su función en los procesos sociales, lo que resulta llamativo en un mundo en el que las constricciones económicas están limitando decisivamente, según muchos, el ámbito de juego de la política.

La hipótesis de que la "virtualización de la sociedad", la emergencia de los espacios deslimitados de la globalización, la explosión del pluralismo y la consiguiente diversificación de los modos de vidas, la incertidumbre o la crisis de los sistemas de representación (epistémica y política) imposibilitan seguir hablando ya de visibilidad o transparencia a propósito de la sociedad actual es, sin duda, pausible. Y nuestro autor hace un notable esfuerzo por iluminar algunos de los rasgos o componentes de ésta: el terrorismo, la violencia, las nuevas guerras... Pero nunca deja de moverse -a diferencia de sus grandes predecesores- a otro nivel que el fenomenológico-descriptivo, por mucho que la suya sea una descripción con una fuerte carga interpretativa, que tal vez algunos lectores encontrarán, con todo, demasiado "impresionista". Que semejante empeño exige una notable sagacidad y una imaginación creadora poco común cae por su peso. Pero apoyarse en resultados parciales o inconexos de científicos sociales como Beck, Giddens, Hefstadter o Luhmann no equivale a procurar "explicaciones" dignas de ese nombre, ni menos a investigar nexos causales.

Es posible, por otra parte, que la tesis -de la que Innerarity parte- de nuestra sociedad como el inhóspito solar de la heterogeneidad, el caos, el desorden o la ingobernabilidad, así como de la progresiva debilitación de lo asumible como "real", condiciona en exceso la inabarcabilidad o incluso "pérdida" de lo que desde el asentamiento de los procesos de modernización se ha dado en llamar "sociedad". Una tesis abismática. Y que parece pasar por alto que el "todo" como tal -natural o social- nunca resulta teóricamente abarcable. Pero como en otros de sus libros, Innerarity no duda en obsequiar al lector, tras haberle llevado al borde del precipicio, con un final moderadamente feliz. Porque ese inhóspito solar sería también la sede de una libertad ayer inimaginable, de un pluralismo irrenunciable y de un dinamismo social ejemplar. Su verdadero rostro sería, pues, bien conocido: el de la "sociedad abierta", a pesar de todo.


Los beneficios del miedo
En el cap. 7 explica Innenarity que "el deseo de seguridad absoluta se inscribe en el marco de una sociedad que acaricia la posibilidad de un triunfo total sobre el destino. Se trataría de someter todo al control humano, sin que nada se nos escape de las manos. Todo lo que el hombre hace debe estar presidido por el imperativo de la seguridad, como una especie de nuevo control de calidad sobre las acciones humanas:la economía, el sexo, la salud... Esta convicción y las correspondientes expectativas de seguridad se han visto sacudidas bajo las condiciones de la sociedad del riesgo".