Abilio Estévez. Foto: Domenec Umbert

Abilio Estévez. Foto: Domenec Umbert

Letras

Abilio Estévez: "Sin miedo la vida sería terriblemente aburrida"

Es, seguramente, el autor cubano actual más celebrado internacionalmente después de conseguir doce ediciones con su primera novela, que fue traducida a catorce idiomas. Ahora publica 'Inventario secreto de La Habana' (Tusquets)

9 diciembre, 2004 01:00

El 30 de noviembre fue liberado, tras un año en las prisiones castristas, el poeta Raúl Rivero. Casi al mismo tiempo veía la luz Inventario secreto de La Habana (Tusquets), de Abilio Estévez (La Habana, 1954), quizá el autor cubano actual más celebrado internacionalmente desde que su primera novela, Tuyo es el reino (1999), superase en España doce ediciones, se tradujese a catorce idiomas y conquistase en Francia el premio al mejor libro extranjero. Español desde abril de este año, Estévez conversa sobre su libro y su nostalgia de la isla, de sueños frustrados e invencibles esperanzas, al tiempo que celebra con El Cultural la liberación de su amigo, “un gran poeta y un gran hombre. Seguramente es un gran poeta porque es un gran hombre”. Además publicamos los últimos poemas que Raúl Rivero escribió desde la cárcel.

En realidad, la segunda vida de Abilio Estévez lejos de La Habana discurre plácidamente en Barcelona, a pesar de lo cual la primera pregunta es inevitable, porque su Inventario secreto está empapado de nostalgia:

-¿Sigue sintiendo que La Habana le reclama después de cada ausencia?
-Sí, pero lo que me está sucediendo es un proceso rarísimo de regreso al pasado, pues La Habana que me reclama no es la que dejé hace dos o tres años, sino la de mi infancia, donde siempre he creído que fui muy feliz. No sé si esa felicidad es cierta, porque como sabes uno tiende a mitificar su pasado. Pero a lo que iba: no sé si lo que me reclama es la ciudad o una ciudad mentirosa, literaria, del recuerdo, llamada “mi infancia”, que no está en ningún sitio geográfico, sino en el lugar mucho más recóndito de mis afectos.

-Su libro está empapado de indefensión y miedo y tristeza. También asegura que sin ellos no se comprende La Habana... ¿con, o a pesar de Castro?
-Casi no puedo responder a esa pregunta. ¿Cómo fue o cómo será La Habana sin Castro? No lo sé. En el año 1959, yo tenía cinco años, lo que significa que toda mi vida en La Habana ha sido “con Castro”. Todo lo que imagino de La Habana anterior a él, está en los libros que quiero, en las novelas de Carrión, en Carlos Montenegro, en Lino Novás Calvo, en Paradiso, en los cuentos de Virgilio Piñera, es pura literatura. Mi indefensión, mi miedo y mi tristeza tienen unas circunstancias históricas muy concretas. Y no sé, no puedo saber, cómo hubiera sido de otro modo.

"Mi indefensión, mi miedo y mi tristeza tienen unas circunstancias históricas muy concretas. Y no sé, no puedo saber, cómo hubiera sido de otro modo"

-Sin embargo, su Habana tiene muy poco que ver con la que describía Reynaldo Arenas en Antes que anochezca, una ciudad de delatores dispuestos a sacrificar a cualquiera, mejor si era amigo, poeta y conocido, para ganar puntos ante el régimen...
-Desde luego, pero las dos son verdad. La mía es la de mi infancia de niño mimado por los suyos, y la de Arenas está condicionada por sus circunstancias. él llegó a la ciudad sin familia, casi sin amigos, así que su visión de La Habana es desalmada, porque La Habana lo fue con él.

-Sí, pero también usted, a pesar de la felicidad evocada en su libro, a menudo menciona “el placer del miedo”. ¿A qué se refiere?
-Quizá tenga que ver con lo que decía Rilke, creo que en su ensayo sobre Rodin, de que un artista es un hombre que está siempre bordeando un abismo. Supongo que ese miedo, ese riesgo, ese peligro es el que nos obliga a crear. Sospecho que sin miedo la vida sería terriblemente aburrida. Claro, hablo del miedo, o sea de la sensación de sentirse amenazado. Es decir, lo que precede a la catástrofe, no la catástrofe misma.

Rivero y la pasión por Cuba

-Siento la obviedad, pero es imposible hablar ahora con un autor cubano sin preguntarle cómo ha vivido la liberación de Rivero.
-Siento la obviedad de decirte que con una gran alegría. Es un gran poeta y un gran hombre. Seguramente es un gran poeta porque es un gran hombre. Lo conozco personalmente y he admirado su pasión por Cuba. Cuando habla de Cuba, su conversación se carga de fuerzas. Un hombre extraordinariamente apasionado y, escritor al fin, con un gran sentido del humor.

-¿Qué pasa con esos otros poetas y escritores que siguen encarcelados por sus ideas o por homosexuales, y que ni son Raúl Rivero ni han tenido apoyo mediático alguno?
-La verdad es que yo otro Raúl Rivero no conozco, pero evidentemente me parece abominable que alguien pueda ser encarcelado por sus ideas políticas o por su homosexualidad. Es tan obvio que no puedo considerar bien semejante monstruosidad a la que no sé cómo responder.

-Como escritores, como poetas y como hombres, ¿ha llegado la hora de reivindicar al fin a Virgilio Piñera, Heberto Padilla o Reynaldo Arenas?
-Yo no sé si es necesario “reivindicar” la obra de esos autores enormes. Yo creo que a la corta o a la larga, la obra, cuando es grande (y es el caso) termina imponiéndose. La reivindicación llega desde la propia obra y desde la propia sinceridad con que se escribió esa obra. Algo podemos hacer porque estén en nuestra vida diaria, pero ellos tienen poder o luz suficiente para tomar el lugar que merecen.

"Cabrera Infante es un escritor sin el que cierta Habana no podría entenderse. Los suyos son libros que no sólo ayudan a entender una ciudad, sino que instauran un mito"

-De todas formas, ¿qué relación tiene con el exilio de Miami?
-El exilio de Miami no es “el exilio de Miami”, no es de una sola pieza. Tengo muchos y grandes amigos que viven en Miami, como los tengo en México, Nueva York, La Habana o Viena. Lo importante no son los rótulos, sino las personas. Para mí es muy importante la tolerancia, que tiene que ver, claro, con la inteligencia y la sensibilidad.

-¿Y con Cabrera Infante?
-Cabrera Infante es un escritor sin el que cierta Habana no podría entenderse. Pero hay más: Tres tristes tigres, La Habana para un infante difunto, Así en la paz como en la guerra, son libros que no sólo ayudan a entender una ciudad, sino que instauran un mito, un misterio. Y sólo él y otro escritor excepcional, Novás Calvo, han logrado convertir el cubano hablado en un hecho estético.

-¿Por qué cree que muchos intelectuales europeos siguen defendiendo la revolución castrista?
-Porque es muy difícil aceptar que se ha perdido el rumbo. Te dije que la tolerancia es uno de los mayores valores en los que creo, de modo que no voy a juzgar a aquellos que se aferran a sus viejos sueños, e intentan defenderlos. Cuando viví en Italia, hace más de diez años, encontraba ancianitos que defendían la Italia de Mussolini. Era inútil discutir con ellos. Les hablabas de la muerte y ellos te respondían con que los trenes llegaban a su hora.

-Por supuesto, pero ¿los intelectuales españoles están a la altura del desafío que Cuba representa hoy?
-No sé, se han defendido posiciones políticas pero desde luego lo que menos ha importado son las personas, la dramática vida cotidiana. Ni ha importado ni importa nada.

Sin “coger lucha”

-¿Cuáles fueron, y siguen siendo, las peores consecuencias de ese “No cojas lucha” que caracteriza la vida de los cubanos de la isla?
-El acomodarnos, el acomodarnos siempre. El soportar lo bueno y lo malo con la misma alegre desidia, como si la solución no estuviera en nuestra manos. Como si todo estuviera en manos de un dios. La actitud pueril de alguien que no ha llegado a la madurez. Esperar, sólo esperar. Y en tanto, vivir lo más blandamente posible, sin “coger lucha”.

"Los problemas y alegrías de la isla no se ven desde la distancia. La isla sigue ahí, como una enfermedad, en mi piso de la calle Valencia de Barcelona"

-Desde abril es español... ¿cómo se ve desde la distancia los problemas y alegrías de la isla?
-Sí, ahora soy cubano y español. Pero un pasaporte no borra tu pasado y te transforma, como por arte de magia, en un hombre nuevo. Los procesos burocráticos no actúan como las lámparas mágicas de Las mil y una noches. Los problemas y alegrías de la isla no se ven desde la distancia. La isla sigue ahí, como una enfermedad, en mi piso de la calle Valencia de Barcelona.

-¿Y con quién trata, a quién ve...?
-A muchos amigos catalanes y cubanos, que no tienen nada que ver con la literatura.

-A pesar de lo cual en Inventario secreto de La Habana recupera el universo de Tuyo es el reino, es decir, paisajes y gentes de la infancia... ¿se reconoce en el niño que fue?
-Me doy cuenta que por más vueltas que le dé, como escritor, siempre estoy intentando recuperar aquel reino en el que “yo era mi propio dios, y me absolvía” (es la interpretación personal de los versos de un gran poeta cubano, Rolando Escardó). Sé que te sonará a algo ya escuchado, pero ese niño está ahí, dándome vueltas, acosándome, agrediéndome, y no entiende muy bien en qué realidad se encuentra ese otro señor, en cuya historia parece que tomó parte, y que ya tiene cincuenta años y está un poco cansado y decepcionado de casi todo salvo de esa cosa maravillosa que es la literatura.

-¿Qué cree que pensaría hoy Virgilio Piñera, su amigo, el “culpable” de que usted escribiera, y que fue tan perseguido por el castrismo, ante la agonía lentísima del régimen?
-No sé, él era un hombre rarísimo, aparentemente muy temeroso y en realidad muy valiente, pero creo que estaría hoy preocupado y al tiempo exaltado.

-¿Y qué les diría a esos jóvenes autores que hoy esperan en la Isla la oportunidad de “dar el salto” a Europa o Estados Unidos?
-No olvidar nunca, se esté en La Habana o en París, que lo importante es escribir. La literatura es lo primero. Por encima de naciones, tendencias y políticas. Siempre me gusta recordar aquella anécdota de Rilke persiguiendo a Tolstoi por toda Rusia para que le dijera una frase reveladora. Y el viejo Tolstoi, que ya estaba harto, le espetó: “¿Usted quiere escribir? Pues escriba y no alborote por eso.” ése es el detalle. Escribir, humilde y pacientemente. Sin querer hacer carrera política con la literatura y sin querer cambiar el mundo, sin esperar recompensas.