Image: El apogeo del Imperio. España y Nueva España en la época de Carlos III (1759-1789)

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Letras

El apogeo del Imperio. España y Nueva España en la época de Carlos III (1759-1789)

Stanley J. Stein y Barbara Stein

24 febrero, 2005 01:00

Carlos III, por Gusi Bejer

Trad. Juan Mari Madariaga. Crítica. Barcelona, 2005. 592 páginas, 27’95 euros

Nos hallamos sin duda ante un estudio exhaustivo sobre el comercio de España con sus colonias americanas durante el reinado de Carlos III. Esto -que no es poco- constituye el meollo de un libro que, sin embargo, pretende bastante más: el análisis a fondo del reformismo económico español y su relativo fracaso, objetivo este que no se logra en la misma medida.

La tesis principal del libro es que el reformismo más profundo fue el planteado por el marqués de Esquilache entre 1759 y 1766. El ministro italiano proyectaba un cambio sustancial de la economía y la sociedad de la metrópoli y su imperio, pero los elementos retardatarios afectados por sus medidas provocaron el motín conocido por el nombre de dicho ministro y forzaron al rey a destituirle. Se trataba de la alta y baja nobleza, eclesiásticos, burocracia colegial, miembros de los Cinco Gremios Mayores de Madrid, y comerciantes gaditanos y de las ciudades de México y Lima; es decir, las elites aristocrática, clerical burocrática y mercantil. A partir de la caída de Esquilache -y el miedo que provocó- el reformismo económico hispano tuvo que renunciar a todos aquellos aspectos que inquietaban a tales sectores, lo que impidió las reformas en profundidad que tal vez hubieran permitido a la metrópoli no sólo un mero crecimiento, sino también un desarrollo económico. De esta forma, y con una industria y un comercio de escasa entidad -los autores hablan de subdesarrollo al caracterizar la economía española- el mercado interior y el americano siguieron abasteciéndose mayoritariamente con productos extranjeros, sobre todo franceses, mientras el contrabando británico "conquistaba" las colonias hispanas. A todo ello contribuía el conservadurismo de las elites mercantiles de Cádiz y la ciudad de México, beneficiadas por un monopolio del comercio que se mantuvo largo tiempo, y que a pesar de las sucesivas -y tímidas- aperturas, mantuvo el virreinato de Nueva España ligado exclusivamente al puerto de Cádiz hasta 1789.

El comercio americano y su regulación, con los estudios, debates, memoriales, y diversas posturas ante las perspectivas y proyectos de cada momento, es la parte más voluminosa y valiosa del libro, que se sustenta sobre una copiosa información bibliográfica y una notable aportación de archivos, de entre los que destacan -además de los españoles, especialmente el de Indias- los franceses, que permiten a los autores comprobar la fuerte dependencia económica -y política- de la España dieciochesca con respecto a Francia. "El flujo de productos manufacturados franceses a España y a través de Cádiz hacia las colonias, y el flujo inverso de plata eran tan vitales para la economía francesa como para la inglesa".

Según una fuente coetánea, en 1765 el francés se hablaba en Cádiz tanto como el español. La dependencia de las reexportaciones se veía favorecida por la relación económica existente entre España y sus Indias. Después del golpe de estado contra Esquilache, los gobernantes españoles incrementaron la explotación de las colonias, siguiendo básicamente el tradicional modelo monetarista y fiscal, que tenía en la plata el principal de los productos, indispensable para financiar a una metrópoli que experimentaba un crecimiento sin desarrollo, reduciendo a la mínima expresión las posibilidades expansivas de la industria y el comercio autóctonos. Los gobernantes de Carlos III fueron así incapaces de aprovechar los recursos coloniales para modernizar la economía de la metrópoli.

Cuando Carlos III llegó desde Nápoles al trono español, no faltaban quienes pensaban que el mantenimiento del monopolio gaditano era incompatible con los objetivos desarrollistas propios del nacionalismo económico, y que una de las formas más eficaces de hacer frente al creciente contrabando británico en Indias era la posibilidad de abrir el comercio colonial a otra serie de puertos españoles, que hasta entonces solo intervenían a través de algunas compañías privilegiadas. El decreto de Barlovento de 1765 abrió Cuba y otras posesiones españolas del Caribe al comercio con varios puertos peninsulares; iniciativa que se amplió en 1778 a buena parte de América del Sur, pero de la que quedó excluida Nueva España, la más rica de las colonias españolas. Tales cambios beneficiaron esencialmente a Cataluña, "la muestra más brillante de desarrollo económico en la metrópoli" y también a la baja Andalucía, aunque en ésta se dio únicamente un crecimiento vinculado a la producción agraria para el mercado de ultramar.

Los Stein estudian también la economía de México en el siglo XVIII, en el que tuvo un crecimiento espectacular, con un enorme aumento de la población, la agricultura y la producción de plata, lo que reforzó el papel de la colonia como sustento financiero de la metrópoli, al tiempo que financiaba la mejora de las defensas de la Habana, constantemente amenazada por las bases inglesas en el Caribe. A causa de la creciente dependencia de Nueva España, los gobernantes decidieron librarse del monopolio mercantil que ejercían sobre ella los intereses comerciales y financieros de Cádiz y la ciudad de México. Tras la guerra de Independencia de las colonias inglesas de Norteamérica, que enfrentó una vez más en el Atlántico a España y Francia con Gran Bretaña, y en un momento de recesión de la economía de la colonia que, como no podía ser menos, tuvo efectos negativos en la península, en 1789 Nueva España se incorporó al sistema de comercio libre, lo que "cerraba un ciclo de esfuerzos intermitentes y vacilantes, que se había iniciado casi setenta años antes, para ajustar el tradicional régimen comercial trasatlántico español a los cambios acontecidos en la economía atlántica". Concluía así el intento de los años posteriores a 1778 por limitar, con el mantenimiento del monopolio, el volumen de las mercancías que importaba Nueva España.

El libro analiza también con detalle las relaciones comerciales con Francia, que exportaba hacia Cádiz un importante porcentaje de su producción textil de lino, lana y seda, al tiempo que absorbía cantidades apreciables de materias primas españolas (lana, carbonato sódico, seda cruda) y también añil y grana de México y Guatemala. Las ventas a las colonias españolas generaban un flujo de plata hacia los bancos privados de París o Lyon, al que se unían los envíos ilegales por vía terrestre. Todo ello explica los recelos y presiones franceses contra el tardío nacionalismo económico español y la influencia que éste pudo tener en la crisis del Antiguo Régimen en el país vecino.

Junto al comercio entre España y sus Indias, esencialmente México, otra de las partes importantes del libro es el estudio detallado del motín de Esquilache, sus instigadores, y el posterior ocultamiento de las responsabilidades, con la atribución de todas las culpas a los jesuitas. Se trató de un gran escarmiento aplicado a Carlos III, el patrocinador de las reformas, un auténtico caso de sedición, en el que, al parecer, tuvieron un papel decisivo el propio consejo de Castilla y su presidente, Diego de Rojas y Contreras, obispo de Cartagena. Para protegerse de tamaño delito de lesa majestad, "los líderes de la oposición a Esquilache borraron sus huellas manipulando el proceso legal de forma que su dictamen presentara como un movimiento anónimo, aparentemente espontáneo, lo que de hecho había sido una coerción irresistible". La alteración de la famosa orden de Esquilache sobre la vestimenta -destinada originariamente a fuerzas armadas y empleados del gobierno- no es sino una de las pruebas de tal conspiración.

Mucho menos interés tienen las consideraciones sobre otros aspectos del reinado, en los que los autores muestran una marcada tendencia a simplificar las cuestiones y un menor conocimiento de la bibliografía española. El papel cardinal que asignan al reformismo de Esquilache les lleva a minusvalorar las etapas anteriores del reformismo borbónico, durante los reinados de Felipe V y Fernando VI, con personajes tan importantes como Patiño o Ensenada. Pero todo ello no disminuye la considerable aportación de una obra imprescindible, en adelante, para el conocimiento de las relaciones económicas entre España y sus colonias durante la segunda mitad del siglo XVIII.


Carlos III y el mar
La política marítima de Carlos III estuvo determinada por condicionantes coyunturales. Como ha escrito González Climent, hasta la llegada del tercer Carlos al trono los servicios españoles con las Indias habían recorrido un amplio espectro que iba desde "el cazador furtivo" de finales del siglo XVI y principios del XVII, hasta las flotas de galeones, pasando por los navíos de permisión y continuando con los de aviso y registro. Carlos III cambió el criterio paternalista vigente hasta entonces por una visión más fría y positivista, entre estatal y burocrática. En 1763 creó la Junta Interministerial, integrada por los ministros de Estado, Hacienda e Indias, además de una Junta Técnica de especialistas, buscando la garantía y seguridad de las Indias. Y al tiempo que se decide impulsar la construcción naval con intención de fortalecer la Armada, se adoptan una serie de disposiciones respecto al futuro de América, como el declive del Consejo de Indias.