Image: No digas a Dios lo que tiene que hacer. Einstein: la novela de una vida

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Letras

No digas a Dios lo que tiene que hacer. Einstein: la novela de una vida

François de Closets

3 marzo, 2005 01:00

Albert Einstein, por Gusi Bejer

Trad. Óscar Luis Molina. Anagrama. Barcelona, 2005. 476 páginas, 19’50 euros

El nombre de Albert Einstein evoca casi cuatro millones de entradas en la web, el doble de las correspondientes a Winston Churchill y unas veinte veces superior a las que genera Werner Heisenberg, otro de los grandes físicos del siglo XX. Tal visibilidad significa que el personaje ha sido ya biografiado, filmado, elogiado, denigrado y citado, dentro y fuera de contexto, hasta la saciedad.

Ahora, François de Closets, periodista y escritor francés, nos presenta una nueva forma de glosar a la gran figura: ha escrito "la novela de una vida", según el subtítulo de su libro. Se ha elegido este año de 2005 como "Año de la Física" o "Año de Einstein" porque coincide con el cincuentenario de la muerte de éste y con el centenario de la publicación de sus más notables aportaciones: la luz como una corriente de partículas con energías discretas (quanta); la prueba de la existencia de los átomos; la conexión entre la teoría electromagnética y el movimiento ordinario (la relatividad especial); y la noción de que energía y masa son caras de una misma moneda (E=mc2). La ambición confesada de Einstein no es dilucidar este o aquel fenómeno, o interpretar el espectro de este o aquel elemento, él quiere "conocer cómo Dios creó el mundo", y no se recata en declarar: "deseo conocer sus pensamientos; el resto son (sólo) detalles." No cabe duda de que, gracias a las mencionadas contribuciones, 1905 fue un año milagroso para la Física.

Diez años después de esta ingente y genial aportación, en 1915, Einstein remata su gran obra con la teoría general de la relatividad, teoría que supera las nociones clásicas de espacio y tiempo y alcanza una nueva comprensión de la gravedad. ésta sería sorprendentemente refrendada en 1918 por astrónomos británicos, al comprobar que, como se predecía a partir de ella, la gravedad curvaba la luz de las estrellas. A partir de aquí, Einstein contribuye inicialmente a la naciente teoría cuántica, pero pronto entra en conflicto intelectual porque cuestiona que dicha teoría pueda dar una descripción completa de los fenómenos físicos. Este desencuentro y su tozuda e infructuosa búsqueda de un modo de unificar las teorías del electromagnetismo y de la gravedad (teoría del campo unificado) le irán aislando progresivamente de sus colegas hasta su muerte.

La obra de Einstein no ha sido ni es fácil de comprender para el lego. Cuenta Closets que Max Plannck visitó a Einstein para convencerle de que aceptara trasladarse a Berlín y que, ante la reticencia de éste, esgrimió el argumento de que su teoría de la relatividad especial apenas la entendían una docena de personas en el mundo, y que ocho de éstas vivían en Berlín. Closets, que es lego, no se arredra ante la obra de Einstein, a la que dedica una parte sustancial del libro. Sin embargo, confiesa la dificultad de "no sacrificar el placer de la lectura en el altar de la exactitud científica" y admite que para salvarla ha apelado al saber ajeno; concretamente, al de Françoise Balibar, que es física teórica, ha dirigido la edición crítica de las obras escogidas de Einstein en francés y ha escrito obras sobre él destinadas al gran público. Closets describe las aportaciones de Einstein en un lenguaje vivo y lleno de metáforas que facilita la lectura, aunque a veces no logre evitar que la exactitud científica quede sacrificada en el altar del placer lector. Sufre algún despiste comprensible en alguien que no es del gremio, como cuando se refiere a Lise Meitner como jefa de Otto Hahn. Por otra parte, en su afán desmitificador de un hombre famoso más allá de su obra, el autor intenta en repetidas ocasiones hacer compartir a Einstein la paternidad de la teoría de la relatividad especial con su paisano Poincaré, olvidando que la fama científica se reserva al primero que corona una cima.

Closets transita por tierra más firme en lo que se refiere a la tormentosa vida familiar y sentimental del genio, a cuyo conocimiento no aporta elementos nuevos. Retrata a Einstein como un individuo anárquico, poco convencional, habitualmente desaliñado, acostumbrado a pensar y decidir por su cuenta desde la más temprana edad. Un personaje que rechaza la enseñanza autoritaria propia del gymnasium germano, lo que le lleva a interrumpir su enseñanza secundaria antes de graduarse, y que ya a los 16 años anda dándole vueltas a la relatividad.

En el Politécnico de Zurich, Einstein conoce a Mileva Maric, con la que entabla una intensa relación que incluye el intercambio científico y que desemboca en el nacimiento de su hija Lieserl, cuya existencia sólo se ha conocido en tiempos recientes, ya que jamás fue mencionada por Einstein y se esfumó de su biografía hasta el punto de que no se sabe si fue dada en adopción y murió de escarlatina a los dos años o si sobrevivió hasta una edad más tardía. Una vez Einstein obtiene trabajo en la oficina de patentes de Berna, se casa con Mileva y del matrimonio nacerán dos hijos, Hans Albert (1904) y Eduard (1910).

Tras ser profesor en Praga y en Zurich, impulsado por su fama creciente, Einstein se instala con su familia en el Berlín de 1914, pero a los tres meses, mujer e hijos se vuelven solos a Zurich, mientras nuestro protagonista se queda con su prima Elsa Lüwenthal, quien tras el correspondiente divorcio, en 1919, se convertirá en Señora Einstein. Elsa, más fascinada por el mito que por el hombre, acepta la convivencia en unas condiciones explícitamente oprobiosas, a cambio de brillar en su salón. Mientras tanto, nuestro genio encadena repetidos y fugaces encuentros con mujeres física e intelectualmente vulgares: parece que ha dejado de interesarle cualquier intercambio intelectual o afectivo con el otro sexo.

Es curioso que en el acuerdo de divorcio, mediado por el inefable Fritz Haber, se incluye una cláusula por la que Einstein debe entregar a Mileva el importe de un futuro premio Nobel, que se da por seguro. Einstein, que cumple con este compromiso aunque el premio se retrasa más de lo previsto, no deja desatendidos a sus hijos, pero Hans Albert siempre le recordará como alguien frío y distante. Hay quien ha visto en la cesión del importe del premio un reconocimiento de la contribución de Mileva Maric a la teoría de la relatividad, pero Closets desmonta con eficacia tal interpretación.

Einstein aflora a la palestra política con su oposición al "manifiesto de los noventa y tres" (1914), por el que ese número de científicos, eruditos y artistas alemanes -incluídos sus amigos Max Planck, Fritz Haber y Paul Erlich- proclamaron, entre otras nociones, la de la identidad del militarismo alemán y la cultura alemana. Einstein intenta escribir un contra-manifiesto y sólo consigue dos firmas. Closets apenas se detiene en este importante episodio que tal vez explique porqué Einstein será foco de ataques antisemitas desde mucho antes del ascenso del nazismo. Pacifista, contrario a todo nacionalismo o imperialismo, nada religioso, y en todo caso, republicano de Weimar, amigo de Rathenau, Einstein acaba adoptando un sionismo tibio de la mano de Chaim Weizmann, quien lo recluta para la promoción de la Universidad Hebrea, pero su "conciencia del judaísmo se resiste a la idea de un Estado judío con fronteras, un ejército y una parte del poder temporal." Irónicamente, este pacifista a ultranza será condenado a pasar a la historia como promotor inicial del armamento nuclear en Estados Unidos, postura circunstancial que acabaría dando paso a un vigoroso activismo en contra.

Como vemos, Einstein es uno de los pocos científicos que han llevado una vida verdaderamente novelesca, y Closets ha hecho bien en no añadir demasiada ficción a lo que sabemos de ella. Su libro abre una digna puerta de acceso al mayor genio del siglo XX para aquellos posibles lectores que no se hubieran acercado a él bajo una óptica más rigurosa.

Einstein en España
Einstein estuvo en España en marzo y abril de 1923 y pasó por Barcelona, Zaragoza, Madrid y Canarias. La noticia fue portada en los periódicos, que publicaron fotografías de Einstein con el rey Alfonso XIII y con el científico y rector de la Universidad Complutense entonces, Blas Cabrera. Einstein vino invitado por la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas. El momento científico español no era precisamente brillante. Los intelectuales del 98, con Unamuno a la cabeza, no ven la necesidad del desarrollo científico y consideraban que si todo lo que se inventa en el extranjero puede venir a España, no hay necesidad de que nosotros investiguemos. Los únicos científicos españoles dignos de mención en la época eran Santiago Ramón y Cajal, a quien Einstein visitó en su casa, Jaime Ferrán, creador de la vacuna anticolérica (1885), Isaac Peral, que ideó el submarino en 1887, o Blas Cabrera, descubridor de las propiedades magnéticas de la materia y principal artífice de la venida de Einstein a España, pues ambos eran muy amigos. Einstein fue nombrado durante su visita académico correspondiente de la Academia de Ciencias de España.

Einstein y la bomba atómica
Perseguido durante la II Guerra Mundial, Einstein se encontró ante el dilema de apoyar la creación de la bomba atómica. No participó activamente en su fabricación, pero en agosto de 1939 envió una carta dirigida al presidente de los EE. UU., Roosevelt, solicitando apoyo económico para un proyecto que favorecía la creación de la bomba. Einstein argumentaba la necesidad de fabricar este arma antes que los alemanes. Cuando algunos científicos le propusieron que escribiera esa carta rehusó, pues creía que Roosevelt no le haría caso. Einstein falló en algunos de sus pronósticos: pensaba que los alemanas estaban muy cerca de la creación de armas nucleares, ya que se sabía que en Alemania se estaba almacenando uranio. Se pensó entonces que si Hitler hubiera llegado a tenerla habría destruido todo país que no fuera útil a sus intereses. Pero los alemanes estaban muy lejos de tener el arma. Por eso cuando Einstein vio cerca el uso de la energía atómica envió nuevamente una solicitud al presidente de los Estados Unidos pidiéndole que no se utilizara. Esta vez no le hizo caso.