Image: El mito de la diosa

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Letras

El mito de la diosa

Anne Baring y Jules Cashford

31 marzo, 2005 02:00

Nefertari hace una ofrenda a Isis (Tumba de Nefertari)

Trad. A. Piquer, S. Pottecher, F. del Río, P. Torijano, I. Urzáiz. Siruela. 851 págs, 57’69 euros

Pensaba Jung que el ser humano, en sus momentos críticos, sometía su sufrimiento y sus dudas a la dignidad de un sufrimiento colectivo y que, para ello, tenía que recurrir al mito, es decir, a "encarnarnos al mismo tiempo en la totalidad humana". El mito iba así más allá del sueño y del padecimiento; de ahí su perdurabilidad en el tiempo, su pervivencia más allá de la creencia freudiana de que ya se había acabado "con las profundidades del alma".

Esta historia secular de aspiraciones hacia ese mito que es expresión de la totalidad ha quedado fijado con gran brillantez por Anne Baring y Jules Cashford en su voluminosa obra El mito de la diosa. Ambas autoras, en la órbita del análisis jungiano, y con una amplia experiencia en el campo de la psicología, la mitología y el simbolismo, abordan con afán de totalidad dicho tema.

Este libro viene así a señalarnos un momento cumbre de la colección en la que aparece, "El árbol del paraíso", en la que siempre los temas más sugestivos de la tradición iniciada se han ido ofreciendo a los lectores con máximo rigor intelectual. De tal manera que ya tenemos en España una base de primera mano y muy sabia para abordar unos temas esenciales, entre los que el del mito no es el menor. Al menos, cuando nos enfrentamos al volumen que comentamos, en el que ya de entrada encontramos expuesto, de manera muy pormenorizada y con fidelidad a las fuentes literarias, cuanto se había dicho y escrito sobre el tema. Recordemos los estudios ya clásicos de Jung o de Eliade, o los más específicos de Joseph Campbell, James Hillman, Mariuu Gimbutas o Robert Graves, por citar sólo unos pocos nombres. Quizá sea Campbell el que ha abordado de una manera a la vez sugestiva y científica el tema del mito y en obras emblemáticas de las que ya tenemos traducción. (Estoy pensando, sobre todo, en los volúmenes de Las máscaras de Dios, obra reveladora ya desde su mismo título).

Las autoras de El mito de la diosa han emprendido un delicioso viaje en el tiempo que va desde los más remotos orígenes -los del Paleolítico- hasta un mito central para Occidente, el de María, lleno de ricas significaciones para el cristianismo; un viaje que se detiene en momentos estelares de la humanidad, en el protagonismo revelador del mito, abierto todavía a los significados y a las necesidades más hondos. No es raro que las autoras partan de esos orígenes remotos, en los que acaso la necesidad de amparo o ayuda eran mayores, porque la presencia de la diosa va unida a los arcanos primeros (la cueva, los animales, las plantas, la naturaleza de sentido fértil y, por supuesto, las toscas representaciones a través de la pintura o de la piedra que hoy hemos aceptado como plenamente artísticas), pero que, en los orígenes, quizá sólo eran expresiones puramente vitales, aunque ya con sentido mágico o religioso. Respondían a esa necesidad primera a la que aludía Jung, tan antigua como el hombre, y que prueba que lo sagrado es aún una presencia que ayuda o que sana para él, un reflejo de aspiraciones hacia lo que desconocemos y que se sigue abriendo al futuro, sea por las vías psicológica, religiosa o social.

Seguimos ese viaje en el tiempo por los mitos de la diosa a través del Paleolítico y del Neolítico, Mesopotamia, Egipto, Israel, Grecia y Roma, hasta llegar a la Sofía de los gnósticos, y lo hacemos además con el excelente apoyo de cuatrocientas ilustraciones cuidadosamente elegidas. En ellas radica uno de los mejores dones de esta obra que combina, de manera ideal, la claridad siempre fundamentada del texto con esa rica sucesión de imágenes que nunca es caprichosa o de relleno, sino que responde a lo que puntualmente se va exponiendo. El tema de esta obra tiene así sentido múltiple, diversificándose el tema primordial -el del mito femenino- en una gran variedad de significados literarios, artísticos, históricos o psicológicos. Este último es el que, sutilmente, aglutina y proporciona la originalidad al conjunto de la exposición.

El mito de la diosa de sentido trascendente también nos conduce a pensar de qué manera se está vivificando en nuestros días, después de que -a partir de un determinado momento y sobre todo en la cultura occidental- la divinidad masculina adquiriese un mayor protagonismo. Estamos ahora en una coyuntura -este libro nos lo plantea someramente en sus últimas páginas- en el que tiende a reforzarse el "matrimonio sagrado", la "reunión de la naturaleza y del espíritu" en un tiempo necesitado de armonía; este tiempo ya, en el que acaso haya que "releer" ambos mitos -el femenino y el masculino- a la luz de las necesidades últimas, y siempre obligados por el progresivo saqueo y desacralización del planeta. Es precisamente aquí -en este límite entre dos siglos, cuando el ser humano tiende a darle la espalda a la naturaleza, pero siendo aún consciente del mal que le causa-, cuando los seres humanos tienen que volver a creer en el mito necesario. Baring y Cahsford iluminan el símbolo primordial de la diosa de una manera abarcadora y a la luz siempre de su significación más profunda. Este libro no es sólo, aunque lo parezca, un diccionario de símbolos femeninos, sino la explicación de su significación más honda.

Es este sentido ahondador el que explica la figura de la diosa como contrapeso de lo interior a lo exterior, de lo que Post -prologuista del libro- llama el "acontecer oculto" al acontecer epidérmico de la Historia, de la sensibilidad femenina al predominio masculino, de lo afectivo al racionalismo hueco, de lo fecundo a lo estéril, de lo natural a los productos del intelecto. Por ello, más allá de sus innumerables significados, el mito de la diosa representa "la explotación y rechazo de nuestra madre, la tierra", a la que cada día le arrebatamos "la gran reserva de vida que ella había dispuesto para nosotros".

Las autoras comenzaron su libro deseando contarnos sólo una sabrosa historia que se inició nada menos que 20.000 años antes de Cristo, una historia repleta de formas y expresiones de una gran significación simbólica, metafísica y artística, de imágenes y conceptos primordiales, pero su resultado final ha ido mucho más allá del propuesto. Su análisis -plenamente jungiano en tantos puntos- les llevó luego a ver conexiones fecundas entre las diosas de distintas épocas, a paralelismos, al análisis de figuras secundarias -Lilit, María Magdalena-, llegando a una conclusión extremadamente sintética, reveladora: la de la concepción de la experiencia humana como "unidad viva".

ésta es, a mi entender, la clave esencial de una obra en la que el mito de la diosa -un símbolo de honda y variada significación- nos remite a una utilidad, a una existencia de sentido universalizado, a un don de todos y para todos. El mito de sentido fértil, que es expresión de lo sensible y lo necesario, de lo no dual y de lo unitario, en unos tiempos que parecen abocados a la confusión y, quizá, a los antiguos terrores.


Dioses mortales
En Babilonia los dioses podían ser sacrificados. Cuando la diosa Inan-na regresa del inframundo, sus demonios exigen que se les entregue a otro en su lugar. Inanna llega a su ciudad natal, Uruk, y posa en su esposo, Dumuzi, el ojo de la muerte. Y ¿a dónde iba el dios sacrificado cuando moría? Lo explican las autoras del libro: "Transportado por el río en su barca lunar y llevando la rama sagrada de la diosa, cruzaba la puerta astada que marcaba la entrada al mundo subterráneo. Entraba en la montaña, el Kur, el abismo de las profundidades, donde Ereshkigal, la diosa hermana de la resplandeciente Inanna, gobernaba como su contrapartida oscura. También realizaba en su barca el viaje de vuelta y de su proa brotaban las hojas que anunciaban la renovación de la vida".