Image: Coloso: Auge y decadencia del imperio americano

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Letras

Coloso: Auge y decadencia del imperio americano

Niall Ferguson

21 julio, 2005 02:00

Ilustración de Gusi Bejer

Traducción de Magdalena Chocano. Debate, Madrid, 2005. 503 páginas, 24 euros

Cuando una mente brillante se enfrenta a una cuestión esencial y lo hace desde una perspectiva insólita vale la pena examinar sus conclusiones. Es el caso del último libro de Niall Ferguson, según el cual los Estados Unidos no pecan de un exceso de voluntad hegemónica, sino de un déficit de compromiso imperial.

No es la primera vez que Ferguson sostiene la provocativa tesis de que un imperio puede tener efectos beneficiosos, no sólo para la metrópoli, sino para las áreas de influencia imperial. él es un historiador y ya había sostenido lo mismo respecto al imperio británico en un libro anterior, cuya pronta traducción al castellano anuncia la editorial Debate. Ahora lo aplica al caso de los Estados Unidos, un imperio que se niega a reconocerse como tal, y lo hace justo en el momento en que la intervención de Bush ha desencadenado los reflejos antiimperialistas, si no antiamericanos, de medio mundo. Es más, su principal temor es el de que los estadounidenses se retiren demasiado pronto de Bagdad.

Esto no supone que sea un admirador incondicional de la gestión de la crisis iraquí por parte del gobierno Bush. Por el contrario, se plantea en el prefacio qué es lo que ha ido mal y apunta hacia el abuso que supone el internamiento indefinido de prisioneros en Guantánamo, a la afirmación de que Iraq poseía con seguridad armas de destrucción masivas, al error de haber confiado la reconstrucción al Departamento de Defensa de Rumsfeld, cuyos expertos creían que aquello iba a ser pan comido, y a una diplomacia contradictoria que condujo a la apariencia de que los Estados Unidos actuaban en Irak unilateralmente, cuando tenían el apoyo de cuarenta naciones. Pero la pregunta fundamental que se hace es la de si habría sido mejor dejar indefinidamente a Saddam Hussein en el poder. Su respuesta es negativa y ello no es más que un ejemplo de su tesis general de que, en caso de renunciar los Estados Unidos a la función imperial que sólo ellos están en condiciones de asumir, el resultado no sería un concierto equilibrado de potencias sino el caos resultante del vacio de poder, la apolaridad.

Un problema del libro es que parte de un concepto, el de imperio, que tiene la indudable ventaja de ser polémico, aumentando así el impacto del libro, pero que no explica con demasiada precisión y en el que incluye tanto la ocupación militar de un territorio como la influencia ejercida a través de las empresas multinacionales y las ONG. Con todo, se le entiende. Algunos preferirán llamarlo hiperpotencia, hegemonía o liderazgo mundial, pero no hay duda de que los Estados Unidos tienen una posición única en el mundo, que presenta muchas similitudes con las de los imperios del pasado, especialmente con el imperio británico, tan caro al autor. Lo que no se entiende tanto es que a la vez afirme que China y la Unión Europea son también imperios, aunque se muestre muy escéptico, en mi opinión con razón, acerca de que algún día lleguen a rivalizar con los Estados Unidos.

Su argumentación fundamental se puede resumir en muy pocas palabras: los Estados Unidos se han convertido hace tiempo en un imperio, sería deseable que admitieran que lo son, pero a ello se oponen sus limitaciones financieras y culturales, de manera que lo más probable es que la disfuncionalidad resultante de no admitirlo se manten- ga. Esta argumentación se apoya en una rápida excursión por el pasado y el presente, que examina los orígenes del Imperio americano, su papel en el Próximo Oriente, los problemas surgidos de las intervenciones internacionales en distintos países durante los años noventa, el fracaso de la descolonización, las ventajas de un imperio liberal, la cuestión de Iraq, las debilidades de la Unión Europea y de China y, por último, las de los propios Estados Unidos. Todo esto no se puede analizar en profundidad en un libro de relativamente pocas páginas, como es Coloso, y en algunas cuestiones el autor no resulta muy convincente, pero en general se trata de una exposición brillante, en la que pone en evidencia problemas fundamentales del mundo actual que a menudo pasan inadvertidas incluso para observadores atentos.

Como desafortundamente ocurre con cierta frecuencia, la calidad de la traducción no está a la altura de la que tiene la obra. Algunas frases resultan oscuras y en ciertos casos hay errores elementales. Así nos encontramos con "Bretaña" cuando el texto en realidad alude a Gran Bretaña, o con "barracas", cuando en realidad se trata de cuarteles, pero lo más curioso ocurre con la palabra "bomber", que en inglés puede utilizarse tanto como un bombardero como para un terrorista que pone bombas, pero que en la traducción da lugar a la sorprendente expresión "bombas suicidas" -¿será que las bombas también quieren ir al paraíso con las huríes?- y a la no menos sorprendente afirmación de que en los años treinta el mundo se sentía preocupado por los "bomberos" -¿no serían los bombarderos?

Acerca de la supuesta emergencia de la Unión Europea como un rival de los Estados Unidos, Ferguson ofrece un penetrante análisis, que la posterior decisión de franceses y holandeses de acabar con la Constitución Europea no ha hecho más que confirmar. Los europeos no se sienten tales, sino ciudadanos de sus propios países, lo que hace difícil que se avance hacia una auténtica federación; su población está envejeciendo de manera alarmante, lo que obliga a recurrir a la inmigración, pero ésta es recibida con recelo, y no faltan los demagogos dispuestos a unir el rechazo a la inmigración con el rechazo a la propia Unión Europea. Respecto a los nuevos socios del Este, más vale que no se dejen engañar: siendo su productividad un tercio de la francesa, si se dejaran imponer las condiciones laborales francesas el resultado sería un desempleo pavoroso.

Coloso no resulta más complaciente respecto a los EE. UU. Bush ha dejado crecer un enorme déficit fiscal, resultado no tanto de los gastos militares como de los sociales, en contra de lo que habitualmente se piensa, y lo ha agravado mediante recortes de impuestos, favorables sobre todo a los más ricos. Ese déficit se puede soportar gracias a la disposición de los estados asiáticos, especialmente China, a invertir en bonos americanos a bajo interés, con el fin de evitar una apreciación de sus monedas frente al dólar que perjudicaría a sus exportaciones. Un arreglo, resultante de la propensión de los americanos a consumir y de la de los chinos a ahorrar, beneficioso para ambos, pero que pudiera resultar frágil en el futuro. Tanto más en cuanto que la masiva llegada a la jubilación de la generación del baby boom de posguerra agudizará en los próximos años el problema fiscal.

Con todo, lo que más preocupa a Ferguson es la falta de compromiso de los americanos con la función imperial de asegurar las condiciones necearias para la estabilidad y la prosperidad globales. El gran peligro es que la necesaria cooperación transatlántica acabe por romperse, no por la rivalidad entre los Estados Unidos y la Unión Europea, sino por la falta de voluntad de ambos de actuar más allá de sus fronteras.


¿Y la cultura política europea?
Ferguson confirma en Coloso que la cultura política europea sigue haciéndose "más conscientemente diferente de (y hostil a) EE. UU. La encuesta más reciente del C. I. Pew muestra que mayorías considerables en Francia, España, Italia y Alemania apoyan una política exterior europea más independiente de EE. UU)", como consecuencia de la amplia oposición pública a la guerra contra Iraq. Si en 1999-2000 no menos del 83 por ciento de los británicos encuestados tenía una opinión "favorable" de EE. UU., en mayo de 2003 la cifra había descendido al 48 por ciento. En Francia la proporción proestadounidense se había reducido a la mitad. En Italia pasó de tres cuartos a un tercio; en España, de la mitad a un 14 por ciento". Sin embargo, él mismo reconoce que aunque resulte tentador representar las actitudes "europeas" como cada vez más "antiamericanas" y más europeas, "esto es una caricatura". Porque 9 de cada 10 europeos se sienten "bastante o muy vinculados" a sus países; menos de 5 de cada 10, "vinculados a la UE" y sólo una mínima proporción "se identifica exclusivamente como europea."


Eficaz imperio liberal
En la conclusión de este volumen, el autor confiesa su fe en la necesidad de un imperio liberal mundial, y en Estados Unidos, "el mejor candidato para ello. La globalización económica funciona. El crecimiento del ingreso per cápita de los dos países más poblados del mundo, China e India, significa que la desigualdad internacional está disminuyendo finalmente. Pero hay partes del mundo donde las instituciones jurídicas y políticas están en tal situación de colapso que sus habitantes no tienen ninguna esperanza de prosperidad. Y hay estados que, sea por debilidad o por malicia, alientan a organizaciones terroristas dedicadas a arruinar el orden mundial liberal. Estados Unidos tiene buenas razones para desempeñar el papel de imperio liberal, tanto desde el punto de vista de su propia seguridad como desde el de altruismo simple. En muchos sentidos está excepcionalmente bien dotado para desempeñarlo. Pero pese a todo su poder económico, militar y cultural, todavía parece improbable que Estados Unidos sea un imperio liberal efectivo sin algunos cambios profundos en su estructura económica, su orden social y su cultura política. [...] La pregunta que los estadounidenses deben hacerse es cuán transitorio desean que sea su predominio. Aunque los bárbaros ya han llamado a su puerta, una vez y de modo espectacular, en este caso parece más probable que la decadencia imperial vendrá de dentro, como ocurrió con la Roma de Gibbon."