Penúltimo auto de fe, por Mario Muchnik
Cien veces Canetti, el autor, el amigo
21 julio, 2005 02:00Elias Canetti
Lo confieso, hijo: a fines de los años 60 yo no sabía quién era Elias Canetti. Fue un buen amigo quien me descubrió, primero Auto de fe y después Masa y poder. Mi deslumbramiento fue inmediato, tan absoluto que en 1973, no bien me hice editor y comencé a construir mi catálogo, pedí los derechos de Masa y poder y los logré mediante un anticipo irrisorio, unos 200 ó 300 dólares. Los siguientes libros no me costaron mucho más, y seguí con esos anticipos nada desorbitados. Te confieso igualmente que tampoco las ventas lo eran, 400 ó 500 ejemplares. En vísperas de editar Auto de fe a punto estuve de tirar la toalla, porque después de haber publicado dos o tres libros suyos seguía sin cubrir los costos. Le pedí consejo a tu abuelo, mi padre, y él me dijo: "Tú, ¿cuántos libros le has editado a Canetti?". "Tres", respondí. "¿Y te parece que ahora lo puedes dejar?". Fue suficiente.A los pocos años le concedieron el premio Nobel. Fue el 15 de octubre de 1981. A la una del mediodía, más o menos, me llamó mi primo Pablo, tu tío, para darme la noticia y allí mismo, en la editorial, nos pusimos a bailar la danza del vientre, de pura felicidad. El teléfono empezó a sonar insistente, yo esquivaba a los periodistas y distribuía tareas. En los pocos días siguientes diseñé nuevas portadas para nuestros cuatro títulos, y aceleré las reimpresiones a un ritmo infernal. En la imprenta me proponían hacer cinco mil en total para determinada fecha, y yo exigía cinco mil... ¡de cada obra, y en mucho menos tiempo! Dormí varias noches en mi despacho, encantado de mi estupenda mala fortuna: ese año, por falta de dinero, no había podido ir a la feria de Francfort, y por eso el Nobel me había encontrado en la editorial y trabajando. Sí, hijo, con el premio, esos 400 ó 600 ejemplares se multiplicaron por diez, ¡en algún caso rayaron los quince mil ejemplares!
¿Que cómo conocí a Canetti? Entonces tenía cuatro libros suyos en librerías, más que cualquier otro editor en el mundo, pero aún no nos conocíamos personalmente. Su editor alemán, buen amigo mío, me convenció de que no faltase a la entrega del premio en Estocolmo, en diciembre de ese año. Lo recuerdo como si fuese hoy: estábamos a mediados de diciembre de 1981 y hacía muchísimo frío. Tu madre y yo nos alojábamos en el mismo hotel que los premiados. Esperando el ascensor, lo vimos bajar la gran escalinata central. Llevaba un abrigo grueso y un sombrero gris de astracán. Me acerqué y me presenté. él me dijo: "¿Mario Muchnik? ¿Cómo le va? Encantado de conocerlo. Disculpe, pero ahora no tengo tiempo, me esperan los del Ministerio". Alcancé a presentarle a Nicole y entonces, con un gran ademán, se quitó el sombrero y apareció su pelo, una catarata blanca y ligera. "Perdónenme, perdónenme", le besó la mano a Nicole y salió corriendo: el coche del Ministerio lo esperaba frente al hotel.
Al día siguiente tuvimos una primera conversación a solas, de una hora y pico, en su habitación. Entonces intenté concertar un encuentro en su casa de Zurich, y él, abrumado, me dijo: "Si sobrevivo a esto -refiriéndose al sarao de Estocolmo-, llámeme e intentaré reservarle una o dos horas." Cuando por fin me recibió en su casa de Zurich, en enero de 1982, me dijo, con mucho vigor: "Esto no es una entrevista, sino una conversación de amigos". Duró cinco horas y marcó para mí un antes y un después.
No, hijo, no era cascarrabias. A menudo se escribe que Canetti era un hombre esquivo, irascible, muy difícil, un malvado gruñón, pero no es cierto, en todo caso mi Canetti era amable y tenía mucho sentido del humor. Le encantaba reír con sonoras carcajadas y bromear. Cuando le concedieron el Nobel, según me contó, durante el gran banquete el rey de Suecia le ofreció un cigarrillo. Canetti lo rechazó. El rey insistió varias veces, y tanto que Canetti le confesó que acababa de dejar el tabaco. "¿En serio? ¿Cuánto fumaba?", le preguntó el rey. "Seis paquetes al día", respondió, no ya exagerando sino mintiendo. "¡Cientoveinte cigarrillos! ¿Tanto?", se asombró el rey. "Tanto", confirmó Canetti. Cada vez que sus miradas se cruzaban esa noche, el rey murmuraba: "¡Ciento veinte!". Y era mentira, Canetti no fumó un cigarrillo en su vida -pero cómo se reía esa tarde en Zurich imitando al rey, asombrado y farfullando incansable: "¡¡¡Ciento veinte, ciento veinte!!!".
No pudiste leer ninguna entrevista de Canetti porque no la concedió. Lo peor fue que su vida tras el Nobel se convirtió para él en un infierno, demasiada gente quería conocerlo y lo perseguía sin piedad, mientras él intentaba defender lo que más le importaba, su tiempo, que sentía que se le escapaba y que tanto necesitaba para su obra.
Fui a visitarlo a Zurich. Fue un día feliz, y ambos, Elias y su segunda esposa, Hera, me trataron con una cordialidad y una delicadeza que yo no merecía. Cuando me marché, Hera me acompañó en el ascensor y me confesó, con lágrimas en los ojos, que vivir así "era muy duro". Canetti no concedía entrevistas así que los periodistas los esperaban incluso en el portal y la acosaban a ella, que tenía que escapar por la puerta de atrás hasta para ir al supermercado. Por eso Canetti llegó a inventarse que pasaba la mayor parte del tiempo incomunicado en la montaña y sólo recibía una carta a la semana que su esposa le subía -aunque todos sabíamos que en realidad estaba atrincherado en su casa de Zurich, escribiendo.
No tienes por qué seguir su ejemplo, hijo, pero Canetti solía decir que nunca había trabajado en su vida, con horario y sueldo fijos. "No -decía-, nunca he cobrado por mi trabajo, me lo prohibí de joven y Veza me ayudó a mantener esa promesa". Su editor alemán le pasaba una pequeña mensualidad a cuenta de sus trabajos futuros, convencido de que era un muy gran autor. En Zurich, antes del Nobel, vivían del sueldo de Hera, que era sinóloga y restauradora de arte. La casa de Zurich, en la que vivían con su hija Johanna, era un pisito modestísimo, con un salón-comedor, un estudio para Elias y, creo, dos dormitorios. Te advierto que el premio Nobel tampoco cambió eso, ni lo cambió a él, como cambia a esos otros galardonados que se convierten en monumentos en vida. Lo que sí varió fue su fortuna entre los lectores. Y, con ello, la de sus editores en todo el mundo -¡y la mía, desde luego!
La conversación con Canetti era como la que se podía tener con muchos intelectuales de la vieja Europa Central. No se trataba de imponer el propio criterio. No importaba la persona que hablaba, sólo el tema, así la conversación fluía libremente, se encrespaba a veces, se amansaba otras. Es algo muy difícil de encontrar en los países latinos, una tertulia generosa entre lo que Canetti llamaba "máscaras acústicas". Aquella vez, en pleno invierno, llegué a su casa a las dos y al cabo de dos o tres horas de diálogo en su despacho, pasamos al salón. Desde mi butaca yo veía, a través de la ventana, las casas de su vecindad pequeñoburguesa. Comenzó a oscurecer, y seguimos hablando entre sombras crecientes mientras yo veía cómo se iluminaban las casas de enfrente. Sólo a las 7 encendió una luz y me dijo: "Hasta ahora usted se podía quedar, a partir de este momento no tiene por qué marcharse", y supe que me había aceptado, que ésa era la manera canettiana de confirmar la bienvenida.
Tocamos el tema de Sefarad, desde un punto de vista más cultural que religioso, porque Canetti era judío pero no creyente. Su familia provenía de Cañete, en España, de donde fueron expulsados en 1492. Pero el tema no lo obsesionaba. Conocía y amaba la tradición literaria española, bastante menos a los escritores españoles contemporáneos, y mucho la obra de Jorge Guillén, de Borges o de García Márquez. Para él, tras la inglesa, la española era la segunda gran literatura europea de todos los tiempos, hablaba de Cervantes, de Quevedo y Garcilaso con pasión. Y no hacía concesiones. Le llevé como regalo a Estocolmo la Poesía Secular de Ibn Gabirol, en una edición espléndida, y le expliqué que no había querido llevarle algo folclórico como un toro o una muñeca flamenca. Me miró con sus ojillos pícaros y me dijo: "Esto es también folclórico, ¿no le parece?". Hablaba como si para él España fuera "Cervantes, o si no nada".
En cambio, era delicadísimo en su afán de no molestar, lo que explica que mantuviera inédito en inglés, durante años, el primer tomo de sus memorias, La lengua absuelta, para no ofender a la hija de uno de los personajes mencionados, un tío al que en familia llamaban "el Ogro". La hija no leía alemán. Y esa delicadeza justifica que hasta 2025 no sea posible publicar miles de inéditos. Centenares de miles en realidad, porque yo vi en su casa de Zurich al menos 12 ó 15 montones de esos documentos, cada uno de unos 40 centímetros de alto. Si consideramos que unos 4 centímetros equivalen a un libro de mil páginas, es posible que los afortunados se encuentren con más de cien mil páginas inéditas. Sabemos que Canetti, como Borges o Quevedo, es más que un escritor: es una literatura universal que pertenece a su tiempo y trata del mundo. Por eso, teniendo en cuenta que los tres tomos de su autobiografía se detienen en 1933, podemos soñar que nos aguarda un cúmulo de inteligencia, sensibilidad y belleza comparable a los de Auto de fe, La lengua absuelta, La provincia del hombre...
De repente, a pesar del calor, estoy en invierno, frente a la ventana, en el salón de Canetti. Ya es de noche. Voy a encender la luz.
Cronología
1905, 25 de julio. Nace en Rustschuk, Bulgaria, en el seno de una familia judía sefardí. Su lengua materna era el ladino.
1911. Los Canetti se trasladan a Manchester.
1912. Muere su padre.
1913. Se instalan en Viena.
1916. Estudios en Zurich.
1921-22. Estudia en Francfort. Escribe Junius Brutus.
1924. Se gradúa en Francfort. Vuelve a Viena para estudiar química. Ese año conoce a Veza.
1928. Visita Berlín. Conoce a Grosz, Brecht e Isaac Babel.
1931. Publica La boda y escribe Comedia de la vanidad.
1934. Se casa con Veza Taubner-Calderon.
1935. Publica Auto de fe.
1938. Abandona Viena y se exilia en Londres, vía París.
1951. Escribe Los emplazados.
1952. Se nacionaliza británico.
1960. Publica Masa y Poder.
1963. Muere su mujer, Veza.
1965. Apuntes: 1942-1948
1968. Voces de Marrakesh.
1969. El otro proceso de Kafka: sobre las Cartas a Felice.
1971. Se casa con Hera Buschor, con quien tendrá una hija, Johanna, el año siguiente. Regresa a Zurich, el "paraíso perdido" de su adolescencia.
1972. Recibe el premio Buchner.
1973. La provincia humana.
1974. Aparece El testigo escuchón y Cincuenta caracteres.
1975. La conciencia de las palabras.
1977. Edita La lengua absuelta.
1980. La antocha al oído.
1981. Obtiene el premio Nobel de Literatura.
1987. Publica El corazón secreto del reloj.
1988. Muere Hera.
1992. La agonía de las moscas.
1993. Apuntes: 1942-1985.
1994. Muere el 14 de agosto en Zurich, mientras dormía.
2005. Se publica Fiesta bajo las bombas.
Cien veces Canetti
Apuntes para Marie-Louise, por Elias Canetti
Penúltimo auto de fe, por Mario Muchnik