Letras

El infierno fuimos nosotros. La guerra civil española (1936-1942...)

Bartolomé Bennassar

20 octubre, 2005 02:00

Bartolomé Bennassar. por Gusi Bejer

Traducción de Nuria Petit y Paloma G. Crespo. Taurus. Madrid, 2005. 537 pp, 23’50 euros

No hay riesgo de sequía, sino todo lo contrario, en el campo de nuestra última contienda fratricida. Como el grifo bibliográfico no para de manar, y no precisamente a cuentagotas, lo más pertinente (y casi con seguridad lo que más interese al lector) será que nos zambullamos directamente en el asunto: ¿qué aporta este nuevo libro?

Lo primero que sorprende, aunque sea anecdótico, es el sartriano título de la edición española, que deja la información precisa sobre el contenido (la guerra civil) en segundo término. Más aún extraña la imprecisa referencia cronológica, con ese 1942 seguido de puntos suspensivos sugiriendo que la guerra se prolonga muchos años después. Si se pretende decir que permanecen las heridas del conflicto (exilio y represión), no se entiende por qué no se alarga entonces a otra fecha posterior o, culminando el absurdo, a 1975. Con la creatividad que se ha impuesto en este ámbito (baste recordar la afirmación revisionista de que la guerra empezó en el 34), tendremos que terminar apelando, no ya a la fidelidad empírica, sino al más elemental sentido común para podernos entender. Paradójicamente todo este desbarajuste no parece achacable a un hispanista de prestigio como Bennassar, tan riguroso como agudo, sobradamente conocido por el pú-blico español por su excelente obra, que había presentado la edición original con el escueto, y esta vez exacto título, de La guerre d"Espagne et ses lendemains.

Bennassar ha escrito una síntesis que presenta algunas variaciones respecto de las pautas habituales. En vez del relato cronológico de los acontecimientos, ha optado por una estructuración en tres partes que respeta hasta cierto punto la secuencia tempo-
ral pero la combina con un criterio temático: así, tras unas cincuenta páginas dedicadas a los antecedentes (en las que subraya el atraso del país en todos los órdenes, el tradicionalmente llamado "fracaso español"), se sumerge en una guerra en la que resulta patente que le interesan más las implicaciones políticas e ideológicas que el enfoque estrictamente militar, que ocupa un segundo plano. Esta opción de análisis de doctrinas y estrategias se desarrolla aún más en la segunda parte, dedicada al "laboratorio del siglo" (idearios, utopías, experimentos varios), para desembocar en la tercera y última que, sin perder el hilo político, acentúa la vertiente humana, el drama del exilio, la represión y la resistencia.

Más que esa configuración, plenamente funcional, lo que caracteriza el ensayo de Bennassar -como se apresura a señalar el editor desde una llamativa solapa publicitaria- es que pretende una historia "no complaciente con vencedores ni vencidos", y es así hasta el punto de que al lector le chocarán, no tanto por su novedad como por la crudeza con que están expuestas, y por venir de quien vienen, determinadas afirmaciones del autor. No es que Bennassar defienda a Franco o comparta las tesis de Pío Moa, ni mu-cho menos, pero sí huye de la corrección política imperante en los ambientes universitarios y progresistas. La primera que violó la legalidad, y en más de una ocasión, argumenta, fue la propia República: ¿Por qué la derecha debía respetar una Constitución que la izquierda pisoteaba? (p. 38). Franco se limitó a ponerse al frente de un movimiento que hacía lo mismo que sus antagonistas dos años antes (p. 435). Con respecto a los asesinatos, poco tienen que reprocharse unos y otros: "se enfrentaron dos voluntades de exterminio, una más organizada, es cierto, y la otra más instintiva, pero ambas exacerbadas" (p. 103). Y al final, aunque sea recalar en la obviedad, "un muerto siempre es un muerto y poco le importa el motivo que tuviera el asesino" (p. 437).

Precisamente por ello Bennassar se rebela contra las voces actuales que, al pretender recuperar la memoria histórica, manipulan en su provecho el pasado: por supues-to que es indecente maquillar la insondable crueldad franquista, pero no debe caerse en el error opuesto de mitificar una República que básicamente "murió por no respetar sus propias reglas". "En agosto de 1936, el Estado ha dejado de existir". Y después la infiltración comunista, con sus manipulaciones y asesinatos, convierte la legalidad en una broma macabra: ¿qué República se trata ahora de reivindicar? ¿La imposible de Azaña, la leninista de Largo Caballero, la utopía libertaria, la de Negrín al dictado de Moscú? Dice Bennasar que suele evocarse el lenguaje soezmente tabernario de Queipo, pero se corre un tupido velo sobre el "asesinato necesario" que propugnaba Alberti (pp. 113, 312) o la incitación de Bergamín al exterminio físico del POUM (sin que ello conlleve exonerar a su dirigente, Andreu Nin, víctima y verdugo a la vez de un fanatismo asesino).

En consecuencia, escribe Bennassar, no pudo seguirse otra vía que la que siguió la transición. Un juicio al franquismo hubiera llevado a otro juicio sobre responsabilidades republicanas. Con ello no se trata de negar que la represión franquista fue escandalosa por su amplitud y duración, y produjo una catástrofe de proporciones incalula- bles: miles de muertos, torturados y encarcelados, más de medio millón de exiliados... Otro de los rasgos distintivos del libro de Bennassar es precisamente la atención que dedica a estos últimos, casi un tercio del volumen, para reivindicar sobre todo la actitud francesa, que fue en su opinión todo lo eficaz y humanitaria que permitían las circunstancias. En estas últimas páginas se narran las peripecias vitales, con nombres y apellidos, de algunos exiliados, con algunos pasajes memorables por su capacidad para transmitir el latido humano del drama: hambre, frío, enfermedad, humillación, mezquindades...

Hay múltiples aspectos del libro de Bennassar que suscitarán desacuerdos o controversias. Junto a los citados, otros muchos de contenido o valoración estrictamente histórica: dice, por ejemplo, que la aproximación de los analistas españoles al conflicto está marcada por la pasión, pero son incontables las veces en que utiliza especialistas hispanos para estudiar hechos o personajes; con respecto a estos últimos no parece haber tenido tiempo o espacio para profundizar en ellos, de modo que por lo general quedan esbozados en trazos rápidos y a menudo insatisfactorios; pasa muy de puntillas sobre las operaciones militares, con una alabanza genérica a la profesionalidad de Miaja y, sobre todo, Rojo; disculpa con frecuencia a los comunistas españoles, cargando las tintas sobre los asesores extranjeros, a los que responsabiliza casi en exclusiva de los crímenes contra sus oponentes; insiste en varias ocasiones en el "enigma Negrín" pero no hace un intento serio para penetrar en él; se muestra bastante complaciente con los nacionalistas vascos y catalanes, pese a reconocer que se desentendieron, sobre todo los primeros, de la suerte de la República...

La reciente aparición (y éxito) del libro de Beevor sobre el mismo tema fuerza a una comparación entre las dos obras. El de Bennassar tiene un carácter más sintético, un enfoque temático y una patente equidistancia entre los bandos (el inglés, aunque crítico, se nos muestra más prorepublicano). Pero el lector atento encontrará otras múltiples y jugosas divergencias en el análisis de las operaciones militares, las actitudes francesa y británica, el papel del exilio, etc. Si opta a partir de todo lo dicho tan sólo por el libro de Bennassar tampoco se arrepentirá: se trata, pese a todas las discrepancias que pueda suscitar, o precisamente por ello, de un acercamiento sereno y preciso a este tema inagotable.