Letras

Franco. La pasión por el poder

Carlos Blanco Escolá. Planeta. barcelona, 2005. 248 páginas, 19’50 euros

17 noviembre, 2005 01:00

Franco

Carlos Fernández: El general Franco. Un dictador en un tiempo de infamia. Crítica, 2005. 531Pp, 27’50 e.
Pío Moa. Franco. Un balance histórico. Planeta. barcelona, 2005. 208 páginas, 19 euros.
Jesús Palacios: Las cartas de Franco. Prólogo de Stanley G. Payne. La Esfera de los libros, 2005. 590 pp., 28 e.
Alberto Reig: Franco: el César superlativo. Tecnos. Madrid, 2005. 397 páginas
José Luis Rodríguez Jiménez. Franco. Historia de un conspirador. Oberon. Madrid, 2005. 308 pp., 18’50 e.


Si hoy la invocación a la memoria histórica está en boca de muchos, a veces como in dagación auténtica, a veces tan sólo como simple consigna partidista, su aplicación a Franco y al franquismo no puede arrojar un resultado más demoledor para el dictador y su régimen.

Dicho de modo sintético, el interés que despierta el personaje a 30 años de su muerte en especialistas y público en general corre en proporción inversa al aprecio de su figura y su legado. Los últimos estudios publicados sobre la base de encuestas del CIS no dejan lugar a dudas: a las alturas del nuevo milenio, si bien un amplio 46 % admite sin comprometerse demasiado que hubo cosas buenas y malas en el franquismo, otro importante sector (37%) lo califica de período nefasto, frente al escueto 10% que lo ve positivo. Pero, como dicen los sociólogos, aún más indicativa es la tendencia, el constante incremento de la evaluación adversa (diez puntos en sólo quince años, de 1985 a 2000). Peor aún que el régimen que fundó es la imagen del propio Franco: autoritario para el 90%, fascista para un 76%, cruel para el 60%... Honrado, justo y comprensivo ocupan los últimos lugares de la tabla de calificativos con 24, 15 y 14% respectivamente. No menos que la progresiva caída de los elementos positivos, resulta sintomático que el rasgo de crueldad escale 20 puntos porcentuales entre los años citados. No hay pues peligro de que las jóvenes generaciones reverdezcan el franquismo: el rechazo es mucho mayor en los sectores que no vivieron bajo la dictadura.

Podría pensarse por ello que estamos en óptimas condiciones para que, lejos de controversias partidistas, sean ahora sólo los historiadores quienes emitan sus veredictos (no necesariamente coincidentes). Máxime si consideramos que ya antes, con menor perspectiva histórica, se publicaron balances desapasionados de Franco y su época. Pero la crispación del clima político actual debe haber contagiado también a los especialistas, que parecen decididos a emular a columnistas y contertulios (de hecho es sorprendente ver en estos libros numerosas alusiones a periodistas de actualidad). Así pues, lejos de realizar el balance frío y distanciado que el tiempo transcurrido permitiría, una buena porción de los volúmenes de última hornada se aproximan al general derrochando fogosidad, mientras sus autores se muestran orgullosos de sus prejuicios (entiéndase en su sentido literal de mantener y aplicar unas posiciones previas). Asumen estos ensayistas su labor no como disección (parece que la asepsia del laboratorio vuelve a estar mal vista) sino a la usanza del viejo compromiso militante pues, como sugiere uno de ellos (Reig), sería hasta inmoral la neutralidad.

El escaparate de novedades se llena así de obras que aspiran -en gran parte de los casos- a compensar o encubrir su escasa aportación de fondo con una forma agresiva y ese susodicho tono controvertido y engagé. Y en consonancia con la opinión imperante, la mayoría traza un Franco de una pieza, brutal y desalmado, y una negra España asfixiada por el sable y la sotana. De los seis libros que aquí se reseñan, solamente el del polémico Pío Moa es favorable al Caudillo, sin que por ello se salve del apriorismo que se acaba de señalar. Otro de ellos no adopta una posición nítida o explícita (Palacios). Dos más trazan un balance frontalmente negativo de su persona y su sistema político (Fernández Santander y Rodríguez Jiménez). Y, en fin, otros dos prodigan las más negras tintas para retratar un personaje odioso, sin excelencia alguna, tan sanguinario como en el fondo mezquino y torpe (Blanco y Reig).

Tan sólo uno de estos autores (Fernández Santander) escribe una biografía en sentido estricto. Se trata de la puesta al día de un estudio que apareció en 1983, que abarca de modo sintético los hechos significativos en la vida de Franco, del nacimiento a la muerte. Aunque el autor caracteriza al mandatario bajo "el signo de la contradicción", el personaje que emerge en sus páginas parece impelido por un único resorte, el poder. Las virtudes que se le reconocen (tenacidad, astucia, oportunismo, adaptabilidad) son precisamente las que le permiten sortear con éxito a lo largo de cuarenta años múltiples escollos. Asentó su trono sobre el cinismo y la petulancia, sin olvidar la sangre derramada desde el principio al fin: su régimen fue "una especie de pesadilla" en "un tiempo de infamia". Este libro, que incluye unos curiosos apéndices (gustos culinarios y televisivos del dictador, sus novias, sus obsesiones ideológicas, los chistes de Franco) es una obra correcta que precisaría de un discurso articulador de los múltiples acontecimientos que tienen cabida en sus páginas.

Aunque su subtítulo - "la pasión por el poder"- parece emparentarlo con el anterior, el libro de Blanco Escolá se sitúa en las antípodas porque, según se avanza en la lectura, se aprecia que al autor no le interesa tanto la biografía como la disección del Franco militar y porque termina de modo tan abrupto como sorprendente en la batalla del Ebro (1938). El lector que haya seguido la trayectoria de Blanco encontrará aquí los mismos o parecidos argumentos contra la competencia militar del Generalísimo (una calamidad como estratega, por decirlo en una palabra), acompañados de un retrato psicológico o más bien psicopatológico, por su énfasis en los aspectos más enfermizos y sanguinarios: ególatra, taimado, pérfido, frío y cruel hasta el sadismo, etc. Un Franco, pues, muy parcial, no sólo por lo dicho sino porque apenas se encontrara aquí nada del Franco político ni, mucho menos, del jefe del Estado.

Coincide Rodríguez Jiménez en desdeñar las diversas facetas de Franco para centrarse tan sólo en una, la relación del general con la conspiración en un doble sentido: la hábil utilización de las teorías conspirativas (de masones, judíos, comunistas y demás ralea) como pantalla para encubrir la verdadera conspiración, la que él mismo terminó por encabezar contra el régimen republicano legítimamente constituido. Y el uso que luego se seguirá dando a la amenaza complotista para legitimar el régimen y justificar la represión. También en este caso el estudio se centra en un período muy concreto, empezando en los años africanos y con la década de los treinta como eje fundamental de atención, pero se dibuja un Franco mucho más matizado que en la obra anterior: vanidoso y manipulador, arribista y astuto, soldado valeroso, hábil propagandista, muy reservado en lo personal.

Esa contención no convence a Reig, que adopta un tono beligerante porque "excesivo" fue Franco, el "César superlativo": desmesurado en su resentimiento, su vanidad, ambición, astucia y mediocridad, pero sobre todo desmedido como ser sanguinario, "el gran matarife" que mata "como los grandes, a ciegas, mirando al tendido". Reig no se puede contener porque Franco no lo merece, pero también porque advierte que estamos en una situación de "neofranquismo emergente", porque "el fascismo rebrota sin que nos demos cuenta". Alanceando a Franco no herimos a un fantasma sino a esa derecha española (el franquismo sociológico) "empeñada en abandonar la moderación política". En definitiva, el franquismo es una tenia que no hemos acabado de expulsar del cuerpo social.

En las antípodas ideológicas aunque, todo hay que decirlo, con más contención formal, se mueve Pío Moa, que insiste en sus conocidas tesis sobre la responsabilidad de las izquierdas en la creación de un clima político tan asfixiante y avasallador que no dejó a los militares otra salida que cortar por lo sano. De no hacerlo así, la revolución que ya estaba en marcha hubiera sumido al país en una dictadura más sanguinaria. Franco, militar brillante en la guerra, ejerció luego el poder con moderación y buen criterio: apartó a España de la guerra mundial y posibilitó el desarrollo económico y social. Estamos, como en el caso anterior, no tanto ante una obra de análisis histórico como ante un ensayo político de signo militante, hasta el punto de que más que un "balance histórico", como reza su subtítulo, habría que hablar de mera justificación del Generalísimo y su régimen. Tiene razón Moa en algunas de sus aseveraciones, pero termina perdiéndola en su conjunto por su voluntad de cargar todos los males a una parte exonerando siempre a la otra. Bien es verdad que, si fuera de otro modo, sus libros no tendrían el mismo eco.

Dejamos para el final la obra de Palacios, que presenta un Franco más original, el que se nos muestra como receptor y emisor de una correspondencia trascendental para comprender la intrahistoria del poder y las turbulencias diplomáticas a las que tuvo que enfrentarse el régimen. Se trata de unas trescientas cartas divididas en siete grandes bloques, empezando por el "teniente enamorado" de 1913 y finalizando con la petición de indulto de los familiares de los condenados a muerte de 1975. Todas ellas están precedidas de una pequeña introducción que aclara el contexto político o explica las circunstancias concretas de cada documento. Palacios nos presenta así un Caudillo distinto, polifacético, a veces hasta contradictorio, lejos de los maniqueísmos habituales.


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