Letras

Memoria para el olvido

Robert Louis Stevenson

15 diciembre, 2005 01:00

Robert Louis Stevenson. por Gusi Bejer

Edición de Alberto Manguel. Trad. Ismael Attrache. Siruela, 2005. 344 págs, 24 euros

Pocos escritores vivieron tan intensamente y han narrado con semejante fuerza sus episodios biográficos como Robert Louis Stevenson (Edimburgo, 1850- Samoa,1894). Fue una existencia plena de aventuras acontecidas en mil y un viajes. Su amistad con los intelectuales de su época, como el novelista Henry James, con quien estaba en total desacuerdo sobre el arte de novelar, muestra el temple de la persona.

Nos llegan ahora unos textos poco conocidos en España, pero que sin duda servirán para consagrar al gran narrador escocés como un ejemplar ensayista.Todo gran artista es forzosamente un crítico agudo.

Títulos como La isla del tesoro (1883) o El extraño caso de Dr. Jeckyll y Mr. Hyde (1886) resultan emblemáticos de su dilatada obra. El primero es lectura obligatoria de juventud, el segundo una intrigante historia sobre la doble personalidad del ser humano. De entre los innumerables volúmenes, el mejor relato fue su vida. Hijo de un ingeniero católico, acabará en los años universitarios haciéndose ateo. En vez de estudiar ingeniería, el deseo paterno, acaba Derecho para no ejercer jamás. Viajará por toda Europa; en una de sus estancias en Francia conoció a su futura mujer, Fanny Osborne, que en principo lo rechazará por estar casada, pero el escritor, impertérrito, se lanzó a la aventura y marcha a buscarla en California. La travesía marítima a Nueva York y el subsiguiente larguísimo viaje atravesando Estados Unidos de este a oeste afectaron su débil salud. El frío, la lluvia de su ciudad natal, y la tuberculosis habían debilitado su fisiología desde la niñez.

Fanny, diez años mayor, acabará divorciándose. Vuelven juntos a Inglaterra, luego regresan a Norteamérica, y durante todo este tiempo, Stevenson no cesó de publicar poesía, novela, ensayo, artículos de revista y de mantener una innumerable correpondencia epistolar. Su última y feliz residencia fue la isla de Samoa, donde terminó siendo reverenciado por los nativos, que dejó descrita en la renombrada crónica de aquellas latitudes, En los mares del Sur (1890), y en el libro dedicado al padre Damián de Molokai, elegido la semana pasada el personaje más importante de la historia belga.

La selección de ensayos hecha por Alberto Manguel resulta acertada, pues recoge muestras de diversas épocas de la vida del autor y de temática variada. Algunas piezas datan de su época de universitario en Edimburgo, entre 1876 y 1879, como "La filosofía de los paraguas" o el que abre el libro, "Juego de niños", donde comenta con agudeza los gustos que separan a un adulto de un niño. Dice cosas como la siguiente: "La capacidad de disfrutar de Shakespeare bien puede compensar una perdida aptitutd para jugar a los soldaditos" (pág .21). Stevenson resulta, pues, pionero en el modelado de la personalidad infantil como diferente a la adulta. En su tiempo, los niños debían ser mayores en formato pequeño. Sólo un ensayo, la "Apología de la pereza", donde se defiende el ocio, parece un ejercicio retórico anticuado, que bien pudiera haber quedado fuera del libro.

La parte más rica en contenido, y de inevitable lectura quien se interese en narrativa, se titula "La novela como chisme", y consta de cuatro artículos escritos entre 1882 y 1884, un período cumbre de la historia literaria europea, especialmente en ficción. Por enton- ces, Clarín y Zola, y pongo sólo dos casos, redactaban sendas obras maestras, La Regenta y Germinal. Stevenson, en pleno período naturalista, defiende un tipo de novela contrario, novelesca, la que él escribía.

En "Un chisme de novela", el primero de los ensayos de la sección, contiene unas ideas que sólo hace poco la crítica ha empezado a manejar. "Las palabras, si el libro es expresivo, deberían sonarnos a partir de entonces como el sonido del oleaje, y la historia, si se trata de una historia, repetirse visualmente en miles de imágenes en color" (pág. 201). Propone aquí una lectura que permita seguir el argumento y, a la vez, combinar los sonidos, creados mediante el virtuosismo del estilo, y las imágenes sugeridas por el texto. Esta combinación de sonidos, de historia narrada y expresada al tiempo en imágenes, describe exactamente la experiencia de un lector que lee en la época moderna, cuando las ilustraciones y la fotografía le han acostumbrado a mezclar las historias narradas con las historias "vistas" en la lectura. Ejemplifica lo dicho con agudos comentarios de numerosas obras. Para Stevenson la mejor novela será aquélla que sepa trasmitir emoción, como El conde de Montecristo, de Dumas, y que el lector la pueda experimentar.

Tras dos ensayos ineludibles, sobre moral y novela y en torno al realismo, donde avisa del peligro de "decir lo que es falso y siempre es peligroso callar lo que es cierto" (pág. 222), o de los excesos del detallismo realista, llegamos a uno, desconocido por este lector, "Un humilde reproche", donde dialoga con Henry James, en concreto con las ideas contenidas en el famoso ensayo del narrador anglo-americano, El arte de la novela (1884).

Para Henry James, heredero del ideario de Flaubert, la novela compite con la vida. El francés decía que nunca le había movido la naturaleza tanto como una obra artística. Stevenson argumenta que precisamente la pintura abandona la verdad del color cuando sabe que no puede representar con la misma belleza que la naturaleza el blancor de la nieve o la luz del sol en un lienzo. La literatura huye también de ese desafío, y "no imita a la vida sino al discurso" (pág. 241), al control que el estilo ejerce sobre la infinitud y lo ilógico de la vida. Por el contrario, la novela supone el control, lo finito y dependiente. "La vida humana -concluye- no es el tema de las novelas, sino el catálogo inagotable en el que se eligen los temas" (pág. 242). Culmina el ensayo definiendo con precisión la novela de Henry James. Se centra, dice, en la representación de leves movimientos anímicos de los personajes, y por ende, resulta bastante estática, opuesta a la preferida por él, dramática, movida por la pasión de los personajes y que no pide un lector crítico, sino uno que sepa identificarse con el personaje, que contemple la acción de cerca.

Lo extraordinario de los ensayos, fuera de la precisión de la lengua, muy bien traducida al castellano, proviene de la toma de posición respecto a los diversos tratados y la amplitud de miras revelada. Stevenson prefiere la novela tipo de Walter Scott, modelo de la suya, a la de James. Sin embargo, sabe valorar la diversidad y huir del parroquialismo, tan de moda hoy en todas las latitudes. Fue un rebelde conservador.