Letras

Vicente Rojo. Retrato de un general republicano

José Andrés Rojo

16 febrero, 2006 01:00

Original de la carta que Antonio Machado envió al general Rojo el 19 de enero de 1939 tras escuchar su discurso radiofónico en Barcelona de ese mismo día. arriba, el general Rojo con Azaña durante la revista a las tropas (Madri

Premio Comillas. Tusquets, 2006. 464 páginas, 22 euros

Cuando en noviembre de 1936 Madrid estaba a punto de sucumbir al arrollador avance de las tropas franquistas, un militar casi desconocido tomó las riendas estratégicas de la defensa de la capital, bajo las teóricas órdenes del general Miaja: era el entonces teniente coronel Vicente Rojo Lluch.

El éxito de la defensa de la capital le catapultó a la máxima responsabilidad del ejército popular como jefe del Estado Mayor Central. Suyas fueron las maniobras diversivas de Brunete y Belchite, la toma de Teruel y el audaz golpe de mano que desembocó en la batalla del Ebro. Diversos especialistas en historia militar han revalorizado en los últimos años la labor del insigne soldado, siendo inevitable destacar por su tono vehemente a Carlos Blanco Escolá, que ha hecho del título de uno de sus libros toda una declaración de principios: Vicente Rojo, el general que humilló a Franco.

El libro que nos ocupa constituye también un intento de reivindicación del militar republicano, pero no sólo de su actividad profesional (ámbito en el que nada nuevo se aporta) sino de él mismo como persona íntegra, como carácter admirable. No en vano el autor de estas páginas es su nieto, que ha tenido acceso a numerosos documentos del archivo familiar (cartas, apuntes, borradores). De este modo, el resultado principal de sus pesquisas viene a ser el retrato de un hombre bueno en el sentido machadiano del término, tan fiel a sí mismo que por momentos roza la ingenuidad. Al final, el coste de su coherencia será la soledad absoluta.

Tiene José Andrés Rojo una virtud incuestionable, la claridad de sus propósitos, expuestos con una loable sinceridad. No pretende engañar a nadie, haciendo pasar por investigación histórica lo que tan sólo es respetuoso acercamiento cuando no rendido homenaje a un ilustre ancestro. No es la obra de un historiador y eso obviamente se nota, tanto en pequeños errores e imprecisiones como en la voluntariosa utilización de una bibliografía desigual, en la que no siempre se discriminan adecuadamente testimonios directos, análisis políticos posteriores y valoraciones subjetivas (incluyendo algunos fragmentos de novelas). No se entiende además que las referencias documentales de la obra se acumulen al final sin las tradicionales notas numeradas.

En la reconstrucción histórica el autor sigue paso a paso las obras escritas por su abuelo añadiendo leves acotaciones que complementan pero nunca cuestionan la versión que da Rojo de los hechos. La perspectiva queda así sesgada: en un marco tan escabroso, al lector le resultará difícilmente admisible que el general quede siempre audessus de la mêlée en su papel de profesional puro (rodeado de políticos rapaces, en especial Prieto). Y no me refiero sólo a las discrepancias que mantuvo Rojo con Azaña, Zugazagoitia y Negrín, sino a los episodios más turbios o actitudes más discutibles, desde la supuesta pertenencia a la conservadora Unión Militar Española hasta sus estrechas relaciones con el PCE que dieron lugar al estereotipo, ciertamente injusto, de mero instrumento de los comunistas. Resulta también curioso que se pase de puntillas por la larga etapa del exilio boliviano sin explicar las relaciones de Rojo, en funciones de profesor o asesor castrense, con tantos militares golpistas.

En estas páginas, aunque no se ocultan críticas y acusaciones, siempre se cede al militar republicano la última palabra. Pero no tanto para exculparse como para explicarse. Porque lo que pretende José Andrés Rojo, más que justificar a su abuelo -eso se da por añadidura-, es comprender qué hacía un hombre de orden, conservador y morigerado, católico, militar y patriota, en las filas del ejército popular, luchando al lado de los revolucionarios. Para el autor, más que buscar recovecos en la personalidad de Rojo, debe admitirse que estamos ante un hombre de una pieza, leal a sí mismo, cumplidor estricto del deber, firme por ello en la defensa del gobierno legítimo. Fiel en definitiva a su patria, ante una hecatombe que juzgaba en términos de agresión extranjera. Siempre hay algo que se escapa cuando tratamos de entender la complejidad humana, pues si esa fidelidad patriótica era la razón de Rojo, también lo era de sus enemigos. Claro que, para cerrar el círculo de las paradojas, cuando Rojo volvió para morir en su tierra, fue procesado por auxilio a la rebelión militar.