Letras

Los escritores marcan su Gol

Once creadores saltan al campo para hablar de su afición por el fútbol

15 junio, 2006 02:00

Desde hace una semana prácticamente sólo se habla de remates y fueras de juego, de saques de esquina, penalties y expulsiones.Y no es una crónica política ni literaria. Sin llegar al extremo de Camus, que decía que todo lo que aprendió en la vida lo aprendió en el fútbol, o de Pasolini, para quien "el goleador es siempre el mejor poeta del año", lo cierto es que las gentes de la cultura, tradicionalmente de espaldas al deporte en general y al fútbol en particular, muestran ahora sin pudor su afición por un espectáculo que para unos llega a ser símbolo de la misma vida. El Cultural ha convocado a once aficionados que han escrito ensayos (Vicente Verdú), relatos (Manuel Hidalgo, Nicolás Casariego, Juan Bonilla, José Ovejero, Soledad Puértolas, Agustín Cerezales, Luciano Egido), novelas (Antonio Hernández), crónicas de fútbol y películas (Gonzalo Suárez), y también a un aficionado ocasional que no se pierde, en cambio, los mundiales como Fernando Marías, para que entren en juego sin echar balones fuera, a vueltas con la literatura y el fútbol, los prejuicios y la pasión.

Para la mayor parte de nuestros escritores, cultura y fútbol ya no están condenados ni a ignorarse ni a despreciarse. Vicente Verdú apunta que el juego está más presente que nunca en la sociedad actual, que asistimos a una infantilización de la sociedad y que antes los escritores, "que sólo se dedicaban a eso, a escribir, ahora también juegan y comprenden que la cultura es algo más. La cultura de masas ha buscado un denominador común hacia abajo para lograr un mercado más amplio, y ha producido, en consecuencia, una cultura de emociones y sensaciones". Más aún, para Soledad Puértolas, "ya no hay un modelo claro de lo que significa ser culto. En este sentido, se ha ganado en libertad personal. En principio, parece que los ‘clichés’ no tienen tanto peso. O que son menos restringidos. Antes, podía definirse lo que era una persona culta. Ahora es mucho más complejo. Hay más variedad de combinaciones. La sociedad es más abierta y tiene menos prejuicios".

Quizá por eso Gonzalo Suárez destaca, provocador, que "todos los intelectuales hemos soñado con marcar un gol, pero no he conocido a ningún futbolista que sueñe con escribir el Ulises de James Joyce". Y remata Manuel Hidalgo: "es incomprensible que una persona culta pueda tener prejuicios, ya que la cultura, entre otras cosas, no es sino la lenta y siempre inacabada tarea de eliminar los prejuicios. No concibo tampoco que alguien culto no esté interesado por el deporte en general y por alguno en particular, dada su enorme riqueza de signos, sentidos y significados. Cosa distinta es la crítica a determinadas utilizaciones del deporte por algunos credos religiosos y políticos".

"El fútbol no mancha"
En cambio, Luciano Egido no cree que esos prejuicios hayan desaparecido, al menos "no del todo. Un concepto elitista de la cultura, como terreno acotado para unos cuantos elegidos, incluso en los espíritus supuestamente más democráticos, ha mantenido vivos los prejuicios contra los deportes de masas durante mucho tiempo. Pero, en realidad, se puede ser un llamado hombre culto y ser permeable a la fascinación colectiva de las celebraciones deportivas. Entre el desprecio y la alienación, siempre hay un hueco para el gozo controlado. El fútbol no mancha".

A fin de cuentas (y de cuentos), y como apunta Antonio Hernández, "el deporte, en palabras de alguien que no recuerdo, estaba destinado a ser el esperanto de los pueblos cuando se tenían todas las esperanzas de que el esperanto cuajara como idioma de universal entendimiento. Los prejuicios han desaparecido porque nunca los hubo. Contra el que los ha habido es contra el fútbol, pero muchos intelectuales españoles ahora mismo prefieren un buen partido a una buena novela".

Cuestión de buen gusto
"Supongo-insiste, en la misma línea, Nicolás Casariego- que los prejuicios de los intelectuales apuntaban hacia los deportes de masas (fútbol, fútbol y fútbol). Supongo que algunos se aburrieron de anatemizar el fútbol en público para después quedar con los amigos a ver los partidos. Supongo que otros siguen odiándolo". No sólo eso: desde "hace ya algunos años -comenta Juan Bonilla- no es infrecuente ver firmas apetitosas en las páginas deportivas. Muchos años, diríamos, si tenemos en cuenta que en tales páginas se estrenó un gigante como Gonzálo Suárez, o que otro gigante como Brines le dedicó un artículo a Solsona (que era tan difícil de conseguir en los cromos)".

O, como explica José Ovejero, "Hoy es de buen gusto que un escritor sea aficionado a un deporte; a medida que la cultura se ha ido convirtiendo en cultura de masas se ha acercado a otros fenómenos de masas como el fútbol o la televisión. El escritor ya no pertenece a una elite, está inmerso en esa cultura de masas, e incluso adula los gustos del público para ganar popularidad".

Sin embargo, para la mayoría la frase de Pasolini ("El goleador es siempre el mejor poeta del año") es una exageración, como decir que un partido de fútbol es una metáfora de la vida. Fernando Marías explica que si el partido se extendiese interminablemente, "y los jugadores fuesen envejeciendo hasta fallecer de muerte natural veinte o treinta años después de haberse iniciado el encuentro podríamos hablar de metáfora de la existencia humana: unas gradas semi vacías de público, un grupo de hombres agotados que dudan de cuál es su portería y cuál la del contrario, un resultado (123.407 goles contra 124.789, por poner un ejemplo) que ya a nadie interesa y la gran pregunta, contra la luz mortecina del anochecer sobre el campo: ‘Y después del partido, ¿qué?’... Esto sí podría ser una metáfora. También, ahora que lo pienso, el argumento de un cuento. Pero en general, los partidos de fútbol me parecen partidos de fútbol sin más. Y casi todas las frases-impacto de Pasolini me recuerdan que treinta y un años años y unos meses después de muerto sigue siendo un maestro en el arte de reclamar nuestra atención. Aquí se acaba de demostrar de nuevo".

Más generoso con el italiano, Antonio Hernández recuerda que ya Alfonso XIII dijo que el deporte es más económico para los países que la Liga de las Naciones: "Durante mucho tiempo, en general, tuvo mucho que ver con el panem et circense de los romanos, pero creo que sí, que hay cierta exageración y, en cuanto a la frase de Pasolini no está mal, pero ya quisiera el poeta tener la consideración social de un Ronaldo. Resumiendo: el deporte, o el fútbol, puede ser una escuela de diplomacia y un sustituto de las guerras y de la misma manera que en la grada puede haber un energúmeno dándole escape a la barbarie, en la barra del bar o en el sillón de la casa puede existir un hombre satisfecho".

"Lo que pasa -tercia Luciano Egido- es que nuestra cultura moderna, que tiene miedo a las sombras de la insignificancia, tiende a la exageración. Es verdad que la condición humana, marcada por la precariedad y la necesidad de afirmación, participa de algunas características del equipo de fútbol sobre el césped de la vida y que su aspiración al ser se asemeja a la busca del gol a toda costa. Sin goles no somos nada. Pero el problema consiste en saber qué es un gol, visto como la culminación de un esfuerzo combinado entre muchos factores y condicionado por las reglas del juego".

Por su parte, Bonilla es "una exageración, como exageran quienes dicen que la poesía es tan necesaria para el cuerpo como el agua. El fútbol vive de la pura exageración, esos sueldos, la cantidad de páginas que se dedican a él, el hecho de que los telediarios se dividan en dos partes: el fútbol, y todo o demás. ‘Estas cosas pasan porque Dios es colombiano’ gritó un locutor, el día que Colombia le ganó en el último minuto a Alemania".

Y no estaba drogado. O sí, porque, en palabras de Vicente Verdú, el fútbol sí es el opio del pueblo: "produce un placer repentino en la vida pero es de mentiras, como el dolor: nos hace sufrir mucho pero en el fondo no pasa nada".

Gonzalo Suárez confiesa que le parece chocante que ahora se hable del fútbol en esos términos. No porque no lo sea, sino porque lo es: "¿Nuevo? ¿Desde cuando es nuevo algo que, como los toros y la Fórmula Uno, nos remonta al circo romano? Después de las religiones, por supuesto, y empatado con la prensa del corazón, el fútbol sigue siendo el mayor fumadero".

Opio, fútbol y obnubilación
Más radical, Luciano Egido niega la mayor: "El opio, no sé por qué, tiene muy mala prensa; pero de un modo o de otro todos nos drogamos. El pueblo, como entidad abstracta, vacua e imprecisa, recibe tanta ración de opio a diario, a dosis masivas y de múltiples procedencias, que no se le puede achacar al fútbol la exclusiva de sus efectos obnubilantes. Pero, como en tantos fenómenos sociales, su atractivo radica en que maneja una reacción estimulante contra las limitaciones de la vida sedentaria y la necesidad de un entusiasmo inmotivado".

Motivado o no, Suárez reconoce que en su caso la pasión por este deporte nació viendo jugar al Atlético de Madrid de Helenio Herrera, si bien "la fascinación que perdura es la de un rectángulo de cesped verde y la de un balón que bota y rueda. Y la de 22 jugadores que buscan y esperan ocasión y espacio para hacerse con él". En cambio, la de Verdú surgió en los años 50, la edad dorada del equipo de su pueblo, el Elche. Como la de Manuel Hidalgo, que "nació con la televisión en blanco y negro, y se ha mantenido viva y ha ido a más con la televisión en color y con la angustia y el aburrimiento que -salvo el cine- me deparan otras imágenes de la actividad social". O la de Bonilla: "De niño, jugando con la camiseta del Barça -el 9 a la espalda, el de Cruyff- de los descampados que rodeaban mi barrio. Como el 100 por 100 de mis amigos quería llegar a ser futbolista. Todavía sueño aveces que lo soy".

Sustituto de guerras
Si la infancia de Machado son recuerdos de un patio de Sevilla, la de Antonio Hernández es "la memoria de un campo de fútbol, de muchos balones, botas, medias y demás a mi alcance cotidiano. El campo de fútbol local era de mi abuelo, así que allí se jugaba cuando mi familia quería. Yo hubiera querido más libros que todo eso que he dicho y, parafraseando al otro Machado, a don Manuel, ‘antes que un tal poeta/ mi deseo primero/ hubiera sido ser/ un buen delantero’. Delantero centro, por supuesto, aunque en Arcos se dice todavía que el pueblo ganó un mal poeta para perder un gran futbolista". Para Nicolás Casariego surgió "sin esfuerzo, viendo perder a España; maduró sin problemas, viendo perder a España, y seguirá sin problemas, viendo perder a España". Nada que ver con Marías, que confiesa que se quedó "prendado hace veinte años de un partido, el Francia-Brasil del Mundial del 86. Recuerdo que no tenía nada que hacer, me puse a verlo yo solo y me embrujó. Supongo que la calidad excepcional se hace evidente en todos los espectáculos, y despierta la admiración. Desde entonces veo los partidos del mundial, los de España y los de semi finales y finales. Y aprovecho, ante la pantalla, para haber balance de los cuatro últimos años de mi vida".

Mitología y nostalgias al margen, el fútbol está lleno de imágenes literarias, como la del miedo del portero ante el penalty, que tiene para Luciano Egido "algo de aquella memorable película de Solo ante el peligro de un Gary Cooper impecable. Porque acumula un montón de elementos altamente significativos, relacionados una vez más con la condición humana. Es la debilidad del ser frente a la abrupta irrupción de la historia, la ignorancia del futuro frente al que estamos obligados a actuar, el marco de la portería que sobrepasa en mucho la estatura del hombre y su capacidad de defensa, la corta distancia frente al ataque inminente, la instancia de una decisión con escasa información a mano, la mirada de los otros, que son miles y que es verdaderamente el infierno, y el impulso salvador de la afirmación frente a la nefasta posibilidad de la negación".

También Fernando Marías elige esa imagen como "una de las más potentes: durante el lanzamiento de penalty, el recorrido brevísimo del balón desde que se separa de la bota del lanzador hasta que llega a las manos del portero o al fondo de la red. Sin encima es el penalty que define al campeón de un mundial, estremece pensar que todo el planeta llamado ‘civilizado’ está atento a esa momento a través de la tele. Buen momento para una invasión extraterrestre". Más prosaico, Gonzalo Suárez señala que "el peor miedo es el que siente el que tira el penalty. Si el portero lo para es un héroe, pero el que lo falla nunca se lo perdona a sí mismo". Y en eso coincide con Ovejero, que escoge "el miedo de quien lanza el penalty. Porque no pararlo es lo lógico, pero fallarlo, sobre todo un penalty clave, puede ser una pesadilla que te persiga durante años".

El árbitro, un ser atormentado
En cambio, Nicolás Casariego elige sin dudar un instante, como personaje literario, al árbitro, "un ser atormentado, acomplejado, con delirios de grandeza, masoquista, satanizado... Se diga lo que se diga, es tan protagonista como los futbolistas, y encima su posición (la de juez) le convierte en el observador perfecto del mundillo, de sus miserias y grandezas".

Manuel Hidalgo recurre a las bandas, al recordar que Henri de Montherlant escribió: "Un extremo es un niño perdido", y apostilla: "tal vez con esa idea y bastante talento se pueda hacer un buen relato". Y Juan Bonilla, indeciso y audaz, selecciona al suplente como figura literaria, aunque reconoce que sobre él "el que mejor ha escrito entre nosotros es Sergi Pàmies (La primera pedra)".

"Sus" libros de fútbol
De Alberti a Kapuscinski son numerosísimos los libros sobre el fútbol, y eso a pesar de que, como señala Gonzalo Suárez, "no hay relato ni película que suplante la emoción e inmediatez de un partido en directo".

Con todo, Verdú, elige un relato de Galeano sobre la victoria de Uruguay ante Brasil; Bonilla, las memorias de Helenio Herrera; Barça: la pasión de un pueblo de Jimmy Burns Marañón, y El mundo en un balón de Franklin Foer. Manuel Hidalgo recomienda "vivamente" un ensayo de Desmond Morris titulado The Soccer Tribe y Antonio Hernández destaca Fútbol y De portería a portería, de Fernández Florez; El delantero centro fue asesinado al atardecer, de Vázquez Montalbán y No puedo vivir sin ti, de Longares. "Aparte -remata-, los poetas: la "Oda a Platko", de Alberti, la elegía al portero de Miguel Hernández..." Ovejero apuesta por el cuento de Sergio Gómez "Todos los arqueros muertos" y por "el espléndido reportaje de Kapuscinski Las guerras del fútbol"; Cerezales, "la columna Epistemología del fútbol, que escribía Verdú. Y un cuento delicioso deFontanarrosa". ¿El título más sorprendente? El favorito de Casariego: La metamorfosis, de Kafka. "Es la historia de un árbitro que no se atreve a ir a pitar la final del Mundial. Acaba fatal".


Escritores en fuera de juego
Luciano Egido: La cultura de masas consagra a los escritores políticamente correctos. Hoy a Unamuno, por ejemplo, no le habrían dejado salir de las cuatro paredes de su cátedra. La presión mediática es todopoderosa y el mercado manda y no tolera el más mínimo desvío de la ortodoxia establecida.
Cerezales: No veo los partidos entre escritores consagrados.
Fernando Marías: Me da pena que un gran escritor como Auster, que nos fascinó con algunas de sus novelas, no acierte últimamente. Sus últimos libros empiezan maravillosamente, pero se derrumban hacia la mitad. Los dos últimos no los terminé. Y lo dramático es que la caída en picado surge cuando Auster lleva al límite su propio estilo.
Juan Bonilla: Cela, autor de un libro de cuentos bastante infumables sobre fútbol
Manuel Hidalgo: Por desgracia debo decir que cualquiera que ocupe el número uno en una lista de libros más vendidos.
Vicente Verdú: A mí me parece que Paul Auster y su cursilería.
Antonio Hernández: Sánchez Ferlosio.
Nicolás Casariego: Los buenos escritores siempre juegan al borde del fuera de juego. Entre los consagrados hay bastantes que caen en él, pero no se lo sancionan.
José Ovejero: El autor de El miedo del portero ante el penalty, Peter Handke, por sus reverencias a Milosevic. Admiro que insista en nadar contracorriente, pero hay ríos más limpios que ése.
Gonzalo Suárez: ¡¿Un escritor consagrado y fuera de juego?! ¡Me encantaría ser él!