Vladimir Nabokov. Los años americanos
Brian Boyd
21 diciembre, 2006 01:00Nabokov disfrutando de otra de sus pasiones, las mariposas
Alexander Solzhenitzyn y Vladimir Nabokov (1899-1977), iconos de la literatura rusa de la segunda mitad del XX, cortan perfiles opuestos. El primero, huraño y recluso, fue cronista del Gulag, mientras el segundo se convirtió en el hombre de letras por excelencia. Nabokov es el último gran maestro literario de la pasada centuria. Su obra cierra la lista que va de Kafka, James Joyce y Marcel Proust a Jorge Luis Borges. Afortunados talentos que vivieron en el cenit de la era de la literatura dedicados a realizar su vocación. Les apoyaron editores legendarios como Gaston Gallimard y una audiencia rendida al arte. Además, el genio modernista ruso murió precisamente cuando la ficción occidental era encajonada en un formalismo estéril por el nouveau roman y los aires de renovación, el boom de la novela hispanoamericana, la destronaban. La ficción (post)colonial (Gabriel García Márquez) y la periférica (Milan Kundera) tomaban el relevo del imperio literario europeo.Pocos escritores, ninguno en lengua española, cuenta con una biografía semejante. Brian Boyd, en un primer volumen, ya relató los años rusos del autor, cuando el niño y joven aristócrata ruso vivía en un ambiente privilegiado, rodeado por institutrices inglesas y suizas, y viajaba extensamente por Europa. Terminó asistiendo a la universidad de Cambridge, y tras graduarse marchará a Berlín (1922), donde residen entonces los Nabokov , refugiados del avance de los bolcheviques en su país. Su padre había muerto ese mismo año en un desafortunado incidente. Otro hecho relevante de esa primera biografía es que en Berlín el joven exiliado comenzó a labrarse fama como escritor entre la colonia de exiliados rusos. También de entonces data su matrimonio con Vera, una rusa de ascendencia judía y su compañera de por vida. El tomo que nos ocupa apareció en inglés un año después, en 1991, y cuenta las vicisitudes del exiliado que cambia de país, emigra a EE.UU y cambia de idioma, comenzando a escribir en inglés. Tras 21 años de residencia en América, terminará afincándose en Montreux (Suiza), donde fallecería en el verano de 1977, a los 78 años.
El libro es mucho más que una biografía de los años americanos de Nabokov, pues los capítulos propiamente biográficos alternan con otros, excelentes también, dedicados a comentarios críticos de las principales novelas de esta época. Desde La verdadera historia de Sebastián Knight (1939) hasta ¡Mira los arlequines! (1974). Igualmente notable resulta el trasfondo bosquejado, las amistades y contactos de los Nabokov que suponen un completísimo cuadro de la escena cultural norteamericana.
La obra comienza relatando el viaje en barco de Vladimir, Vera y su hijo Dimitri, desde Francia a EE.UU. Poco a poco, y gracias al apoyo de amigos, Nabokov irá abriéndose camino de manera precaria, dando clases de ruso, si bien en grandes universidades, principalmente Wellesley College y Cornell University, donde más tiempo permanecería, y ocasionalmente Harvard. Siempre, y esto es importante, dedicándose a la lepodoptería, al estudio y clasificación de las mariposas, afición que practicó profesionalmente la vida entera. De hecho, durante los veranos que pasó en América, hasta 1962, viajaba cada año en vacaciones al oeste americano con el fin de buscar especies desconocidas. Entre sus contactos académicos, el biógrafo cuenta el trato que tuvo con muestro Jorge Guillén, por entonces profesor de literatura española en Wellesley. Como el inglés del vallisoletano, prácticamente recién emigrado, era todavía pobre, se comunicaban en francés. Los famosos exiliados jugaron juntos al tenis y conversaron ampliamente sobre la vida y la literatura, gustando el ruso de la rápida inteligencia del español, a quien utilizaría como modelo en su poema "Exilio".
Durante los años dedicados a la enseñanza, Nabokov leyó y dio numerosas clases y conferencias sobre los mejores autores rusos y europeos. Su favorito fue siempre Tolstoi, seguido del único poeta que para él puede compararse con Shakespeare, Pushkin. No gustaba, sin embargo, de Dostoyeski. Todos los novelistas y poetas sobresalientes del canon europeo fueron en un momento u otro estudiados y comentados por él. A Cervantes le reprochaba el maltrato dado al pobre don Quijote. Queda claro que a Nabokov nunca le faltó el sentido de su importancia ni tuvo dudas sobre la validez de sus opiniones. Esta fuerte personalidad le costaría algunas amistades.
En los mencionados viajes veraniegos, cuando atravesaba América de este a oeste en busca de mariposas, llegó a conocer como pocos la cara rural del país, opuesta a la del mundo de los rascacielos. Un entorno lleno de prejuicios, de mentes estrechas, cruzado de prohibiciones y de tabúes sexuales. Durante los viajes tomaba notas en el interior de viejos coches, y así iba surgiendo la idea de Lolita. Esta extraordinaria novela, donde Humbert, un hombre mayor, se enamora de una niña de 12 años, Lolita, y la seduce. Boyd describe la obra con excepcional talento, la ternura que siente el amante por la niña, que casi le permite al trasgresor racionalizar su criminal conducta. Los editores americanos temieron lo peor y tardaron en publicarla. Apareció primero en Francia, y tras diversos escándalos y la publicidad que obtuvo, salió en USA (1958), donde consiguió un éxito perdurable.
Después redactó Pnin (1957), que se publicaría antes que Lolita. El protagonista parece un doble suyo, un profesor universitario emigrado de Rusia, que experimenta todo tipo de problemas tratando de adaptarse a su nuevo entorno. A primera vista parece una simple obra de entretenimiento, de lectura fácil, si bien entraña, como afirma Boyd, un sincero cuestionamiento de cómo podemos reírnos de una persona desgraciada. El reproche es el mismo que Nabokov hacía a Cervantes con respecto a don Quijote. Junto a la labor de novelista y poeta, Nabokov dedicó sus esfuerzos a traducir la novela en verso de Pushkin, Eugenio Oneguin (1831), que con notas y comentarios alcanzaría las mil doscientas páginas. La esmerada traducción (1964) fue recibida con reparos, entre otros por Edmund Wilson, el mejor crítico de la época. Quien junto con su mujer Mary McCarthy habían protegido a Nabokov, poniéndole en contacto con las grandes revistas de la época, "The New Republic" o el "New Yorker", donde publicaría muchos cuentos y artículos. Fue un choque duro, y Nabokov respondió en su estilo, sin ceder un milímetro, y perdiendo así una larga amistad.
El éxito de Lolita, de Pnin, de sus traducciones, le permitieron dedicarse de lleno a la escritura. Se mudó a Suiza, donde comenzaron sus años europeos. El primer resultado de nota es Ada (1969). Su más larga y ambiciosa novela, una exploración sobre la naturaleza del tiempo, contada a través del amor entre dos hermanos, Van y Ada, a lo largo de noventa años. La obra resulta divertida, profunda, repleta de referencias culturales a pintores y escritores universales. Sin duda su obra maestra. Los comentarios de Boyd son otra vez iluminadores.
Esta biografía, en fin, cuenta admirablemente la vida de un escritor de fama internacional, ganada por la riqueza literaria de sus obras, su profundo esteticismo, guiado por una original conciencia individual. Leyéndola revivimos el placer que sacamos de los textos nabokovianos, donde la percepción del artista es expresada en detalle, con morosidad, gracias a un estilo perdurable, tan diferente al de moda en el presente.
Un último secreto, El original de Laura
Poco antes de morir, en 1977, Vladimir Nabokov estipuló en su testamento que su última novela inédita, The original of Laura, debía ser destruida. Y por una vez su familia, concretamente su hijo y heredero Dmitri, parece dispuesta anteponer su voluntada la codicia o la vanidad, a pesar de que el mismo Dmitri asegure que "podría haber sido la novela más brillante de mi padre, la concentración más destilada de su creatividad". De hecho, su viuda, Vera, fallecida en 1991, no se decidió a destruir el libro y es su hijo quien ha debido afrontar qué hacer con él, en medio de una descomunal polémica literaria y mediática en estados Unidos. Al parecer, primero pensó en donar el manuscrito a una fundación o universidad que permitiera el acceso restringido a la misma, pero, tras decidir no quemarlo, ahora baraja la posibilidad de depositarlo en una institución sin permitir que nadie tenga acceso al mismo. La causa serían los artículos que han cuestionado que su padre fuera el autor de Lolita, y su deseo de impedir que El original de Laura sea atacado por investigaciones de periodistas. "Esta pieza delicada y frágil no se merece una actitud como esa", dice.