Eugenio Montale

Eugenio Montale

Letras

Montale, un viaje a la condición humana

El poema “debe expresar el objeto y callar la ocasión que lo impulsó”, decía Montale, lo que en la práctica comporta un ocultamiento

11 enero, 2007 01:00

Poesía completa
Eugenio Montale
Edición bilingüe de Fabio Morabito. Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg. 1.113 páginas. 54 €

“Un poeta no debe renunciar a la vida. Es la vida la que se encarga de escaparle”, escribió Montale y, por ello, observó la vida en sus mínimas manifestaciones. Y es precisamente esto lo que conlleva el adentrarse en toda su producción poética, reunida ahora por primera vez en nuestra lengua. Nos hallamos ante la creación de un lírico capaz de confesar también que la escritura nace de una crisis individual y, a la vez, de un compromiso con el momento histórico. El cruce de hombre e historia se produce en la intersección de las coordenadas espacio-tiempo. Montale nació en Génova en 1896 y murió en Milán en 1981. Sus versos, pues, recorren casi un siglo y aglutinan un paisaje italiano, mediterráneo, donde se impone el mar azotado por el viento y el paisaje de sus inmediaciones, con sus pinos, sus pitas y su vegetación rocosa.

En la primera década del siglo XX, en Italia, dominaban todavía los poetas de transición llamados crepusculares: Carducci, Páscoli y d’Annunzio; pero ya en 1909 la ruptura futurista abrió las puertas a un nuevo dinamismo que, entre 1930 y 1940, dando un giro, hizo prender la llama del hermetismo, que intensificaba el valor de la palabra pura y, a la vez, su carácter sugerente y desvelador de los distintos niveles de percepción. Montale, junto a Ungaretti y Quasimodo, perteneció a este grupo, si bien, por su espíritu, no se hallaba lejos de aquellos crepusculares.

En 1925 publicó su primer libro, Huesos de sepia, y el mismo año firmaba el manifiesto antifascista escrito por Benedetto Croce. Dos años después pasaba a vivir a Florencia donde frecuentó la tertulia literaria y políticamente avanzada del Café Rosse y formó parte del grupo “Solaria”, una revista abierta a Europa y opuesta a la tradición. Expulsado de su puesto de trabajo por sus ideas, se dedicó a traducir a Shakespeare, Cervantes y Bécquer, entre otros, trasladándose luego a Milán donde colaboró en el “Corriere della sera”. En 1939 publicó su segundo libro, Las ocasiones, al que siguieron La tormenta y algo más (1940- 1954), Satura (1962), el libro de ensayo Fuera de casa (1969), Diario del 71 y del 72 y Cuaderno de cuatro años (1973-1977). En 1975 se le concedió el Premio Nobel.

La poesía de Montale se caracteriza por la apertura, pero no se trata de una apertura del estilo, sino del pensamiento. No hay sistema filosófico que lo encorsete, atrapa cada instante con la precisión de la fugacidad, y por ello sólo se siente capaz de expresar “lo que no somos, lo que no queremos”. Su fundamental conciencia de la inseguridad le impide tener un objetivo preestablecido, que se traduce en el poema al iniciarse éste con una orientación que, de pronto, se pierde. Bellamente expresa este sentimiento en los versos: “Mi vida, no te pido rasgos fijos”.

Esta vida observada por el poeta, anclada en el espacio, abarca también objetos y animales que aparecen ya en sus primeros poemas y ocupan cada vez un lugar más importante: “No el grillo, sino el gato del hogar/ ahora te guía”. Montale escribió en su día que “un fruto debe contener sus motivos sin revelarlos”. Del mismo modo, el poema “debe expresar el objeto y callar la ocasión que lo impulsó”, lo que en la práctica comporta un ocultamiento, así, a los ojos del lector, adquiere cierto carácter de adivinanza. “Lo importante es que el traspaso de lo verdadero a lo simbólico o viceversa ocurre en mí inconscientemente. Mi punto de partida es siempre la verdad, no sé inventar nada. El dato realista está siempre presente, es siempre verdadero”.

Montale es un poeta reflexivo que no cede a modas. Si a veces resulta hermético nunca es debido a un enmascaramiento: dice lo que tiene que decir escuetamente. “Hicimos todo lo posible/ para empeorar el mundo”, leemos en Cuaderno de cuatro años. Y en los ensayos de En nuestro tiempo, estas palabras: “El tema de la poesía […] es el tema de la condición humana considerada en sí, no éste o aquél acontecimiento histórico. Ello no significa alienarse de cuanto ocurre en el mundo: significa sólo conciencia, y voluntad, de no confundir lo esencial con lo transitorio”.