Image: El esnobismo de las golondrinas

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Letras

El esnobismo de las golondrinas

Mauricio Wiesenthal

22 febrero, 2007 01:00

Carlets

Edhasa. Barcelona, 2007. 1150 páginas, 36 euros

Cuando el lector ojea por primera vez un libro de Mauricio Wiesenthal, por ejemplo su anterior y exitosa obra Libro de réquiems, y descubre la exuberancia de su cultura y de sus vivencias, su prosa torrencial y a la vez exquisita, de vuelo lírico, y su cosmopolitismo, no puede sino preguntarse: ¿De dónde ha salido este hombre? ¿Es real?

Ayuda a explicarnos su portentosa personalidad saber que Wiesenthal nació en Barcelona en 1943, en el seno de una familia que tenía como la mejor de sus fortunas una vieja tradición cultural. Su bisabuelo era músico. Su abuelo, editor, dirigió la Casa Gans, que fue una de las empresas litográficas más importantes de España, a principios del siglo XX, y su padre era catedrático. El pequeño Mauricio se crió escuchando recitar a su padre fragmentos de la Ilíada en griego clásico, una música misteriosa que alumbraba las otras lenguas que se oían en la casa: el alemán del padre, el español de la madre, el inglés, el francés, o el húngaro de la tía Ella. Como otros son hijos de aristócratas, de campesinos, de artesanos o de comerciantes y están orgullosos de su tradición familiar, Wiesenthal celebra no haber heredado dinero, ni títulos, ni tierras; sólo esa tradición cultural que ha querido multiplicar y que es también más fácil de compartir que otras fortunas.

A pesar de que Wiesenthal, en su juventud, publicó un best-seller, La belle époque del Orient-Express, y ha cultivado la novela, los viajes y la poesía, parecía que su fama de catador de vinos iba a ensombrecer al escritor, hasta que en 2004 Edhasa publicó Libro de réquiems, un monumental y deslumbrante homenaje de setecientas páginas a sus maestros, desde Dostoyevski a Camus, pasando por Shakespeare, Casanova o Wilde entre otros muchos. Aquella obra amalgamaba cuarenta años de pasión por la cultura europea, leída y vivida por un poeta ubicuo. Por eso ahora sorprenderá El esnobismo de las golondrinas, una nueva reelaboración de su legado de más de mil páginas, fruto de medio siglo de memoria. ¿Es que se dejó algo Wiesenthal en su Libro de réquiems?, nos preguntamos. O mejor dicho: ¿Es que se dejó tanto?

Si Libro de réquiems se articulaba a partir del canto a los dioses del panteón particular de Wiesenthal, si era un libro patriarcal, El esnobismo de las golondrinas se desmarca con la omnipresencia de la mujer. Atenea se transforma en golondrina en La Odisea. En Oriente le enseñaron al viajero que las golondrinas son también símbolo de la separación. Las ciudades, los rincones del mundo que descubríamos vinculados a la biografía de Wiesenthal en Libro de réquiems, eran traídos para acercarnos a los maestros, a Zweig, a Nietzsche, a Morand. En cambio El esnobismo de las golondrinas refunde cinco décadas de apuntes, recuerdos y artículos para hablarnos del autor, como un tapiz de paisajes urdido para meter los viajes en la trama de su vida. Junto a la reivindicación de una vieja Europa, ahora se insiste en reclamar una forma de vida, que es en el caso de Wiesenthal una forma de viaje. Para ello no puede sino recurrir a la explicación y consagración del esnobismo, como paradigma del imperativo estético como motor de la existencia.

En realidad El esnobismo de las golondrinas tiene mucho de libro de iniciación. Un joven Wiesenthal de 18 años, siguiendo los pasos de Stephan Zweig, se presenta en Viena con una carta de sus padres buscando alojamiento en casa de una vieja dama. Pero va a buscar, como el judío errante, el oro de la vida recorriendo la orilla de los ríos con su flauta, la libertad de los gitanos, la bohemia pura, esculpiendo una mirada viajera que ya para siempre buscará la lámpara de la sabiduría. Entendemos que este libro habla de viajes, pero no es un libro de viajes. Viajar no importa, de lo que se trata es de irse. Con Wiesenthal nos embarcamos en una aventura de mil páginas fascinados por el ingenio de quien declara que quizá este libro no es para gente seria. O con la esperanza de que gracias a este libro "fauve y desordenado", nos fijaremos en esos Leonardos que nadie mira en el Louvre, o en la casita de los jardines Boboli de Florencia donde Dostoyevski escribió El idiota. Siempre feliz, desenfadado, Wiesenthal nos convence de que "viajar siempre es una forma de desorden", y de que la mejor patria es la del trotamundos.

El gran mensaje en el que insiste Mauricio Wiesenthal en todos sus libros es la preocupación por una Europa que se nos va muriendo y apagando entre las fiestas y los fastos de la burocracia que la gobierna. Señala la perversidad del bienestar económico, de los nuevos ricos y del optimismo de las vidas triunfantes, o sea una suplantación de Estados Unidos, para recordarnos que nuestra cultura la crearon Jesús y Diógenes, los judíos y los griegos: "Somos algo gracias a la Antigöedad y me parece que somos menos a medida que nos alejamos de ella". Desde su inteligencia de esteta, lamenta la vulgaridad del turista en shorts y adivina que los nativos se comían a los conquistadores, a veces, como una forma "espontánea de controlar el turismo". Con una precoz conciencia de haber llegado por poco a un mundo en el que las luces se apagan, el joven Wiesenthal, aquel mayo del 68 en París prefiere entrar en el Molin Rouge a andar por las calles lanzando piedras. Las muchachas del cabaret le anestesiaban el dolor de ver cómo unos "niños de papá proclamaban la contracultura cuando los últimos maestros europeos se nos estaban muriendo en el silencio". Aquel joven quería entrevistar a Josephine Baker, espía en España, perseguida por los nazis y McCarthy, que actuaba entonces para afrontar el embargo de su castillo de Milandes y mantener a sus hijos adoptivos. Excéntrico, le interesaba más la vida de un artista en su decadencia que los desfiles triunfales de los políticos. En este libro Wiesenthal da fe de su esnobismo y noticia de sus precursores, ya estudiados por Tackeray: Luis XIV, Sócrates, Empédocles, Cicerón, Balzac, George Sand, Franz Liszt, Richard Wagner, Nietzsche, Oscar Wilde, Valle-Inclán, Jean Cocteau, Máximo Gorki, Tolstoi, Shakespeare, Byron, Hugo, Rimbaud, Proust, Sacha Guitry, Picasso y Misia Sert. Provocadores desclasados, especies de dandis que conquistan la libertad a base de contradicciones y arbitrariedades. Valiente y satírico, Wiesenthal no esquiva el presente, sino que lo fulmina con armas del pasado, y le preocupa por ejemplo que los seres humanos tengan el poder de elegir su rostro, cuando lo que importa no es la anatomía, sino el gesto. No le importa parecer esnob, pero no quiere pasar por alegre, porque busca expresar una pena, un fondo melancólico, un placer triste como un viaje o una separación, que las golondrinas simbolizan. Recordando sus movimientos hasta los límites de su mundo, Marrakech, Estambul o Nueva York, ahora que es tarde para el foie pero pronto para las flores, Wiesenthal, en el fondo un místico, nos invita a mirar esos coches, barcos, hoteles y cafés que se han ido, con la lentitud necesaria para no perder el aroma de esa madre que nunca se va, porque es eterna como Roma y hermosa como La Piedad de Miguel ángel.

Blancas gatas para un ballet

Venecia merece algunas de las mejores páginas de este viaje, gracias a los personajes de leyenda que evoca: "Diághilev -escribe Wiesenthal- era oscuro como su leyenda negra: corrompía y se dejaba corromper, inventaba naufragios falsos para buscar ayudas, falsificaba visados, no tenía quizás otra virtud que saber elegir siempre a los mejores. Le había querido pagar a Oscar Wilde unos derechos, sólo para ayudarle en sus últimos días. Pero cuando él mismo murió no dejó más que unos gemelos de oro. [...] Coco Chanel y Misia Sert organizaron su funeral en la iglesia ortodoxa de Venecia y su entierro en San Michele. Ellas dos, vestidas de blanco, acompañaron a la góndola fúnebre en aquel día de paz, después de una víspera de viento y tormenta. De pie en la proa, entre los ángeles dorados, parecían sacerdotisas, blancas gatas de angora. Y no sé si mucha gente sabe que Misia había empeñado su collar de platino con tres hileras de diamantes para darle al mago el entierro que merecía. Misia llamaba a este collar ‘mis noches de amor’, porque se lo había regalado uno de sus maridos millonarios. Ella era peligrosa, pero también loca y tierna como las mujeres de La Bohème [...]".