Letras

Historia de España, VI. La época del liberalismo

Josep Fontana

19 abril, 2007 02:00

Isabel II, vista por F.X. Winterhalter

Crítica/Marcial Pons. Barcelona, 2007. 576 páginas, 33 euros

Dos de las editoriales más prestigiosas en el campo de la historiografía -Crítica y Marcial Pons- se lanzan a la aventura de una nueva Historia de España, poniendo el proyecto en manos de dos reconocidos especialistas, J. Fontana y R. Villares, y contando para la materialización del mismo con el concurso de otros trece reputados profesores. Podemos decir que, ya desde la autoría, se pretende conjugar la diversidad de perspectivas con un cierto criterio unitario: se trata de encontrar un camino intermedio entre la obra de un solo autor, ya sea enciclopédica (la clásica de Modesto Lafuente) o sintética (las más recientes de Tusell o Domínguez Ortiz) y la dispersión de ópticas y planteamientos que caracteriza esa empresa monumental que es la Historia de España de Menéndez Pidal, luego continuada por Jover.

Es verdad que el susodicho camino intermedio no es una novedad. Por citar casos recientes con parecidos propósitos, recordemos la Historia de España Alfaguara que dirigió M. Artola y la posterior Historia de España Labor que estuvo a cargo de Tuñón de Lara. En ambos empeños se pretendía, como en éste, trascender los límites del especialista y llegar al gran público con una obra coherente, sólida, distribuida en varios -no muchos- volúmenes, contando con la garantía de acreditados expertos en las diversas etapas. Otra significativa concomitancia es que en todas estas realizaciones se adoptaba una voluntad renovadora y un enfoque modernizador, en un alineamiento explícito con lo que se autodenominaba una visión progresista de la historia de España.

Entonces, ¿qué sentido tiene esta nueva iniciativa, qué pretende aportar al panorama historiográfico? Para cualquier lector al tanto de las novedades en ésta como en cualquier otra parcela de conocimiento, la respuesta es obvia: la aceleración del tiempo en que vivimos es tan brutal que tres décadas -las que nos separan de los manuales antedichos- constituye tiempo más que suficiente como para sentir la necesidad de una puesta al día. ésa es la justificación más evidente y así se expresa en una escueta Introducción general que parece va a repetirse en todos los volúmenes de la colección, con el obvio fin de que los propósitos motrices sean también conocidos por aquellos lectores que se limiten a una parte de la obra.

En esas coordenadas generales se inserta un objetivo más definido: no se persigue tanto establecer un "estado de la cuestión"como ofrecer una visión de conjunto del pasado hispano desde la atalaya del presente. Se concibe este presente con un doble carácter: primero, como instalación en un país "de ordenación política plural en su forma de Estado" y abierto al exterior en todos los ámbitos; en segundo lugar y como consecuencia de ello, la obra resultante debe ser la expresión de "lo que un grupo de historiadores españoles de comienzos del siglo XXI piensa de la sociedad en la que viven, convencidos de que el conocimiento del pasado es herramienta imprescindible para proyectar el propio futuro" (p. XI). Aunque es de agradecer esa claridad -no sé si tanta contundencia- es evidente que esa perspectiva conlleva ciertos riesgos, desde lo que suele denominarse presentismo hasta una deriva hacia lo políticamente correcto en el análisis histórico, que ya se insinúa en los párrafos finales de la mencionada introducción. Habrá que esperar a los próximos volúmenes para hacer una estimación global de cómo se ha resuelto el reto de conjugar de esa manera pasado y presente.

Por lo pronto, el volumen 6 de la colección, dedicado a La época del liberalismo y firmado por la mano experta de J. Fontana, es un magnífico trabajo de síntesis estructurado con claridad y escrito con pulcritud, al que se le pueden poner pocas pegas. Ya desde el prólogo -el específico de este volumen, no el general de la colección- deja el autor claro su propósito: quiere "contribuir a la recuperación de este siglo calumniado y maldito" pero sin caer en maniqueísmos ni en superficialidades, entendiendo por estas últimas la historia epidérmica de pronunciamientos e intrigas cortesanas. Le interesan por el contrario las luchas y frustraciones de esa inmensa mayoría condenada a malvivir sin derechos, esa machadiana "estirpe redentora" sometida a un negro hori-
zonte de sudores y ayunos, sin margen alguno de construir su destino en un país dominado por una oligarquía de militares y terratenientes.

No es extraño por ello que, pese a la antedicha voluntad de reivindicación del siglo maldito, Fontana tienda a utilizar los tonos más negros en la composición del panorama político, económico y social. Empieza por una "Corona en almoneda" para seguir con un país "entre hambrunas y revueltas"; luego, la invasión napoleónica y la guerra, mucho más contradictoria de lo que después se quiso presentar, y la Constitución de 1812, que es sólo un espejismo de libertad. Lo que se abre paso a continuación es el "terror blanco" y, en el mejor de los casos, una inestabilidad permanente. La violencia se hace omnipresente, ejercida desde un poder oscurantista o en forma de enfrentamiento abierto entre facciones (guerras carlistas), mientras que las reformas no sólo no alivian sino que agravan la situación del campesinado. Las alternativas políticas se suceden generando al cabo más frustración que logros concretos, incluyendo en este triste balance la más popular de todas ellas, la Gloriosa de 1868, que lleva a una República incapaz de "responder a las expectativas de quienes hubieran podido defenderla".

Dos han sido los parámetros desde los que se ha venido trazando la valoración global de este "siglo XIX corto", es decir, de 1808 a 1874: "fracaso" (del liberalismo) y "normalidad" (sobre todo en la evolución socioeconómica, aunque también en el discurrir político), categorías obviamente antitéticas, expresión de perspectivas contrapuestas. Fontana, en desacuerdo con ambas, introduce un concepto alternativo, el de atraso. Con este término define un ritmo de avance, el español, que queda muy por debajo de otras naciones del occidente europeo, sea cual sea el objeto de comparación, desde la esperanza de vida a la escolarización, pasando por la mortalidad infantil, la estructura pro-ductiva o el grado de urbanización.

Así, en definitiva, la etapa en cuestión queda caracterizada en el balance final por una serie de grandes problemas que no reciben adecuada respuesta de un Estado débil o, como dice Fontana, de unas "clases dominantes" preocupadas tan sólo "de imponer un modelo social". El cuadro que presenta el autor no destaca por el progreso conseguido sino más bien por las ocasiones perdidas: un raquitismo económico -un crecimiento agrario muy limitado, un desarrollo industrial frágil y desordenado que dejaba un país sin articular-, acompañado del gran fiasco nacional de la educación pública -de ahí, a su vez, un "débil proceso de nacionalización"-, y culminado en fin con un juego político falseado y corrupto. Una situación, en suma, que podría sintetizarse con una amarga reflexión de un viejo republicano, J. M. Bonilla: "Todo cuanto existe en España es contrario a la existencia de la libertad". Teniendo en cuenta que ésta era la época del liberalismo, la paradoja no puede ser más sangrante.