Image: América en la encrucijada

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Letras

América en la encrucijada

Francis Fukuyama

3 mayo, 2007 02:00

Francis Fukuyama/Univ. Johns Hopkins

Traducción de Gabriel Dolls. Ediciones B. Barcelona, 2007. 237 páginas, 17 euros

La intervención en Iraq ha resultado un fiasco colosal, pero sería un lamentable error deducir de ello que el mundo estaría más seguro si los Estados Unidos de América renunciaran a ejercer una influencia global. La política de guerra preventiva de la administración Bush era peligrosa incluso en su formulación teórica, y su aplicación práctica ha sido un desastre; pero la confianza en que los esfuerzos diplomáticos y las resoluciones de la ONU bastarían para garantizar la seguridad global representa una ingenuidad no menos peligrosa. Por ello resultan tan oportunos los argumentos que expone Francis Fukuyama (Chicago, 1952) en América en la encrucijada. Democracia, poder y herencia conservadora, un libro breve pero de gran solidez intelectual, en el que el gran politólogo norteamericano examina el legado del pensamiento neoconservador, analiza los errores de la administración Bush en Iraq, y propone unas bases sobre las que los Estados Unidos podrían construir una política exterior más eficaz y más aceptable para la comunidad internacional.

Fukuyama, que en la actualidad pertenece al Consejo Presidencial sobre la Bioética y es catedrático Bernard L. Schwartz de Economía Política Internacional en la School of Advanced International Studies, de la Universidad Johns Hopkins en Washington, insiste en que se ha exagerado la influencia de los intelectuales neoconservadores sobre la administración Bush, puesto que ni Richard Cheney ni Donald Rumsfeld, los grandes impulsores de la guerra contra Iraq, eran conocidos por su afinidad con aquéllos, pero admite que la definición de la política neoconservadora que realizaron en los años noventa William Kristol y Robert Kagan encaja muy bien con los argumentos utilizados por George W. Bush para justificar su política exterior.

El pensamiento neoconservador, que tiene tras de sí una historia de más de medio siglo, no representa un bloque monolítico, pero Francis Fukuyama cree que su legado se puede resumir en cuatro puntos: la convicción de que la política exterior no puede ignorar la orientación política de los distintos estados, ni su actitud ante la democracia y los derechos humanos; la confianza de que el poder de los Estados Unidos puede utilizarse con fines moralmente elevados; su escepticismo respecto al derecho internacional y las instituciones internacionales; y en el plano de la política interior, su desconfianza hacia los proyectos ambiciosos de ingenieria social, incluidos bastantes aspectos del Estado del bienestar. Es decir que el neoconservadurismo combina el idealismo democrático, que se suele asociar al legado del presidente Wilson con una propensión al uso de la fuerza por parte de los Estados Unidos, en la confianza de que América puede defender los valores más elevados mejor que la ONU o cualquier otra institución internacional. Sólo desde esa perspectiva se puede comprender que Bush invocara la democratización de Iraq como una justificación de su intervención bélica.

La decisión de invadir Iraq se basó sin embargo en tres errores, según Fukuyama. En primer lugar, la administración Bush tergiversó la naturaleza y la gravedad de la amenaza que representaba el terrorismo de Al Qaeda, al suponer, sin pruebas, que Saddam Hussein le podría proporcionar armas de destrucción masiva. En segundo lugar, no fue capaz de prever la reacción global antiamericana que iba a desencadenar su intervención en Iraq. Y en tercer lugar, infravaloró las dificultades que implicaría la pacificación y democratización de aquel país, un aspecto en el que contravino el tradicional escepticismo neoconservador respecto a los experimentos de ingeniería social, entre los que se encuentra sin duda el intento de transformar toda la estructura y la cultura política de un país. Es más, la administración Bush ni siquiera previó que la transformación de Iraq fuera a representar un problema, sino que confió en que los iraquíes se mostrarían agradecidos hacia una intervención que les libraba de la tiranía y procederían a construir un sistema democrático con la misma facilidad con que Polonia, Checoslovaquia o Hungría lo habían hecho tras la caí-da del comunismo. Por el contrario, Fukuyama opina que lo ocurrido en la mayor parte de la Europa excomunista representó un fenómeno excepcional, con cuya repetición en otras latitudes no es prudente contar.

En términos generales, la guerra preventiva le parece a Fukuyama un planteamiento peligroso, en la medida que su buen uso exige una infrecuente capacidad de prever el futuro. De hecho, no parece nada probable que la administración Bush vaya a recurrir a la guerra frente a los dos miembros restantes del "eje del mal", es decir Irán y Corea del Norte, cuyos inquietantes proyectos nucleares deberán ser controlados de otra manera. En cuanto a la retórica de la "guerra contra el terror", Fukuyama es partidario de olvidarla, porque el terrorismo yihadista sólo tiene el apoyo de una minoría de musulmanes, bastantes de ellos jóvenes alienados residentes en Europa occidental, y constituye por tanto una amenaza insurgente que no puede combatirse sólo por medios militares. Y la democratización del mundo árabe es sin duda deseable en sí misma, pero a corto plazo no es de esperar que conduzca a una desaparición del terrorismo, ni mucho menos al triunfo de los valores que defiende Occidente; por el contrario es fácil que inicialmente favoreciera a los islamistas. Sobre todo, insiste Fukuyama, hay que tener presente que el impulso fundamental para la democratización vendrá siempre del interior de los países, no de la influencia exterior.

En resumen, estamos ante un libro de gran interés, bien servido por una cuidada traducción y un útil índice temático.

¿Es usted un "wilsoniano realista"?

Al igual que le ocurrió a monsieur Jourdan, quien hablaba en prosa sin saberlo, es probable que algún lector de América en la encrucijada descubra que es un "wilsoniano realista", expresión con la que Fukuyama describe su propia visión de cómo debería ser la política exterior de su país. Una visión que tiene puntos en común con otras escuelas de pensamiento sobre relaciones internacionales, pero que se diferencia de todas ellas. Coincide con la principal corriente del neoconservadurismo en que se debe tener en cuenta la naturaleza de los regímenes que compiten en la escena internacional, pero tiene mucha menos confianza en el empleo de la fuerza americana sin más apoyo que la que le ofrezca en cada caso una "coalición de los dispuestos". Coincide con los realistas de la escuela de Kissinger en la conciencia de los límites de lo que es posible lograr, pero no cree como ellos en que las relaciones internacionales sean un simple juego de poder en el que no habría que prestar atención a principios morales. Admite con los liberales internacionalistas que las instituciones internacionales son útiles y que Estados Unidos debe tener en cuenta la opinión mundial, pero no confía en que la seguridad del mundo pudiera quedar garantizada por una ONU reformada ni por las normas del derecho internacional.

Fukuyama cuenta con que los Estados seguirán protagonizando la escena, pero cree que aumentará el papel de todo tipo de instituciones internacionales, desde las intergubernamentales hasta las surgidas de la iniciativa privada (como la ICANN, que desde California regula los dominios de alto nivel en internet). Piensa que la OTAN puede seguir jugando un papel importante, pero que para la promoción de la democracia en el mundo sería conveniente dar vida a una anémica institución fundada en Varsovia en el año 2000 y prácticamente desconocida, la Comunidad de Democracias. Y cree que en muchos terrenos el instrumento de influencia internacional más eficaz con que cuentan los Estados Unidos es el llamado poder blando, es decir la atracción que ejercen la cultura y los valores americanos.