Image: José Álvarez Junco

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Letras

José Álvarez Junco

“Hoy los intelectuales catalanes se distancian del nacionalismo; en el País Vasco, en cambio, el nacionalismo siempre careció de ellos”

12 julio, 2007 02:00

José Álvarez Junco. Foto: Mercedes Rodríguez

Director del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, miembro del Consejo de Estado y catedrático de Historia de los Movimientos Sociales de la Universidad Complutense de Madrid, la vida del historiador zamorano José álvarez Junco (Viella, Lérida, 1942) discurre estos días entre sus múltiples ocupaciones y las universidades de verano. La semana pasada estuvo en Gijón y Vitoria, la próxima recala en El Escorial, en el curso Fabricando el pasado: la historia y la política en España, y esta tarde participa en la Menéndez Pelayo, en un seminario sobre Grandes maestros y nuevos valores en Historia contemporánea, analizando nada menos que "El nacionalismo como religión política"

Menos mal que álvarez Junco tiene un buen cobijo: un palacete construido por Sabatini a finales del XVIII por el que personajes como Floridablanca y Godoy pasearon sus ambiciones y desengaños es hoy la sede del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. Y es el refugio de su Director, este zamorano nacido en Lérida, por los azares de un padre funcionario, que hoy se multiplica para atender a unos invitados interesados en el Sáhara, mientras lidia por derecho una agenda a punto de reventar de puro estrés, interviene en un nuevo seminario en Madrid y prepara los cursos de las semanas venideras ("tres consecutivos, sin descanso"). Quizá por eso su amabilidad es sincera pero vertiginosa. Porque no conoce respiro. Para empezar este jueves diserta en la Menéndez Pelayo del nacionalismo como religión política...


La religión nacionalista
-¿En qué sentido el nacionalismo es una religión política?
-Bueno, primero habría que aclarar qué quiere decir religión política, no sé si es un concepto demasiado fuerte, porque se ha aplicado más bien a los fascismos. Quizá religión civil o cívica sea más adecuado. Entendemos por religión civil o cívica una transferencia de valores sagrados de lo estrictamente religioso, es decir, del mundo de ultratumba, seres espirituales invisibles que han creado el mundo, que rigen nuestras vidas, que nos mandan mensajes sagrados cargados de valores morales a los que debemos adecuar nuestra conducta, y si lo hacemos seremos premiados y si no, castigados. Eso se trasfiere al mundo de lo político, a los colectivos, y en especial eso lo ha hecho la nación. Primero se transfirió a las monarquías, pero lo perdieron con el advenimiento del mundo moderno; las religiones tradicionales también han perdido peso, sobre todo en Europa, con el proceso de secularización y sin embargo, hay un valor que sustituye a las religiones, y es la nación. Y se han creado altares de la patria, símbolos sagrados, mártires de la patria, y se supone que es un valor al que no sólo debemos sacrificar nuetros intereses individuales, sino que por él debemos transgredir normas morales, por ejemplo, no matar. En ese sentido es una religión el nacionalismo.

-En el nacionalismo, ¿también los conversos son los más peligrosos?
-Desde luego, pero como en toda religión: un señor que se llama Pérez García y que su familia lleva en Cataluña o en el País Vasco sólo desde hace cuarenta o cincuenta años tiene que hacer muchos méritos para que los que tienen dieciséis apellidos catalanes o vascos le admitan entre los suyos. Es natural.

-Sin embargo, a menudo ha defendido que "en contra de lo que creen los nacionalistas, que piensan que las naciones son eternas, ocurre todo lo contrario. Las naciones cambian con bastante rapidez".

-Sí, pero eso no es algo que defienda yo, es una conclusión que a la que llega cualquier científico social, excepto los nacionalistas que ponen su inteligencia al servicio de una causa. Los cientificos que estudian el nacionalismo con distancia llegan a la conclusión de que la creencia en la división de la humanidad en grupos eternos con rasgos étnicos, genéticos, políticos, psicológicos y culturales indelebles es un error. Eso no existe ni ha existido nunca.

-¿Qué está cambiando ahora mismo en el País Vasco y en Cataluña?

-En Cataluña se observa más que la intelectualidad catalana, que tendía a ser nacionalista, hay intelectuales, que personalmente creo que son los mejores, que se están distanciando del nacionalismo. En el País Vasco no tanto, porque sus grandes intelectuales no fueron jamás nacionalistas.

-¿A qué se debe el hastío del ciudadano por la política, o esos índices ínfimos de seguimiento del Debate del Estado de la Nación?

-Bueno, en la política democrática ocurre eso, los conflictos son demasiado complejos y el ciudadano se queda con lo anecdótico, con los insultos, con la escenificación, y eso le termina cansando. Pero con el tema nacionalista eso se acentúa, porque es un tema muy monótono.

-Una de las razones del desencanto podría ser el Congreso: ¿sigue pensando que el Parlamento español no ejerce su labor de control del Gobierno, que ha sido asumida por los jueces y la Prensa?

-Sí, porque el sistema político español que diseñó la Constitución de 1978 y que está pensado para que los gobiernos sean muy fuertes, muy estables, y para que resulte prácticamente imposible que el Parlamento llegue a derribar al gobierno, ha propiciado que la actividad parlamentaria acabe reduciéndose a escenificar enfrentamientos, pero no a ejercer un control efectivo del gobierno. Y eso sí es un problema serio del sistema político español.

-¿Tenemos el clima adecuado para afrontar, por ejemplo, la reforma de la Constitución?

-No, porque la reforma de la Constitución requiere un consenso. Primero hace falta una mayoría cualificada, que en este momento sería imposible, porque sin el apoyo del PP no se puede llegar ni siquiera a las reformas más sencillas de la Constitución, y segundo, no sería aconsejable, porque la Constitución del 78 tiene una virtud enorme y una singularidad en la Historia de España, y es que fue una constitución consensuada por todas las fuerzas políticas importantes de España, y no creo que se deba hacer una reforma de ese texto que no tenga la misma característica. No se puede hacer una reforma constitucional que sea tildada como partidista.

-¿Y se puede fabricar la historia impunemente, que es el tema del curso en el que participa la próxima semana en El Escorial?

-Pues depende, hay veces que sí, pero lo normal es que no, que haya unos límites para las mentiras. Sabino Arana se fabricó un pasado a partir de una serie de invenciones descomunales y lo más interesante del nacionalismo vasco no es denunciar las falsedades de Arana, sino saber por qué eso arraigó en una parte importante de la población.

Mitos en colisión
-Pero, ¿qué pasa cuando las explicaciones de los nacionalismos entran en colisión?

-Bueno, es que entran en colisión siempre porque sus mitos son radicalmente antagónicos, y luchan por controlar la escuela, por dominar dónde explica uno su versión mítica. De ahí las pugnas por la enseñanza de la historia, un asunto sobre el que la Unión Europea debería intervenir.

-Entre 1992 y 2000 ocupó la cátedra Principe de Asturias de la Universidad de Tufs (Boston) ¿Qué era lo que interesaba más de España a los investigadores internacionales?

-Mire, en Estados Unidos yo dirigí el Seminario de Estudios Ibericos de Harvard y por allí pasaron cientos de personas presentando ponencias sobre España y Portugal. Y el tema que más interesaba a los científicos, economistas, sociólogos, politólogos, etc, era, con mucho, nuestra Transición, qué hizo posible un proceso tan exitoso y pacífico (relativamente pacífico, porque hubo varios centenares de muertos). También el éxito económico español, la modernización y el cambio de las estructuras políticas...

-Acaban de cumplirse 30 años de las primeras elecciones generales democráticas. ¿Cree que se ha hecho justicia con la Transición?

-En absoluto, creo una nueva generación la está cuestionando injustamente, al conectar la Transición con una especie de enterramiento hipócrita del franquismo y la guerra civil. Y se insinúa que hubo una especie de falseamiento y de engaño colectivo y de ocultación de la memoria. Naturalmente la Transición tuvo sus límites, porque fue un pacto que implicó concesiones por las dos partes: por parte de los franquistas, que concedieron el desmantelamiento del régimen y el establecimiento de la democracia, que es lo que pedía la oposición, y por parte de la oposición, que concedió una especie de amnistía y de no realizar purgas de ninguna clase. Si ahora denunciamos esta segunda parte, olvidamos la primera.

Nuevas visitas reclaman al profesor, que confiesa que a pesar del éxito de su Mater Dolorosa. La idea de España en el siglo XIX, premio Nacional de Ensayo en 2002, ahora no prepara nada: "Desgraciadamente tengo aquí tareas de gestión mayores de las que esperaba. Me gustaría preparar un volumen al que me comprometí hace tiempo, pero...". Y se relame soñando con un libro "sobre la Historia de la Historia de España, como se forjan los mitos, el canon historiográfico desde el Padre Mariana hasta los grandes relatos nacionalistas de los últimos 100 ó 150 años". ¿Imposible? Su capacidad de trabajo parece tal que puede que el libro vea la luz antes de lo que él mismo cree. Y eso no es una leyenda.