Image: Don DeLillo

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Letras

Don DeLillo

“Escribí 'El hombre del salto' porque quería narrar el 11-S, y quería estar en los aviones y en las Torres”

6 septiembre, 2007 02:00

Don DeLillo, por Arévalo

En septiembre de 2001, pocos días después de los ataques contra las Torres Gemelas, Don DeLillo, quizá el mejor narrador estadounidense de finales del siglo XX y principios del XXI, visitó la Zona Cero. Los civiles no podían acceder allí sin un certificado de residencia, pero se coló a través de las barricadas con su editor, que vivía muy cerca de la catástrofe. "Era un paisaje gris, virtualmente vacío. Unas pocas personas daban vueltas alrededor...", recuerda DeLillo. Allí comenzó a gestarse una de las grandes novelas del año, El hombre del salto, que lanza Seix Barral la próxima semana. DeLillo desvela en esta entrevista los secretos del libro, del que avanzamos además sus primeros capítulos.

"Había bolsas de basura tiradas por la acera.Tenía la sensación de estar en una ciudad antigua, parcialmente en ruinas, como si fuera de otra cultura, asediada. Las pocas personas con las que me crucé hablaban con sus móviles, describiendo la escena". Lo cierto es que DeLillo visitó la Zona Cero con la vaga intención de escribir un ensayo sobre los ataques, que fue publicado en la revista "Harper". "Pero estaba pensando como un novelista -explica ahora-, necesitaba ver las cosas, olerlas. Quería empezar desde la calle".

A sus setenta años, Don DeLillo (Nueva York, 1936) tiene una constitución quebradiza, por lo que sus gafas parecen enormes en su cara delgada. Su expresión, por lo menos cuando está siendo entrevistado, tiende a lo severo, como si fuera un monje de una orden ascética. Esta mañana, sentado en una biblioteca de las oficinas de su editorial en Manhattan, lleva un jersey gris con cuello de pico sobre una camisa verde. Habla de forma cortés, con una ligera inclinación hacia el acento del Bronx siempre al borde del ceceo.

En El hombre del salto, DeLillo dirige su atención a lo ocurrido el 11-S y sus consecuencias. El libro comienza con un banquero de inversiones cubierto de ceniza y que arrastra un maletín entre las torres humeantes. El hombre no cesa de caminar hasta llegar al apartamento de su mujer, de la que está separado, y su hijo pequeño.

El resto de la novela descubre el efecto de los ataques en la frágil reconciliación de la familia, con interludios que tienen que ver con un campeonato de póquer en Las Vegas (DeLillo participó hace años en uno), un marchante de arte alemán con un oscuro pasado y el proceso de adoctrinamiento de uno de los secuestradores saudíes. También hay inolvidables apariciones de un artista llamado "El hombre del salto", cuyas performances consisten en lanzarse al vacío desde lugares emblemáticos de Nueva York imitando la fotografía del hombre que se precipitaba al vacío desde una de las Torres.

Paranoico o profeta
Como muchos críticos han detectado, el que DeLillo haya concebido una novela sobre el 11-S no puede considerarse una sorpresa. De hecho, lleva escribiendo sobre el 11-S desde hace treinta años. Los terroristas han aparecido en sus novelas desde Jugadores (1977), el retrato satírico de una joven pareja: el marido se ve involucrado en un grupo terrorista que planea volar la Bolsa de Nueva York, donde trabaja, y la mujer está empleada en Grief Management Council, en el World Trade Center. Y durante una fiesta en un ático en la que la mujer avista las Torres, un vecino comenta por casualidad: "Ese avión parece que vaya a estrellarse contra ellas").

Muchos de los temas favoritos de DeLillo -teorías conspirativas, culto a la violencia, fanatismo religioso, cataclismos, terror de masas, hombres solitarios en habitaciones pequeñas que traman actos terroristas- hacen que El hombre del salto parezca inevitable. La palabra "paranoico", tan usada para describir los primeros trabajos del escritor, ha sido sustituida desde entonces por la de "profético". (él se desmarca de ambos adjetivos: "Lo que intento hacer es entender los vendavales a los que está sometida nuestra cultura. De allí es de donde surge la paranoia en mis novelas iniciales").

El poder de la lectura
DeLillo creció en un barrio de inmigrantes italianos en el Bronx. DeLillo, un gran deportista de pequeño, no era especialmente libresco. No fue hasta que trabajó un verano como vigilante de un párking, a los dieciocho años, cuando comenzó a dedicarse seriamente a la lectura. "Nos llamaban parkies", recuerda. "No llevaba el uniforme que se suponía que debía vestir, y lo único que hacía era sentarme en un banco del parque, leyendo a Faulkner y Henry James y Retrato del artista adolescente. No tenía ni idea de que me iba a convertir en un escritor, y continué sin saberlo muchos años. Pero supongo que comenzaba a sentir el poder de la literatura".

Tras acudir a la Universidad de Fordham comenzó a trabajar como redactor en una agencia de publicidad de Manhattan. "No había dado el salto a la televisión. Estaba comenzando a ser bueno en ello cuando me marché, y quizá ésa fue la razón secreta por la que lo hice". Sus amigos están convencidos de que dejó su empleo para escribir. "En realidad, lo hice para poder ir a ver películas todas las tardes".

El hombre del maletín
-Da la impresión de que escribir sobre el 11-S podría ser increíblemente desalentador. Ha escrito en el pasado sobre hechos similares, como la nube tóxica que pasa por la ciudad en White Noise, pero generalmente hay buenas dosis de ironía y distancia.

-Es extremadamente desalentador. Y el hecho de que decidiera abordarlo situándome en medio no lo hizo mucho más fácil. No quería escribir una novela en la que los ataques afectaran a unas pocas vidas de una forma distante. Quería estar en las Torres y en los aviones. Nunca pensé en los ataques en términos de ficción, durante al menos tres años. Estaba trabajando en Cosmópolis el 11 de septiembre, y dejé la escritura para centrarme en un ensayo sobre lo acontecido. Cuando logré terminar esa novela llevaba un tiempo imaginando mi próximo trabajo pero empecé a pensar en lo que se acabaría convirtiendo El hombre del salto. Lo que hizo que finalmente la escribiera fue una imagen: un hombre, con traje y corbata, que arrastra un maletín a través de una tormenta de humo y ceniza. No tenía nada más. Y entonces, unos días después se me ocurrió que el maletín no era suyo. Esa fue la chispa.

-¿La imagen surgió de la nada, de una fotografía, de historias que le habían contado?
-Sí, simplemente surgió de la nada. Con frecuencia empiezo una novela con una sencilla imagen de algo, un vago sentido de la gente en un lugar tridimensional.

-Uno de los personajes de El hombre del salto, Hammad, es uno de los secuestradores del 11-S. ¿Alguna vez consideró escribir el libro entero desde su perspectiva? Porque ha escrito mucho sobre terrorismo en el pasado...
-No quería escribir una novela con un sesgo demasiado político. Con el terrorista quería trazar la evolución de una persona desde una vida sin compromiso a la comisión de un grave acto de terror. Y eso es lo que hice, pero no porque lo hubiera planeado de antemano. Con Hammad, quería imaginar cómo un hombre puede empezar siendo ateo y descubrir la religión, siempre a través del poder del compañerismo profundo con otros hombres. ésa es la fuerza que lo conduce. En último término, no se trata de religión, ni de política ni de historia. Es una especie de unión sangrienta con otros hombres. Y la intensidad de sentirse parte de algo que ensancha el horizonte y hace posible actuar sin apenarse por las víctimas inocentes que se planea destruir.

El narcisismo de Occidente
-En muchas de sus anteriores novelas sus personajes también han expresado sentimientos sobre el terrorismo. En Jugadores describe el "glamour de la violencia revolucionaria, la secreta nostalgia que despierta en el alma más dócil" y en Mao II uno de sus personajes dice: "es difícil cuando matan y mutilan porque los ves honestamente ahora como los únicos héroes posibles de nuestro tiempo... viviendo voluntariamente cerca de la muerte". ¿Lo sucedido el 11-S cambió su perspectiva sobre el terrorismo?
-No. Intento escribir a través de la conciencia del personaje. Uno de los personajes de El hombre del salto, Martin, hace un gran esfuerzo para intentar entender las quejas contra el corazón narcisista de Occidente.

-¿Se planteó usted este tipo de cuestiones después de los ataques?
-No, no tuve ninguna duda. Sabía que estaba totalmente en contra de lo que pasó y la razón por la que lo estaba.

-¿Quiénes son sus mayores influencias literarias?
-Bueno, aunque no me suelen relacionar con Norman Mailer, sí ha sido una gran influencia, pues estaba en el centro de la cultura y yo me hallaba en el extremo opuesto. Admiraba su prosa y el que fuera un escritor tan visible, algo que yo no quería ser. Me recuerdo viviendo encerrado en una habitación y uno de los libros a los que más acudía era su Advertisements for Myself. Otras influencias han sido Joyce y Faulkner, Hemingway y Flannery O'Connor y muchos otros…

El enigma Pynchon
-¿Y Pynchon?
-A Pynchon siempre le he respetado. Creó un camino nuevo para la ficción americana que merecía la pena seguir. Es como si Hemingway hubiera muerto un día y Pynchon hubiera nacido al día siguiente. La ficción cambió así, de una forma muy abrupta, desde un realismo tan veraz hasta algo más cósmico.

-¿Le conoce?
-Prefiero no hablar de eso.

-Esperaba que me dijera que juega al póquer con él todas las semanas…
-Pues no.

-Volviendo a El hombre del salto, estaba pensando en cómo los chavales interpretan el nombre de Bin Laden como "Bill Lawton", algo que lo hace más mundano. ¿Fue una decisión consciente la de reducir un hecho tan terrible a algo mundano?
-Absolutamente. Pensé en el impacto de la historia en los detalles más nimios de la vida cotidiana. Quise ver si lograba captar el mundo interior de la gente en su día a día y en sus pensamientos más insignificantes. Ahora pienso que ésta debe ser para un novelista una premisa más importante que el propio argumento: poder atrapar los momentos íntimos más ínfimos que la gente vive. Entonces no tenía esto en mente. Sólo quería "resolver" los personajes y, con el tiempo, crear un equilibrio, un ritmo, la repetición. Escribir muchos tramos sueltos para luego encajarlos dándoles un sentido, fundiendo pasado y presente fue algo muy grato. Esto es en lo que creo que el trabajo del escritor se parece al de los pintores.

-Benjamín Kunkel escribió hace unos años un artículo sobre los terroristas y las novelas, y le utilizó a usted como ejemplo. Aquí tiene otra cita de Mao II: "Lo que los terroristas ganan, lo pierden los novelistas. El grado en el que ellos son capaces de influir sobre la conciencia de las masas es la prueba de hasta qué punto nosotros [los escritores] estamos en declive como forjadores de la sensibilidad y el pensamiento. El peligro que ellos representan es igual a nuestro fracaso para ser peligrosos". Me pareció que Kunkel tomó su idea y se dedicó a extrapolarla, argumentando que los escritores creen lo que su personaje dijo, que se sienten menos relevantes en la era del terrorismo.

Tiempos peligrosos
-No sé nada de eso. La persona que dice esta frase no es ni siquiera el novelista. Es el director de comunicación de un grupo terrorista. No estoy muy seguro de si para mí está igual de claro. Pero sí creo que cuando escribí ese libro -publicado en 1991-, que surgió del terrorismo, las dictaduras y los problemas de muchos países, percibí un nuevo nivel de significación para las simples noticias del día, en la radio, en la televisión o en los periódicos. Pare- cían tener mayor fuerza que en años anteriores. Ahora, ¿esto afecta realmente a la influencia de las novelas en nuestro tiempo? Quizá haya alguna conexión. Pero no me gustaría implicarme demasiado en esa conclusión.

-¿Y qué pasa con la idea de que los novelistas quieren ser peligrosos?
-Siempre he sentido que mi personaje vivía en unos tiempos peligrosos.

Mark Binelli
© Guernica Magazine