Image: La carretera

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Letras

La carretera

por Cormac Mccarthy

13 septiembre, 2007 02:00

Cormac McCarthy

Traducción de Luis Murillo Fort. Mondadori. Barcelona, 2007. 224 páginas, 18’90 euros

Pocos novelistas se plantean las grandes preguntas relacionadas con la condición humana, pero el ganador del premio Pulitzer del 2007, Cormac McCar-thy (nacido Charles McCarthy, 1933), figura entre ellos. La deseada distinción recayó esta vez en un autor que cumple plenamente los requisitos del mismo: que el escritor sea nativo de EE.UU. y que su obra aborde un asunto relacionado con la vida americana. McCarthy, auténtico y original escritor norteamericano, presenta en sus textos al individuo jugándose el destino en una circunstancia límite y donde sólo los seres humanos fieles a sus valores personales salen airosos de la prueba. Un fuerte idealismo norteamericano proveniente del folclore popular, la ilusión de que todo es posible, aparece entreverado con una veta trágica, muy presente en la literatura sureña del país, que emana de lo impredecible de la conducta humana. Se revela así su parentesco con la narrativa de William Faulkner, con la rebelión del hombre ante la adversidad.

Su trayectoria como autor de talento, anunciada con novelas como Suttree (1979), fue coronada gracias al éxito de audiencia alcanzado con Todos los hermosos caballos (1992, Debate, 1999), el comienzo de una trilogía situada en el oeste americano. Debido en parte a la atractiva personalidad del protagonista de la novela, un joven vaquero de Texas, John Grady Cole, quien emprende un viaje a caballo buscando aventuras durante los años 50 de la pasada centuria por el sur de EE.UU y el norte de México. Al igual que en los westerns clásicos, un protagonista hecho a sí mismo y que sabe lo que quiere, el caballo, el revólver y la chica juegan en la obra el papel principal. McCarthy gusta, pues, de los argumentos épicos, del hombre luchando con sus semejantes y con el mundo alrededor.

Aunque rehuye el contacto con el público y con los circuitos literarios, alcanzó la fama gracias al éxito de la película realizada sobre la mencionada novela. Matt Damon desempeñaba el papel de John Grady. McCarthy, como dije, es un escritor diferente, porque no encaja en las habituales casillas de novelista realista, literario o artesano de los superventas. Su proclividad hacia lo abstracto, a elaborar argumentos con el trasfondo de un teórico visionario, empeñado en que sus personajes vivan circunstancias y problemas esenciales de la condición humana, lo singulariza. La tendencia a tratar de asuntos profundos, donde la vida y la muerte desempeñan un papel importante, le ha llevado a desdeñar, según ha confesado, la obra de los escritores tales como Marcel Proust o James Joyce, a quienes considera extraños y excesivamente preocupados por las nimiedades de la existencia humana, los pequeños asuntos cotidianos.

La fama de McCarthy revela asimismo la difícil tesitura de un escritor independiente en el ambiente cultural actual. Apreciado por un buen número de lectores literarios, aunque no dejemos de tener reservas sobre algunas de sus obras, donde el argumento no cuadra con la profundidad temática propuesta, como en la reciente novela No es país para viejos (2005), resulta sospechoso para otros lectores. El gran público americano lo conoce a través de las películas hechas de sus libros y por la inclusión, entre otras cosas, de La carretera en el Club del Libro de Oprah Winfrey, la popular presentadora de la televisión y hada madrina de la sensiblería contemporánea. Un sello del Club aparece en la portada de la edición en inglés de Vintage. Estas circunstancias sin duda le han ganado numerosos lectores y, a la vez, el rechazo de un sector de la crítica que, como siempre, sufre un ataque de alergia hacia todo escritor que se convierte en un superventas, incluso si publica libros literarios de verdad. Ruben Bolling (nacido Ken Fisher), un conocido caricaturista político, especializado en ridiculizar los éxitos de los famosos, dedicó un cómic a McCarthy tras su aparición en el programa de Oprah, publicado en "The Village Voice", burlándose de la seriedad temática de McCarthy. Las viñetas presentan a un muñeco de juguete, vestido de vaquero, alusión a Todos los hermosos caballos, que termina siendo devorado por un ultraterrestre.

La carretera resulta, en verdad, una joya narrativa. Cuenta una sencilla e impactante historia sobre un posible fin del mundo en un estilo bello y eficaz. El título alude a la carretera por la que un padre y su hijo de unos ocho años caminan en dirección a la costa sureste de Estados Unidos -lo sabemos por el tipo de arquitectura de algunas casas adornadas con pórticos de columnas sureñas. Van buscando el mar. Por razones desconocidas, la tierra aparece quemada y su superficie es de color gris. Hace mucho frío, nieva y llueve sin parar. La naturaleza ha muerto. Podemos especular que se trata de la vida después de una explosión nuclear o de las consecuencias extremas del cambio climático. Los protagonistas caminan por la carretera, abrigados con mantas y arrastrando un carrito de supermercado cargado con unas menguadas posesiones y víveres, buscando entre las ruinas de las casas que les salen al paso comestibles, latas de conserva, ropas de abrigo y velas para alumbrarse. Mas la historia no gira en torno a las miserias físicas sufridas, relata, por el contrario, la riqueza del sentimiento humano, del amor que une al padre con el hijo en tan anómalas circunstancias.

Quienes sabemos que John Francis McCarthy, nombre que figura en la dedicatoria del libro, corresponde al del hijo de ocho de años del autor, podemos fácilmente especular que el texto se redactó pensando en los lazos que unen al escritor con su hijo y de su preocupación por cómo educarle para que llegue a ser un hombre cabal. No se trata de enseñarle a ganar la vida o a encontrar la salida profesional más lucrativa, sino de imbuirle valores que le sirvan para defenderse en un universo devastado. Las sencillas conversaciones, los breves episodios en que los vemos hablar, resultan altamente verosímiles y enganchan al lector, que sigue interesado a la pareja a lo largo de este viaje por un paisaje invernal de la era post-nuclear.

La riqueza del libro emana también de la tersura del escenario en que se desarrolla, ese espacio, mundo, gris y helado, donde apenas quedan unos cuantos seres humanos caminando por la carretera hacia un destino desconocido. Los supervivientes de la catástrofe evitan encontrarse y cuando lo hacen es para robarse los alimentos, los restos enlatados de una civilización muerta, conseguidos en una permanente búsqueda entre las ruinas. El lector se sorprenderá por la fuerza con que el texto le arranca de nuestro presente, donde vivimos un mundo lleno de sonidos, perpetuamente comunicados con otros, por teléfonos, televisión, etcétera, pero nada de eso figura en la obra. Y no creo que a ninguno se nos haya ocurrido echarlos en falta durante la lectura. Este autor tiene también el talento de los grandes narradores de ciencia ficción, que saben crear un mundo distinto, pero tan semejante al nuestro que el inventado nos resulta muy creíble.

McCarthy no ha escrito una novela apocalíptica sobre el fin del mundo. La grandeza de La carretera proviene de la manera en que el autor calibra la resistencia del ser humano ante el desastre, intentando averiguar si el sentimiento humano será un salvavidas fiable ante los desafíos de un futuro pesimista. La respuesta será optimista o pesimista, según la interprete cada lector. También podemos afirmar que el texto supone una toma de conciencia, de responsabilidad hacia el futuro de nuestra civilización, hecha desde la perspectiva del arte. Obra singular y única que, al modo de Un mundo feliz, de Aldous Huxley, o 1984, de George Orwell, nos enfrenta a un dilema abstracto en un contexto muy real.

Luis Murillo Font, el traductor ha sido literalmente fiel al texto, así que el estilo de Comar McCarthy asoma a veces con la tersura del original.

Un enigmático cowboy de portentosa narrativa

Poco se sabe de Cormac McCarthy (Rhode Island, 1933), escritor refractario a las entrevistas y a las apariciones públicas, una suerte de cowboy ilustrado y enigmático del oeste americano, que quizás por eso, y por su portentosa narrativa, ha alcanzado una estatura heroica en las Letras estadounidenses. Entre sus violentas novelas, westerns primitivos y salvajes de los que se ha escrito que, a su lado, Sin Perdón parece una película risueña, destacan El guardián del Vergel (1965), de tono faulkeriano, Hijo de Dios (1973), Suttree (1979), Meridiano de sangre (1985), y las que recoge su premiada Trilogía de la Frontera: Todos los hermosos caballos (1992), En la Frontera (1994) y Ciudades de la llanura (1998). El universo árido y desesperanzado de McCarthy, atravesado de carreteras infinitas y fronteras devastadas ha logrado el éxito literario en EE.UU, donde ya es considerado uno de los grandes.

Entrevista

El 5 de junio el plató del enormemente popular show de Oprah Winfrey recibía a un escritor que apenas había ofrecido entrevistas con anterioridad, y mucho menos en los estudios de una televisión. Cormac McCarthy agradecía tal vez así a Winfrey la inclusión de La carretera, su última novela, en el club de lectura de la presentadora, garantía segura para convertir en betseller al más aciago manuscrito. Tras justificar su alergia mediática alegando que le resultaba más satisfactorio escribir libros en lugar de hablar sin parar sobre ellos, el hasta ese momento tímido autor daba al fin su punto de vista sobre una serie de cuestiones. McCarthy declaraba en el programa su búsqueda de la perfección ("a uno le queda siempre la esperanza de que cada día va a hacer algo mejor de lo que ha hecho jamás"), se revelaba como un tipo sencillo, ajeno al victimismo tan frecuente en el gremio ("algunos escritores han dejado dicho que no soportaban tener que escribir; que para ellos era una carga; yo no comparto ese sentimiento") y mostraba un optimismo inesperado que en ocasiones puede adivinarse en sus obras ("la vida es algo magnífico, incluso cuando todo parece ir mal; deberíamos estar agradecidos").