Letras

Vida y destino

Vasili Grossman

20 septiembre, 2007 02:00

Grossman en 1945, mientras Schwerin/ Skwierzyna era saqueada por el ejército rojo. Foto: Editorial Crítica

Traducción de Marta Rebón. Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2007. 1.112 páginas, 24,70 euros

De vez en cuando, la literatura y la historia rescatan a sus protagonistas, revelando que el olvido sólo es un destino provisional. Vasili Grossman no regresó a la actualidad hasta finales de los 80, cuando la URSS comenzó a desintegrarse. Su reaparición no añadió un autor más a las letras rusas, sino que situó en un lugar de excepción Vida y destino, una novela monumental, que recobra el papel testimonial de la literatura. Testimonio que restituye el sufrimiento individual y crónica de las ideas en su papel configurador.

Nos encontramos con la primera traducción del texto íntegro en castellano, cuidadosamente editado, un verdadero lujo para el lector que anhela comprender la violencia del siglo XX y aún cree en la literatura como forma de conocimiento y transformación social. Con la batalla de Stalingrado como centro narrativo, el personaje de Shtrum (podríamos decir Grossman), intelectual judío fascinado por la relatividad y la física cuántica, encarna perfectamente la perplejidad de una época ante sus propios logros y su incapacidad para dominarlos. Es posible dividir el átomo, transformar la materia en energía, eliminar a millones de seres humanos a una velocidad inconcebible.

Grossman ratifica el polémico análisis de Hannah Arendt: nacionalsocialismo y comunismo pueden subsumirse bajo el mismo concepto. Utopías que trituran seres humanos con la promesa del paraíso terrenal. Auschwitz, Hiroshima y Stalingrado son los laboratorios donde se construye el hombre nuevo. Pero el hombre nuevo es Shtrum, obligado a firmar un documento infame, que incrimina a inocentes y niega la verdad. Es indiscutible que Grossman pensaba en su propia debilidad, firmando una carta oficial que solicitaba un castigo ejemplar para los médicos judíos implicados en un falso complot contra Stalin.

Vasili Grossman había crecido en un familia judía asimilada. Apegado a su madre, que probablemente estimuló su vocación literaria, no pudo salvar su vida, cuando los alemanes invadieron Ucrania. Yekaterina Savelievna, a cuya memoria está dedicada Vida y destino, murió asesinada con los 30.000 judíos de Berdichev. En los años 50, Vasili seguía escribiendo a la madre ausente: "He intentado imaginar cientos de veces cómo fue tu muerte". Después de la guerra, obtuvo la Bandera Roja del Trabajo y escribió sin problemas. No era un disidente. Su espíritu crítico sólo empezó a despertar con sus dos últimas novelas. Todo fluye relataba la hambruna que causó entre cinco y ocho millones de muertos en Ucrania. Era imposible abordar el tema, ocultando la responsabilidad de Stalin. La novela quedó inacabada.

Sólo una desconcertante ingenuidad explica que intentará publicar Vida y destino, esperanzado por el aperturismo de Kruschev. El manuscrito sobrevivió al KGB, que destruyó varias copias, sin imaginar que existían otras. Grossman creyó, sin embargo, que no se había salvado ninguna y cayó en una depresión. Murió poco después, de un cáncer de estómago. El tiempo transcurrido se ha ocupado del desagravio. Ni la censura ni los cambios de sensibilidad estética o moral han afectado a una obra que recrea las diferentes formas del sufrimiento humano, sin renunciar a comprender la primera mitad de un siglo pródigo en sueños utópicos, filigranas metafísicas y tentaciones faústicas. Ambiciosa, con multitud de personsajes y escenarios, de inequívoco aliento tolstoiano pero con la delicadeza y exactitud de Chejov, Vida y destino no se conforma con relatar los hechos, sino que pretende comprender la relación entre el poder y las masas. Vida y destino es una novela, pero también un estudio político, que identifica la esencia del totalitarismo con la presunción de culpabilidad. La inocencia no existe para Hitler o Stalin. Sus campos de concentración, apunta Grossman, estaban "habitados por criminales que no habían cometido ningún crimen".

Vida y destino realiza una prodigiosa recreación del cerco de Stalingrado, que resultó fundamental para la labor de Antony Beevor. Beevor utilizó la información proporcionada por la novela y escribió una biografía sobre su autor: Un escritor en guerra. Los personajes de Grossman se corresponden con los diferentes rostros de la guerra. El general Yeremenko simboliza el esfuerzo de los militares comprometidos con la victoria, sin ambiciones políticas ni insensibilidad moral. Su serenidad contrasta con el histerismo y mediocridad de Hitler y Stalin, incapaces de controlar los acontecimientos que han precipitado. El dolor de Liudmila por la pérdida de su hijo concierne a todos los que han vivido algo semejante: desgarro, incredulidad, locura. Mostovski, prisionero de los alemanes, al menos conserva el alivio de estar recluido por el enemigo. Es más fácil resistir cuando las alambradas no han sido levantadas por antiguos camaradas.

La frustración de Zhenia, a la que se deniega una y otra vez el permiso de residencia pese a ser hija de un héroe de la revolución, muestra la impotencia de los ciudadanos ante una burocracia ciega e irracional. La vieja niñera alemana que es deportada por la denuncia de una vecina interesada en su cuarto, más amplio y luminoso, ejemplifica la degradación moral de las sociedades gobernadas por dictaduras, donde se estimula la delación. Grossman posee un enorme talento para describir al hombre en mitad de circunstancias terriblemente adversas. Se ha comparado Vida y destino con Archipiélago Gulag; para algunos, las dos obras más peligrosas para la estabilidad de la antigua URSS.

Es casi imposible medir la repercusión de un libro. Ni siquiera es sensato plantearlo, si bien es cierto que los artículos de Ilya Ehrenburg sobre las atrocidades de los nazis contribuyeron a incrementar las represalias del Ejército Rojo. Las páginas de Vida y destino están dedicadas al sufrimiento de los soldados, a las penalidades de los judíos, al dolor de las miles de familias que enviaron a sus hijos al frente mientras sufrían las privaciones de la retaguardia y las arbitariedades de un régimen que mostraba el mismo desprecio por el ser humano que el Sexto Ejército del mariscal von Paulus. Vida y destino, con sus decenas de historias que giran sobre la guerra, ciudades sitiadas, el apego a la tierra y a los seres queridos, las dudas políticas, morales y religiosas, la tenacidad del existir y la fatalidad del azar, se enfrenta a los aspectos más terroríficos del siglo. Grossman percibe el campo de concentración como el estrato más profundo de nuestra cultura. Su capacidad de organizarse por sí mismo pone de manifiesto que el poder ya no es un centro visible, sino un sistema que puede prescindir del hombre para seguir controlando la historia.

Aunque sea en el campo de la ficción, podemos afirmar que Grossman ha conseguido penetrar en las cámaras de gas, un espacio nunca filmado o fotografiado en su terrible funcionamiento. Claude Lanzman afirmaba que entre esas paredes se hallaba la verdad de nuestro tiempo. El sacrificio de Sopia Osipovna, que desprecia la oportunidad de salvarse para morir junto a David, un niño casi desconocido, produce tanto horror como ternura. Es la misma ternura que desprende la carta de la madre de Shtrum, que escribe a su hijo antes de ser evacuada del gueto, sabiendo que nunca podrá leer sus palabras. La adaptación teatral de la carta corrobora el poder narrativo de una obra que sólo necesita unas páginas para urdir una historia.

Shtrum, como Grosmann, Jean Améry o Primo Levi, nunca habían pensado en el hecho de ser judíos. "El antisemitismo es un fenómeno único porque el destino histórico de los judíos es único". Su participación en la ciencia, las artes y la política confirman que el progreso y la barbarie avanzan de la mano, como ya advirtió Walter Benjamin. "El siglo de Einstein y Planck es el siglo de Hitler y Stalin". La admiración que produce Vida y destino no puede evitar la náusea moral y la congoja. Vida y destino es la prueba de que el ángel de la Historia recoge el dolor de las víctimas para ofrecerles un mañana y convocar a los vivos para que atiendan su anhelo de paz y justicia.

Vasili Grossman

Desde la orilla del Volga a las puertas de Berlín

En cierto hexámetro de Homero se lee que "los dioses tejen desgracias para que a las generaciones de los hombres no les falte qué cantar", lo que parece cierto a la luz de la experiencia del siglo XX, en el que la tupida madeja de horrores sin fin ha contado con ‘rapsodas’ geniales de la talla de Vasili Grossman (1905-1961). Judío ucraniano, químico, periodista bélico de urgencia, sus famosas crónicas en la II Guerra Mundial para "Estrella Roja", desde la orilla ardiente del Volga, en la Stalingrado arrasada que señala el principio de la derrota nazi, hasta las mismas puertas de Berlín, dibujan el más impresionante panorama de la guerra desde el lado soviético. Grossman fue uno de los primeros en investigar el Holocausto del que dio cuenta en el Libro Negro. Sus dos últimas novelas (Vida y destino y Todo fluye) fueron secuestradas en la URSS y a duras penas lograron salvarse del olvido.