El club de la miseria. Qué falla en los países más pobres del mundo
Paul Collier
10 abril, 2008 02:00Hora de la comida en un campamento de refugiados de Somalia
El Tercer Mundo se está reduciendo. Solíamos pensar que frente a mil millones de habitantes de los países ricos había cinco mil millones en los países pobres, pero cada día son más los países del Tercer Mundo que logran despegar. No vemos ya a China como un país hundido en la miseria, sino como una economía emergente que mantiene tasas de crecimiento espectaculares, lo que la convierte a la vez en una tierra de oportunidades para los inversores extranjeros y en un temible competidor comercial. El otro gigante asiático, India, está despegando a su vez y lo mismo puede decirse de muchos otros países, así es que en conjunto Paul Collier calcula que cuatro mil millones de personas viven en países que han emprendido el camino del desarrollo. Le preocupa en cambio la suerte de los mil millones de personas restantes, the bottom billion, es decir, los que viven en países que son muy pobres y que no están desarrollándose. ¿Es sólo cuestión de tiempo y les veremos pronto despegar, o están atrapados en la miseria? ésa es la cuestión crucial que se plantea Collier, antiguo investigador en el Banco Mundial y hoy catedrático en Oxford, que es uno de los grandes expertos mundiales en la economía de áfrica, el continente en el que se concentran muchos de los países atrapados en la miseria.Collier y sus colaboradores han escrito numerosos ensayos en revistas especializadas de máximo prestigio, en los que utilizan todos los recursos del análisis estadístico para probar sus conclusiones. Varios de ellos son accesibles en internet y pueden ser consultados por los lectores que deseen comprobar el enorme trabajo científico que está detrás de El club de la miseria. Pero para leer este libro no hace falta ser un experto en economía ni tener formación estadística, porque Collier es uno de esos raros autores, menos raros sin embargo en el mundo académico anglosajón, que son a la vez capaces de investigar y de divulgar conocimientos. El club de la miseria está escrito en un lenguaje claro y directo y la traducción española mantiene bastante la frescura del original. éste ha tenido una gran acogida, con elogios de The New York Times y The Economist, y sería deseable que también su versión española fuera ampliamente leída, porque es un libro poco común. El tema de la pobreza en el Tercer Mundo se presta a ser examinado tan sólo con el corazón o sólo con la cabeza: quienes piensan con el corazón se preocupan por el tema, pero tienden a dilapidar sus esfuerzos en criticar a Occidente o en abogar por una ayuda que por sí sola nada puede resolver; mientras que quienes cuando piensan desconectan el corazón se dan cuenta de que el problema es complejo y no lo hemos provocado los occidentales, así es que tienden a concluir que no es misión nuestra resolverlo. Paul Collier, en cambio, no sólo tiene una mente matemática y a la vez una pluma ágil, sino que goza de la infrecuente facultad de utilizar a la vez el corazón y la cabeza. Siente el imperativo moral de ayudar a quienes están atrapados en la miseria y cree que para ello el problema debe ser analizado racionalmente.
Su diagnóstico no es optimista, pues piensa que los países del club de la miseria han caído en una o varias trampas de las que no es fácil salir y que por ello están perdiendo la oportunidad de subirse al tren de la globalización en el momento adecuado. En concreto centra su atención en cuatro trampas: la del conflicto violento, la de la dependencia de los recursos naturales, la de carecer de salida al mar y estar rodeado de países pobres, y la del mal gobierno (mala gobernanza dice el original inglés, utilizando un término al que habrá que acostumbrarse también en español, aunque los procesadores de texto siguen subrayándolo como un error). El problema del conflicto violento es obvio, cualquier espectador de televisión puede darse cuenta de que la guerra se ha convertido en una enfermedad que afecta sólo a los pobres, con lo que surge un círculo vicioso: la violencia genera pobreza y la pobreza genera violencia. Los gobernantes de los países más pobres derrochan recursos en financiar desproporcionadamente a sus fuerzas armadas, en parte para tenerlas contentas y evitar golpes de Estado, mientras que para los jóvenes sin futuro no es mala solución unirse a un grupo rebelde: siempre habrá alguna oportunidad de saquear y violar. En cambio puede parecer paradójico que la abundancia de recursos naturales represente una trampa, pero Collier argumenta de manera persuasiva que la dependencia respecto a los ingresos generados por la exportación de recursos naturales distorsiona las pautas de inversión y contribuye a la corrupción política, algo que ocurre tanto en el caso de los grandes exportadores de petróleo como en el de algunos miembros del club de la miseria. En cuanto a la ausencia de salidas al mar, no perjudica para nada a Suiza, que mantiene un floreciente comercio con sus muy prósperos vecinos, pero es una desgracia para Uganda, cuyos vecinos no representan mercados prometedores ni han desarrollado una red de transportes que facilite las exportaciones ugandesas al mercado mundial. Por último, poco hay que comentar acerca del mal gobierno: hace más de diez años que el Banco Mundial compila indicadores de gobernanza, convencido de que la eficacia administrativa o el imperio de la ley son factores cruciales para el desarrollo. Se trata además de otro círculo vicioso, porque el atraso económico favorece la corrupción administrativa. Cabe recordar que la España de hace un siglo, con una economía atrasada y dominada por los caciques, no era precisamente un modelo de gobernanza.
Ante este sombrío panorama, ¿se puede hacer algo? Collier reconoce que estos países no lo tienen fácil, porque para abrirse paso en el mercado mundial no tienen que competir sólo con países muy avanzados tecnológicamente pero de altos costes laborales, como son los occidentales, sino con países como China, India y México, que cuentan ya con una infraestructura económica sólida pero mantienen todavía costes relativamente bajos. Así es que la ayuda exterior es importante. Collier aboga por una ayuda económica bien orientada, por lo que al llegar a este punto algún lector de derechas quizá piense que ya ha asomado la oreja del burócrata de la ayuda. Sostiene también que en ciertos casos una intervención militar extranjera puede ser necesaria para romper el círculo vicioso del conflicto interno, momento en que algún lector de izquierdas, ya escamado por la condición de economista del autor, concluirá que Collier es decididamente un reaccionario. Considera además fundamental que se difundan en los países pobres las leyes y normas del mundo desarrollado y que este abra sus mercados a las exportaciones de aquellos países. Sacar de la pobreza a mil millones de personas representa un gran desafío, pero no es un desafío imposible. En opinión de Collier eran más difíciles los problemas que la humanidad superó el siglo pasado: el control de las enfermedades infecciosas y la salvaguardia de la libertad frente a los totalitarismos.