Mc Mafia. El crimen sin fronteras
por Misha Glenny
24 abril, 2008 02:00Misha Glenny
INTRODUCCIóNEra la noche del 30 de abril y la primavera había llegado a Woking, en el condado de Surrey. Barnesbury Estate no es una zona residencial de lujo, aunque en esa parte del sur de Inglaterra no escasean los vecinos con aspiraciones. A la caída del atardecer en Willow Way -una tranquila calle de viviendas con grandes balcones- los coches ya estaban aparcados en los garajes y las familias cenaban ante el televisor para no perderse detalle de la programación nocturna del sábado.
A las nueve en punto, un hombre bajó de su Toyota rojo frente al número 31. Con una caja azul y blanca en la mano, anduvo hasta la entrada de la casa y llamó a la puerta. En el interior, Karen Reed, una geofísica de treinta y tres años de edad que se ganaba la vida analizando datos sísmicos, estaba tomando una copa de vino blanco mientras charlaba con un amigo cuando oyeron por la ventana una voz que sonaba ahogada por un pañuelo: "¿Han pedido una pizza?". Cuando Karen abrió la puerta, el repartidor sacó una pistola de calibre 38 y le disparó varios tiros a la cabeza de forma tan tranquila como resuelta. Acto seguido, volvió corriendo al coche y se marchó.
Karen Reed no era la persona a la que aquel pistolero pretendía asesinar, pero el error tenía una explicación. El verdadero objetivo era la hermana de Karen, Alison Ponting, productora del World Service de la BBC, que entonces vivía con Karen pero que aquella noche había salido. El asesinato había sido instigado, probablemente, por Djokar Dudayev, presidente de la República de Chechenia. En 1986 Alison se había casado con Gacic Ter-Oganisyan, un armenio regordete y encantador al que había conocido un par de años antes cuando estudiaba ruso en la universidad. Aquel enlace desencadenó una sucesión de acontecimientos improbables que, ocho años después, llevaron hasta la apacible ciudad dormitorio de Woking el torbellino de muertes, imperialismo, guerra civil, petróleo, gansterismo y lucha nacionalista conocido como Cáucaso Norte.
Un año y medio antes del asesinato de Karen, los hermanos Ruslan y Nazarbeg Utsiev llegaron a Londres enviados por el presidente Dudayev para efectuar las disposiciones necesarias para la impresión de los pasaportes y billetes de banco del nuevo Estado checheno. El volátil Ruslan era el consejero en quien más confiaba Dudayev y formaba parte de la línea dura de una Administración que se encontraba muy dividida. Su hermano era experto en artes marciales y matón a sueldo. Además de la misión pública de imprimir los documentos del espurio Estado checheno, tenían algunos otros cometidos: obtener en préstamo de un empresario estadounidense 250 millones de dólares para la modernización de las enormes refinerías petroleras de Chechenia; ultimar las negociaciones con la compañía energética alemana Stinnes AG para empezar a vender rápidamente petróleo checheno a precios de mercado; y, como descubrieron los investigadores posteriormente, adquirir dos mil misiles tierra-aire Stinger. Para emprender operaciones tan complejas como éstas, los representantes del Gobierno checheno necesitaban a un intérprete experimentado y que les ayudase a resolver todo tipo de problemas. Ruslan recordaba que en una ocasión le había entrevistado una productora de la BBC, Alison Ponting, y acudió a ella. Alison recomendó a su esposo, Ter-Oganisyan, tal vez con la esperanza de que éste consiguiera un empleo de provecho.
Durante la época en que vivió en Londres, el esposo armenio de Alison se había convertido en un buscavidas consumado. Ter-Oganisyan trapicheaba por aquí y por allá: se dedicó al contrabando, fundó empresas fantasma para blanquear dinero y, cuando sus incipientes actividades delictivas no daban dinero, asumía algún empleo legal de poca monta. Al principio aquellos tres hombretones del Cáucaso se llevaban de maravilla y celebraban estridentes fiestas en compañía de una legión de prostitutas. No es sorprendente que Alison estuviese cada vez más furiosa por el comportamiento de su marido y los dos chechenos; también lo estaban los acaudalados ocupantes de Bickenhall Mansions, el bloque de viviendas situado a un tiro de piedra del 221 de Baker Street, el famoso
domicilio de Sherlock Holmes, donde los hermanos Utsiev habían encontrado un apartamento.
Pasado un tiempo, las relaciones entre el armenio y los chechenos se agriaron. Posteriormente el Ministerio Fiscal inglés afirmó que Ter-Oganisyan había descubierto que Azerbaiyán iba a utilizar los misiles Stinger contra su propio país, Armenia. También se barajó una segunda teoría, según la cual los Stinger se iban a desplegar en Chechenia, pacto que Ter- Oganisyan y los hermanos Utsiev habrían roto por cuestiones de dinero. Lo que es seguro es que Ter-Oganisyan informó a altos oficiales del KGB armenio acerca de las actividades de los Utsiev y que enviaron un par de asesinos a sueldo a Londres desde Los Angeles, el centro de la diáspora armenia en Estados Unidos. Los hermanos Utsiev fueron asesinados de forma truculenta (el cuerpo de Ruslan fue descuartizado y sólo se descubrió el crimen al caerse parte del cuerpo de un paquete que estaba siendo transportado hacia el suburbio de Harrow, al norte de Londres). Ter-Oganisyan fue sentenciado a cadena perpetua por dichos asesinatos, mientras que otro acusado, que era oficial del KGB de Armenia, se ahorcó en la prisión de Belmarsh antes de que se celebrase el juicio.
Me quedé estupefacto cuando me enteré de este caso, entre otras cosas porque descubrí que el padre de Alison y Karen era David Ponting, mi viejo profesor de teatro de la Universidad de Bristol. La puesta en escena de Dylan Thomas que realizó en solitario me causó una honda impresión durante mis estudios de licenciatura. David me enseñó producción de radio, algo que posteriormente puse en práctica como corresponsal de la BBC en Europa central.
Tras el asesinato de Karen, Alison aceptó entrar en un programa de protección de testigos. Privado de sus hijas, David se trasladó a Estados Unidos, donde trabajó como actor una temporada. Después también optó por desaparecer del mapa.
La familia Ponting era gente afable y sin pretensiones. Cuesta imaginar a unas personas con menos probabilidades de enredarse en un asesinato político de la mafia de la antigua Unión Soviética. Sin embargo, como señaló uno de los investigadores del caso, "de repente estábamos lidiando con delitos y cuestiones políticas de una parte del mundo de la que, para ser sinceros, nadie de la policía metropolitana ni de Surrey había oído hablar. Francamente, íbamos a la deriva".
En todo el mundo estaba produciéndose un nuevo fenómeno: los Estados fallidos. Y sus retoños habían visitado el Reino Unido por primera vez.
El orden posterior a la segunda guerra mundial comenzó a derrumbarse durante la primera mitad de los años ochenta. Su disolución no siguió ningún patrón evidente, sino que cobró la forma de una serie de sucesos aparentemente dispares: el espectacular auge de la industria automovilística nipona, el acercamiento clandestino de la Hungría comunista al Foro Monetario Internacional (FMI) para sondear una posible solicitud de entrada, el estancamiento de la economía india, los primeros y muy discretos contactos del presidente F. W. de Klerk con Nelson Mandela en la cárcel, el advenimiento de las reformas de Deng Xiaoping en China, el decisivo enfrentamiento de Margaret Thatcher con el movimiento sindical británico.
Por separado, estos y otros acontecimientos parecían reflejar los altibajos diarios del mundo político; en el peor de los casos eran ajustes del orden mundial. En realidad, bajo la superficie circulaban unas fuertes corrientes que habían provocado cierto número de crisis y de oportunidades económicas, especialmente fuera de las grandes ciudadelas del poder de Europa occidental y Estados Unidos, que iban a tener profundas consecuencias en la emergencia de lo que hoy denominamos globalización.
Se produjo simultáneamente una tendencia cuyas raíces estaban firmemente ancladas en Estados Unidos y en su principal aliado europeo, el Reino Unido: el mundo daba sus primeros pasos hacia la liberalización de los mercados internacionales financieros y de productos y servicios. Las grandes empresas y entidades bancarias norteamericanas y europeas habían comenzado a abrir mercados que, hasta entonces, mantenían un estricto control sobre las inversiones extranjeras y el cambio de divisas. Luego llegó la caída del comunismo en 1989, primero en la Europa del Este y luego en la poderosísima Unión Soviética. Desprovisto de ideas, de dinero y de esperanzas de ganar la carrera por la superioridad tecnológica, el comunismo no tardó años, sino días, en esfumarse de la faz de la Tierra. Fue un acontecimiento monumental que se fundió con los procesos de la globalización y desencadenó un aumento exponencial de la economía sumergida. Estos formidables cambios económicos y políticos afectaron a todos los rincones del planeta.
En términos globales, existía un importante crecimiento mundial en el comercio, la inversión y la creación de riqueza. ésta, sin embargo, estaba distribuida de forma muy desigual. Innumerables Estados se vieron abocados al purgatorio que se conoció como "transición", un territorio cuyas fronteras cambiaban sin cesar. En esos barrizales, la supervivencia económica a menudo pasaba por asir un arma y robar lo que se pudiese.
Por supuesto, para Occidente la caída del comunismo fue una gran victoria que puso de relieve la superioridad en todos los aspectos de las democracias sobre las dictaduras comunistas. Europa celebró la unificación de Alemania y la liberación de muchos países de la Europa del Este.
La nueva Rusia, al parecer, estaba dispuesta a ceder de buen grado su dominio militar de la región y a desmantelar el antiguo rival de la OTAN, el Pacto de Varsovia. Tras un período inicial en que se mostró reacio a ello, el Gobierno de Moscú terminó permitiendo a los demás pueblos de la moribunda Unión Soviética formar sus propios Estados independientes y hacer realidad sus aspiraciones nacionales.
Visto en perspectiva, éste fue el punto álgido de mi vida. Durante mi adolescencia había entrado en organizaciones occidentales que apoyaban a la maltrecha oposición de la Europa del Este, como el movimiento polaco Solidaridad o el checo Charta 77. Hice de todo, desde traducir documentos hasta cruzar el Telón de Acero para llevar clandestinamente fotocopiadoras a piezas a los disidentes. Así, cuando estuve a menos de cinco metros de los grandes líderes morales de Checoslovaquia, Vaclav Havel y Alexander Dubcek, durante el discurso público que pronunciaron desde un balcón de la plaza Wenceslao de Praga, en noviembre de 1989, sentí a la vez una gran realización personal y cierto optimismo prudente sobre el futuro de Europa y del mundo.
No obstante, la euforia inicial no tardó en quedar empañada por indicios -procedentes de lugares más bien oscuros- de que el recién nacido mundo de paz y democracia tal vez tendría que superar ciertos problemas. De algunos rincones muy remotos del Cáucaso, en la frontera meridional de
Rusia, llegaban informes esporádicos sobre combates. En ciertos lugares de áfrica, como Angola, guerras que habían empezado como conflictos entre fuerzas pro estadounidenses y fuerzas pro soviéticas no terminaron como la Guerra Fría; en todo caso, se intensificaron. Luego la antigua Yugoslavia se sumió en una sangrienta guerra civil que planteó a la nueva Europa unida un desafío que no supo en modo alguno cómo afrontar.
Las nuevas circunstancias dejaban fuera de juego a las viejas instituciones internacionales. Todo el mundo tenía que improvisar y nadie terminaba de saber qué consecuencias entrañaban los propios actos.
En este vertiginoso torbellino de agitación, esperanzas e incertidumbre, cierto grupo de personas vislumbró una gran oportunidad. Estos hombres (y, en muy pocos casos, mujeres) comprendieron de forma instintiva que la combinación del ascenso del nivel de vida en Europa, el incremento del comercio y la menor capacidad policial de muchos Gobiernos era una mina. Eran delincuentes, organizados y desorganizados, pero también eran buenos capitalistas y empresarios emprendedores, ansiosos por obedecer la ley de la oferta y la demanda. Por lo tanto, valoraban las economías de escala de la misma forma que las multinacionales, de forma que buscaron socios y mercados en nuevos continentes para desarrollar unas industrias exactamente igual de cosmopolitas que Shell, Nike o McDonald's. Los primeros lugares en que emergieron fueron Rusia y la Europa del Este, pero también ejercían influencia en lugares tan distantes como India, Colombia y Japón. Los detecté a principios de los años noventa mientras cubría la guerra de la ex Yugoslavia como corresponsal de la BBC en Europa central. El botín que las unidades paramilitares se llevaron consigo tras destruir ciudades y pueblos en Bosnia y Croacia se empleó como capital para fundar enormes imperios criminales. Los jefes de estas organizaciones se enriquecieron muy rápidamente. Pronto fundaron franquicias de contrabando que desde todo el mundo enviaban productos y servicios ilícitos hacia el paraíso del consumo que era la Unión Europea.
Como periodista especializado en los Balcanes, me invitaban con frecuencia a participar en conferencias sobre las cuestiones políticas que habían desencadenado las desastrosas guerras de esa región. No pasó mucho tiempo antes de que se me invitara a reuniones sobre cuestiones de seguridad. Políticos, autoridades policiales y organizaciones no gubernamentales (ONG) querían entender qué había detrás del inmenso poder del crimen organizado en los Balcanes y más allá de ellos. La mayor parte de lo que se sabía acerca de la mafia global era, en el mejor de los casos, anecdótico. Nadie había atado cabos de momento.
Al principio estudié las redes y los motivos de los grupos delictivos de los Balcanes, pero al cabo de poco me di cuenta de que, para entender la delincuencia de allí, tendría que llevar mi investigación a otros lugares del mundo: los que generan los productos con los que se trafica, como Rusia, Sudamérica, áfrica, India y China; y los que los consumen, como la Unión Europea, Norteamérica, Japón y Oriente Medio. Entre las múltiples consecuencias del colapso soviético se hallaba la aparición de un nuevo cinturón de inestabilidad que surgió en los Balcanes y se extendió por el Cáucaso, por los llamados "istanes" del Asia central soviética, la frontera occidental de China y la noroeste de Pakistán.
ésa era la nueva ruta de la seda, una amplísima autopista de la delincuencia que conectaba el cinturón con otras regiones plagadas de problemas, como Afganistán. Por esta ruta era posible transportar ágil y rápidamente a personas, narcóticos, divisas, animales de especies en peligro de extinción y maderas preciosas hacia Europa y Estados Unidos.
Este amasijo de nuevos Estados inciertos situado en la periferia meridional del antiguo imperio ruso nació justo cuando el proceso de globalización comenzaba a acelerar. En el instante en que empezó a librarse la lucha por el poder en la nueva ruta de la seda, la necesidad de dinero para comprar influencias políticas se volvió más intensa que nunca. Quien tuviera ambición en los Estados fallidos precisaba esta anárquica extensión de territorio para tres transacciones relacionadas entre sí: poner a buen recaudo el dinero en los bancos y el mercado inmobiliario occidental; vender productos y servicios en la Unión Europea, Estados Unidos y Japón; comprar y vender armas en la antigua Unión Soviética y exportarlas a los puntos calientes del planeta.
"Entre 1993 y 1994 comencé a trabajar en los cuerpos de seguridad del Estado sabiendo que la globalización comenzaba a influir en muchísimos ámbitos", me explicó Jon Winer en su lujoso despacho situado a un par de manzanas de la Casa Blanca. Winer fue el arquitecto de la estrategia de la Administración Clinton contra la delincuencia organizada e identificó estas tendencias antes que la mayoría de la gente. "El paradigma era El Salvador -continuó-. Después de la guerra, la gente decidió usar las armas para ganar dinero en bandas de delincuentes. Y luego vimos que los paramilitares de derechas y las guerrillas de izquierdas comenzaban a ¡colaborar! Robos de coches, viviendas, secuestros..."
Winer había tropezado con una piedra que todavía obstaculiza el camino de las iniciativas de paz para poner fin a las guerras que asolan a los Estados fallidos. Cuando los diplomáticos consiguen detener los combates, se enfrentan con una economía en ruinas y una sociedad dominada por jóvenes llenos de testosterona que, tras acostumbrarse a ser omnipotentes, se encuentran de repente en el paro. Para lograr una estabilidad duradera hay que darles empleos útiles que los mantengan ocupados. Si no, la tentación de reasociarse en forma de bandas delictivas es irresistible. Vistos en retrospectiva -razonaba Winer-, El Salvador y otros conflictos de los años ochenta eran un juego de niños comparados con los que iban a deparar los años noventa: "Las principales fuentes de ingresos en El Salvador no eran las drogas ni el robo de coches. En cambio, en los Balcanes y el Cáucaso la mayor fuente de ingresos de la sociedad es de tipo criminal. ¡Un modelo bien distinto!".
La intensificación de los vínculos entre las distintas partes del mundo en proceso de globalización ha magnificado el impacto de las inmensas perturbaciones que ha registrado el orden internacional, como el colapso de la Unión Soviética. Y durante los primeros años después de este suceso, nadie tenía la menor idea de qué consecuencias tendría de verdad la súbita inyección de enormes sumas de riqueza mineral y dinero sucio en la economía legítima y en la sumergida. Quienes percibían ciertos cambios en el funcionamiento del mundo a menudo se quedaban abrumados ante lo que veían. ¿Qué iba a saber acerca de las luchas intestinas del Cáucaso un policía cuya misión era patrullar las calles arboladas de Woking?
El mundo académico y los investigadores han dedicado una energía considerable a comprender el proceso de la globalización "lícita", un proceso que en gran parte está regulado y es cuantificable. Pero desde la liberalización de los mercados internacionales financieros y de productos de consumo, por un lado, y la caída del comunismo, por el otro, la economía sumergida ha pasado a representar un porcentaje mucho mayor del PIB del planeta: según las cifras del FMI, del Banco
Mundial y de instituciones de investigación europeas y norteamericanas, hoy constituye entre un 17 y un 25% de la facturación mundial.
En estas cifras se incluye, por supuesto, una amplia variedad de actividades ilícitas, como el fraude fiscal, que no pueden atribuirse al crecimiento de las conspiraciones delictivas transnacionales. Pero dado que la economía sumergida se ha convertido en una fuerza económica tan poderosa en nuestro mundo, resulta sorprendente que dediquemos tan pocas energías a comprender de forma sistemática cómo funciona y qué relación guarda con la economía lícita. Este mundo sumergido no es en ningún modo distinto del otro, el que se encuentra bajo la luz del sol, y que, además, con frecuencia no es tan transparente como sería de esperar o de desear. El mundo delictivo está mucho más cerca de lo que creemos de las actividades bancarias y del comercio de productos.
Esta ingente área económica es un pantano repleto de nutrientes ricos en proteínas que alimentan toda una serie de problemas de seguridad. Sin ningún género de dudas, el terrorismo internacional bebe de las mismas fuentes, aunque en función de las muertes y el sufrimiento que causa, el terrorismo es una forma de vida primitiva y relativamente insignificante. El crimen y la lucha por el dinero y por el poderpolítico han resultado incomparablemente más dañinos durante las últimas dos décadas.
La enorme concentración de recursos en la lucha contra el terrorismo a expensas de otros problemas de seguridad es consecuencia de una mala gestión crónica, especialmente durante la Administración del presidente George W. Bush. Es sorprendente que, en todos los sondeos de opinión realizados en Irak desde la invasión, la corrupción y el crimen hayan compartido con el terrorismo el primer puesto en la lista de preocupaciones de los ciudadanos. Cuando este último problema pierda intensidad, los otros dos continuarán durante mucho tiempo dejando notar sus efectos, y no sólo en Irak, sino en todo Oriente Medio.
Desde los Balcanes, que conozco bien, me embarqué en un viaje por todo el mundo para reconstruir la historia del increíble auge que han protagonizado la delincuencia organizada y la economía sumergida durante los últimos veinte años. En mi periplo conocí a personajes fascinantes dotados de una gran inteligencia, vitalidad, valentía, ingenio y temple. Muchos eran delincuentes, algunos eran víctimas, otros políticos, policías o abogados. Casi todos me contaron encantados unas historias extrañas, terroríficas y, a veces, muy divertidas. Dada la naturaleza del tema, la mayoría sólo estaban dispuestos a hablar desde el anonimato, por lo que muchos nombres aparecen cambiados. Me gustaría agradecer a todos aquellos que he entrevistado y consultado el tiempo que me han dedicado y la valiosa información que me han revelado.
Espero que sus historias contribuyan a resolver el rompecabezas de cómo encaja el crimen organizado en un planeta globalizado. También espero que den algunas pistas sobre cómo pueden los políticos y las fuerzas policiales afrontar estos problemas para impedir que hombres y mujeres como Karen Reed mueran a manos de este mundo de sombras.