Image: Francisco Rico

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Letras

Francisco Rico

“Por obra de la informática y la web, ya es absurdo publicar en papel la mayoría de lo que se hace en el mundo de la filología”

1 mayo, 2008 02:00

Francisco Rico. Foto: Begoña Rivas

Sabio, de lengua implacable y afilado humor, el filólogo Francisco Rico (Barcelona, 1942) dirige la Nueva Biblioteca Románica Hispánica de Gredos, homenaje y rescate al tiempo de la que dirigiera Dámaso Alonso. Claro que pocos se mueven con su soltura entre el ayer (también prepara una edición definitiva de Lazarillo de Tormes) y el hoy, de internet a la Real Academia, los planes de estudio o los políticos...

-¿Cómo, y cuándo, y por qué surge el proyecto de crear la Nueva Biblioteca Románica Hispánica?
-El mundo de los estudios filológicos y la edición de textos, como muchos otros ámbitos de la cultura y aun de la vida, va a sufrir una mutación sustancial, no ya en los medios, sino incluso en los fines, por obra de la informática y de la web. La inmensa mayoría de lo que se hace en ese campo, incluidos, desde luego, los más de mis propios trabajos, no se destina a ser leído, sino consultado ocasionalmente, y no tendrá, en efecto, ningún lector, salvo media docena de especialistas. Es absurdo publicarlo en papel: basta que se sepa de su existencia y se busque cuando haga falta. La NBRH, que sale de una concentración empresarial reciente, tiene que hacerse cargo de la reordenación radical que debe producirse entre publicaciones impresas, por un lado, y, por otro, digitales. Personalmente, acepté dirigirla porque me hizo ilusión continuar y actualizar un proyecto de Dámaso Alonso.

Desaparecidos o deshechos
-¿Qué criterio ha elegido para seleccionar los primeros títulos de la NBRH?
-Elegir las obras que más resueltamente piden el formato de libro (la codex form, como se dice hoy), el trato amistoso (o sea, friendly) con un objeto que se tiene en las manos. Supuesto ello, urgía devolver al mercado algunos grandes títulos: en muchas bibliotecas universitarias no está ya la Poesía española de Dámaso, o está en un único ejemplar casi deshecho, cuando se necesitaría media docena.

-¿Existe, tras esta colección, un intento de establecer un canon filológico español?
-No, en absoluto. El intento es rescatar los libros fundamentales de la primitiva BRH, libros de Eugenio Asensio, Bataillon, Leo Spitzer..., a veces en volúmenes de Obras selectas, y añadirles otros de la misma envergadura, por ejemplo de María Rosa Lida o Diego Catalán, junto a los inéditos que vayan deparándose.

-De todas formas, de existir ese canon, ¿qué título y qué autor serían para usted los más importantes?
-Lo único evidente es que la filología española es la escuela de Menéndez Pidal continuamente puesta al día. Don Ramón está lejos de ser infalible. Pero en los campos que él anduvo está más cerca de dar en el clavo que cualquiera de quienes luego lo han contradicho. El Cantar del Cid tendrá no dos, sino uno o veinticinco autores. Pero es un disparate pensar en un juglar que buscaba documentos sobre Ruy Díaz en los archivos de Burgos, cosa que no hicieron ni siquiera los colaboradores de la Estoria de España de Alfonso el Sabio; y es una vergöenza que ocurrencias como ésa hayan podido tomarse en serio.

-¿Y cómo se explica el olvido que parece haber sepultado las obras de sabios como Dámaso Alonso o Lapesa, y que ahora sus títulos mayores resulten casi inencontrables?
-Esos maestros tenían una erudición y unas perspectivas amplísimas, históricas, lingöísticas, literarias, y se enfrentaban, por tanto, con cuestiones de una magnitud que la mayoría de los hispanistas de hoy, a menudo sin más formación que un barniz de crítica "moderna", ni siquiera llegan a vislumbrar.

-¿Con cuál de ellos mantuvo una relación más cercana intelectualmente y de amistad?
-Tuve la fortuna de conocer a don Ramón y charlar un rato con él en 1964. Dámaso, con su humanidad estupenda, me trató como un camarada de versos y filología. Don Rafael Lapesa era el guía siempre preciso y dispuesto a dar un consejo y un juicio seguro. Con Fernando Lázaro tuve permanente acuerdo y complicidad intelectual, pero sobre todo una inolvidable relación personal: y pese a la gran amistad, nunca nos apeamos el tratamiento de usted...

-Curiosamente, todos ellos dirigieron en algún momento la Real Academia española, aunque Lapesa lo hiciera de manera interina. ¿Qué es lo que más les sorprendería de la actual Institución?
-No es buen arte pedir a los vivos que hablen por los muertos. Conque, hablando sólo por mí, le diré que yo repruebo la dirección que los ejecutivos de la Academia están siguiendo en los últimos años, hacia una cuenta de resultados falsa, porque consiste menos en hechos que en titulares de prensa y puras apariencias. Pero, claro está, ahí me las den todas: ni me va ni me viene.

-Lo que seguro que sí le interesa es la formación de los futuros filólogos: ¿cómo se explica el escaso aprecio que los distintos planes de estudios parecen mostrar por las Humanidades en general y por la Filología, en particular?
-No sé si muestran poco o acaso demasiado aprecio, porque nadie sabe tampoco a dónde van ni cómo o para qué deben enseñarse en los niveles a que usted se refiere. Aquí tiene que haber también una transformación radical de contenidos y objetivos, que ya no pueden ser los de hace cuarenta y no digamos cuatrocientos años. Hay que redefinir las humanidades e inventar nuevos métodos para enseñarlas.

-¿Cuáles, por ejemplo?
-Digo que habrá que inventarlos: son los jóvenes quienes tendrán que hacerlo.

-En cualquier caso, ¿no contrasta ese olvido con la pasión con la que los distintos grupos políticos intentan atraer a los intelectuales cuando se acercan las elecciones?
-¿Quiere usted decir todos los grupos políticos? Porque algunos se esfuerzan más bien en repelerlos.

-Tal vez, pero ¿no le parece que también hay demasiada sumisión entre los intelectuales?
-Sin duda, y sin duda llama la atención hasta qué punto gentes que iban de críticos e izquierdosos se han convertido no ya en fieles del PP, sino en voceros de la ultraderecha del PP.

-Hace poco confesó que le gustan las palabras prohibidas... ¿cuál es su preferida y por qué?
-Eso era un resumen periodístico, no inexacto, pero yo me refería a mi afición por las blasfemias y por las expresiones obscenas, malsonantes y escatológicas, así como por los giros populares. El castellano es una lengua riquísima, y vale la pena usar, conjugándolas, todas sus posibilidades. El buen estilo no tiene por qué atenerse, como ocurre en otras lenguas, a un único registro.

El Lazarillo de Rico
-Creo que está preparando una nueva edición del Lazarillo de Tormes. ¿Podría adelantarnos alguno de los hallazgos de su investigación?
-Son aspectos que desde luego no ofrecen una fisonomía nueva de la obra, pero que permiten afinar mucho en los detalles. Pongamos que afectan a un centenar largo de palabras (el Lazarillo tiene sobre las 18.000). Que el texto diga "dar al diablo" o "a los diablos" no cambia la sustancia de la novela, aunque la obligación del filólogo es que no le cuelen gato por liebre. Pero que el relato se fragmente, contra lo que fue el original, en un prólogo y siete capítulos, con otros tantos epígrafes aberrantes, sí falsea el carácter del conjunto. La mayor parte de los cambios que introduciré tienen que ver con el conocimiento que hemos conseguido últimamente sobre el modo de trabajar de las antiguas imprentas.