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Letras

Cuentos completos

Haroldo Conti

22 mayo, 2008 02:00

Haroldo Conti. Foto: Bartleby

Pról. de G. García Márzquez. Bartleby. Madrid, 2008. 323 páginas, 19 euros

No todos los días tiene un crítico literario la oportunidad de comentar obras maestras y que sus palabras sirvan, a la vez, como homenaje a un escritor como Haroldo Conti secuestrado en su domicilio y hecho desaparecer para siempre por los esbirros de la dictadura argentina, en 1976, cuando contaba cincuenta y un años. Las circunstancias aterradoras de la infamia de ese último día, las detalla Gabriel García Márquez -que consideraba a Haroldo Conti uno de los grandes- en un hermoso y terrible prólogo, reproducción del valiente artículo que en 1981 publicó el genio colombiano en El País comunicando al mundo la noticia de la muerte de su querido amigo. Un gran acierto editorial la inclusión de ese texto previo y el haber recurrido a una ordenación cronológica de todos los cuentos de este autor nacido en Chacabuco, Buenos Aires, en 1925.

Esta secuencia temporal permite que el relato que cierra la colección ("A la diestra") lo leamos con el estremecimiento de saber que fue su última tarea literaria en su última mañana de hombre libre. Conti llegó a publicar siete libros a lo largo de su vida, entre ellos esa maravilla expresiva que es la novela Mascaró, el cazador americano. Entre los veintitrés textos que componen estos Cuentos completos brillan, al menos, cinco piezas absolutamente magistrales: "Los novios", "Muerte de un hermano", "Las doce a Bragado", "Mi madre andaba en la luz" y "Perfumada noche", cuentos asombrosos, tragedias de emotividad contenida e imposibilidades, que sólo admiten comparación con el mejor Anton Chejov, Maupassant o Ivan Bunin. Una joya de low key es también el relato del tío y el sobrino en Perdido.

Las narraciones de Conti contienen el mapa completo de un mundo donde su infancia y juventud rural juega tanto papel como su polifacética formación de maestro de primaria, profesor de latín, piloto, navegante... Su obra no deja de ser viaje mental, un intento recuperador de personajes, situaciones e imágenes que lo enriquecieron: "un trotar y trotar sobre este mismo camino rumbo a la tierra que abandoné" (página 317). Con la navegación de "Marcado" comienza el libro, una ensoñación febril de crecidas de río, barcos y motores fantasmales en la niebla, marineros de pocas palabras, saqueadores de barcos, escaramuzas con patrulleras. Pero, el gran cuento naútico es Todos los veranos, la conmovedora descripción de la vida de un padre marinero y su hijo en una barcaza: un mundo de contrabandistas y pescadores de río, de fusión del hombre con su entorno, de tareas, proyectos y afanes regidos por las estaciones, una figura paterna tan imposible como heroica a los ojos del hijo, que asiste a su melancolía, a su mirada de lejanías, resonancias que en nuestro país alcanzan hoy a las figuras descritas por Luis Landero.

Y como en Landero, un motivo recurrente en esta colección es la sabiduría de los hombres de campo, su mezcla de resignación y anhelo de mejora, sus modos de hablar, la conciencia de que unos ganan y otros "padecen la tierra". Del deseo de volar del protagonista de "Ad Astra", sale una hermosa fábula sobre el idealismo y la fe en el progreso. Prevalece el humor como en "El último", cómica historia de un hombre absolutamente de vuelta de todo. Aunque la política late en todos los relatos, hay textos largos como "La causa" donde, a través de la galería de personajes de una ciudad perdida, se compone el retrato del momento presente de una nación, con la lección amarga de la imposibilidad de cambio que aparece también en el muchacho de barriada de "Cómo un león": su conciencia clara de qué le está permitido esperar.

Dentro de los textos finales, más allá del humor de "Bibliográfica", encontramos brillantes narraciones como "Los caminos", con sus buenas razones para la vida y la escritura. Pero la seriedad nos desarbola en "Tristezas de la otra banda", un bello escrito de 1975 absolutamente premonitorio: la voz suena cansada, decepcionada. Es una última navegación, un final de trayecto: el faro asiste al paso de su barco, pero ya no es luz alegre: está "militarizado". Se habla de amigos torturados sólo "por ser y consistir", se mencionan "mangos de fusiles", una "patria a oscuras", los que se han ido y los que se irán pronto. Comparece en "A la diestra" un joven Juan Gelman. Y pronto los matones de "La causa", bajando de un Ford negro, atrapando al tendero Pedro Romita, pero "no decían nada. Golpeaban simplemente". Uno debería regresar a Haroldo Conti para recordar en qué consiste la literatura.

LOS CAMINOS

"A veces pienso que los días de mi vida se parecen a las teclas de esta máquina. Son redondos y precisos y justamente porque no hacen otra cosa que escribir.

Paco Urondo me ha dicho quiero que escribas algo para el Diario de Mendoza. Y yo le he dicho que bueno, que sí a esa voz precipitada que se dispara desde algún rincón de esta madre Baires y atraviesa una milla de paredes, y antes de colgar la voz me ha dicho un día de estos tomamos un café y charlamos, y yo he dicho que sí, que bueno, y le he pedido a mi vieja que me sirva un café y bebo en honor de Paco este solitario café que se otra manera se enfriaría en el pocillo esperando el día..." (pág. 295).