Image: Einstein. Su vida y su universo

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Letras

Einstein. Su vida y su universo

Walter Isaacson. Traducción de F. J. Ramos

25 septiembre, 2008 02:00

Albert Einstein

Debate. Barcelona, 2008. 734 páginas, 28’90 euros Leer extracto

Obstinado, insolente incluso, con plena voluntad de ser un inconformista que prescindía del pensamiento dominante durante siglos en la ciencia; pero, como contrapunto, defensor también, en aras de la creatividad, de una libertad que exige un espíritu de humildad y tolerancia. Sí, Albert Einstein (Ulm, 1879-Princeton, 1955) fue un rebelde a la autoridad, sin apego sentimental al viejo orden, al que había puesto patas arriba, que acabó por creer que podía preservarse el determinismo y las certezas de la ciencia clásica: "Para castigarme por mi desprecio a la autoridad, el destino me ha convertido en autoridad a mí mismo", llegó a decir.

Vista así, a pinceladas sueltas, parece como si la personalidad de Einstein estuviera sujeta a una permanente contradicción. Pero, en cambio, terminada la lectura de este libro, que señala muy claramente estas distintas posiciones, aparentemente encontradas, se tiene la impresión de que allí hay una dirección única, una completa coherencia en su proceso vital, y que, mirado a distancia, el cuadro armoniza aquellos trazos que parecían inconciliables, ofreciéndonos una visión de conjunto en la que todo encaja. Naturalmente, como hemos visto, hubo modificaciones en sus planteamientos: como buen científico, era capaz de cambiar de postura, en su vida personal y en sus concepciones teóricas, si se veía confrontado a nuevas evidencias.

Ayudó a iniciar la revolución cuántica y, al mismo tiempo, empezó a oponerse a ella, incómodo por sus incertidumbres y sus probabilidades. Era un solitario pero vinculado íntimamente a la humanidad, un rebelde imbuido de reverencia a la naturaleza. Ello le hacía declararse profundamente religioso sin acomodarse a ninguna creencia. No muy ejemplar en su vida familiar, aparentemente distante y despegado en la social, pero al mismo tiempo apasionado tanto en la postura personal, de la que emanaba auténtica bondad y sencillez, como en los afanes científicos, en los que volcó toda su imaginación y curiosidad.

Alérgico a cualquier nacionalismo, no se sentía judío, hasta que la persecución desatada contra su pueblo le hizo incorporarse decididamente a él. Por eso mismo, su posición pacifista, uno de sus más profundos ideales personales, que propugnaba la objeción a la guerra, dejó paso en 1933, con el auge del nazismo, a su consideración de que el pacifismo absoluto no estaba justificado, al menos en aquel momento, y proponía la creación de un gobierno mundial y de una fuerza supranacional, mejor que defender la abolición de todas las fuerzas: "No puede haber desarme sin seguridad". Es bien conocida también su intervención en la fabricación y utilización de la bomba atómica, que parece echar por tierra todas sus convicciones, si bien, a la vista de la documentación aquí aportada, habría que revisar su participación, que posiblemente no pasó de marginal.
Ciertamente Einstein siguió hasta su último día trabajando e intentando solucionar el problema que le obsesionaba, el del campo unificado; pero las ideas que dieron una nueva versión de la ciencia y del mundo fueron las de sus primeros años, cuya frescura de algún modo conservaba aún. Son muy descriptivas las palabras con que le retrató Oppenheimer: "Siempre hubo en él una poderosa pureza, a la vez infantil y profundamente obstinada".

Los trabajos de su juventud se deben a su instinto de olfatear realidades físicas subyacentes, y así captó intuitivamente las implicaciones de la relatividad en todo movimiento, la constancia de la velocidad de la luz y la equivalencia de las masas gravitatoria e inerte. A partir de ahí pudo construir teorías basadas en esa percepción suya de la física. Posteriormente pasó a depender más de la formulación matemática que le había guiado en completar las ecuaciones de la relatividad general. Esto ya suponía un cambio, puesto que para él las matemáticas, de las que decía que sabía muy poco, eran sólo un lujo para la física; él era todo intuición y dejaba que sus teorías fueran comprobadas experimentalmente, a veces siguiendo sus propias indicaciones.

El lector de esta reseña podría pensar, al ver las últimas líneas, que es éste un libro destinado a físicos profesionales. De ninguna manera, aunque también; pero en ellas sólo intentaba dar cuenta de las vías que seguía la evolución del trabajo de Einstein, y el espíritu de esta obra es ponerlo al alcance de cualquier persona que quiera acercarse a unos temas que acaso considera esotéricos. Más todavía: si tiene curiosidad por enterarse de un modo sencillo pero correcto de qué cosa es la relatividad o en qué consiste la física cuántica, creo que aquí puede encontrar satisfacción a ese deseo. Por otra parte, esas explicaciones están intercaladas en el momento en que iban apareciendo dentro de la peripecia vital de Einstein. Pues no se olvide que, en definitiva, ésta es una biografía de nuestro personaje; y muy completa, con utilización de material inédito hasta ahora, en especial su correspondencia y otros documentos, con lo que vamos siguiendo casi pasa a paso su discurrir.

Que no fue nada fácil en sus comienzos. Nacido alemán, se vio nacionalizado suizo, se graduó en 1900 en el Politécnico de Zurich pero vio después desestimada su tesis sobre las fuerzas moleculares de los gases. Buscaba empleo ansiosamente y en 1902 consiguió uno bastante raro para él, en el último nivel de la oficina de patentes de Berna.

Allí, en 1905, el año admirable, Einstein elaboró unos trabajos que iban a revolucionar la ciencia: una teoría cuántica de la luz concebida no sólo como onda sino como un chorro de partículas, los fotones, con una realidad física, no mero artificio matemático, como pretendía Planck; una contribución a la prueba de la existencia de átomos y una explicación del movimiento browniano, y, sobre todo, el cambio de los conceptos de espacio y tiempo. Empieza a dar un mayor énfasis a la deducción sobre la inducción, construyendo su teoría a partir de grandes postulados más que de hechos experimentales. Sus dos postulados sobre electrodinámica de los cuerpos en movimiento eran el de la relatividad (las leyes de la física son las mismas para dos observadores que se muevan con velocidad constante uno respecto del otro), y el de la luz (su velocidad es constante en el vacío, independientemente del movimiento del cuerpo que la emita). De ellos se sigue que el tiempo no puede definirse de manera absoluta ni hay modo de afirmar la simultaneidad de dos sucesos.

En 1907, aparte de querer extender el principio de la relatividad a sistemas acelerados entre sí, lucha en otro terreno por lograr dos cosas: un reconocimiento académico - obteniendo sólo un gélido silencio-, y consecuentemente alguna ocupación docente; pero al final ha de tragarse su orgullo y presentar una tesis, que le permite acceder a un puesto universitario en Zurich, ya en 1909. Pasa luego por Praga, Berlín, y finalmente Estados Unidos, con lo que el alemán convertido en suizo va tomando sucesivas nacionalidades -austriaca, de nuevo alemana, y norteamericana, no saliendo ya desde 1933 del Instituto de Estudios Avenzados de Princeton.

Parecidas vicisitudes sufrió para conseguir el Nobel. En 1921 no se le quiso dar porque se consideraba que la relatividad, su logro estelar, era extremadamente especulativa, de modo que se prorrogó la concesión hasta el año siguiente, tomando como motivo su ley del efecto fotoeléctrico, con la absorción y emisión de la luz en cuantos discretos. Y así vinieron a coincidir en 1922 el Nobel de Einstein del año anterior con el de Bohr de aquel año, que premiaba su modelo de átomo basado precisamente en ese efecto fotoeléctrico. No parece sino que las contradicciones que creímos ver en sus posturas ante la ciencia y la vida se traducían también en las que se tuvieron hacia él. Como la que sin duda le entristecía, la confusión popular de la relatividad con el relativismo, cuando era un hombre de convicciones morales sencillas y absolutas, interesado sólo por la búsqueda de la certeza. Lo que no impedía, como se ha visto, que se involucrara en problemas del mundo, sociales y éticos, para volver siempre a su vocación: "Nuestras ecuaciones son más importantes. La política trata del presente y ellas de la eternidad".

Ahí quedan su obra y su figura, que podrían resumirse eligiendo como colofón de esta reseña el que ha estampado el autor de este excelente libro: "Y fue así como aquel imaginativo e impertinente funcionario de patentes se convirtió en el adivino que leería los pensamientos del creador del cosmos, en el cerrajero que abriría los misterios del átomo y del universo".

Ferrocarriles relativistas

Los años más creativos de einstein, en una oficina de patentes suiza

Según el autor de esta monumental biografía resulta sorprendente cómo los trabajos fundamentales de Einstein, aquellos que revolucionaron la física, y tal vez el mundo moderno, en el año mágico de 1905, no vieran la luz en una prestigiosa universidad sino en una sencilla oficina de patentes de la ciudad suiza de Berna. Curiosamente, fue allí donde el científico pasó los siete años más creativos de su vida, y quién sabe si la proximidad a la conocida Torre del Reloj de la ciudad suiza, las patentes que hubo de ver sobre coordinación de relojes, y la cercanía a la estaciones del ferrocarril no fueron canales de inspiración para él. Para Isaacson, podría existir un vínculo entre el conocimiento adquirido en aquella oficina y los resultados teóricos; y pone muchas veces como modelo para sus explicaciones de la relatividad la fijación horaria del paso de los trenes.