Pan de higo
Por Fernando Aramburu
25 septiembre, 2008 02:00Fernando Aramburu
Nadie está libre de sueños estrambóticos. Hace poco tuve uno que me amargó la noche. Soñé que vivía en un país formado de petachos territoriales mal cosidos. Yo era un niño en edad escolar. Una mañana, a la entrada del colegio, oí decir que en adelante las clases no seguirían dándose en mi lengua materna, la común de todos los habitantes del mencionado país, sino en una lengua de la zona por la que yo sentía gran estima, en parte debido a que hasta entonces nadie había intentado imponérmela. A mi lengua materna, la de uso más difundido en mi ciudad natal, se le dedicarían dos horas lectivas por semana conforme a su nuevo rango de asignatura menor. Así lo había determinado la autoridad educativa de la región, dirigida por cierto miembro de un partido político minúsculo. Pregunté si aquel dictamen era bueno para los niños. Me hablaron de identidad nacional, de salvación de no sé qué, del sacrificio habitual del individuo en favor de la utopía. Me desperté sobresaltado, cubierto de sudor; pero luego me tranquilicé pensando que en España jamás se cometería una atrocidad pedagógica semejante. ¿O sí?