Carta inédita de Lev Tolstói al Al Zar Alejandro II
No merezco la ofensa de que he sido objeto
25 septiembre, 2008 02:00Su Excelencia: Moscú, a 22 de agosto de 1862
El 6 de julio un oficial de gendarmería se presentó en mi casa durante mi ausencia, acompañado de autoridades del zemstvo . En casa estaban mis huéspedes -algunos estudiantes, maestros rurales del distrito del que soy árbitro de paz, que estaban de vacaciones-, mi tía y mi hermana. El oficial de gendarmería anunció a los maestros que estaban arrestados, exigió que le entregaran sus objetos personales y sus documentos. El registro se prolongó dos días; registraron la escuela, los sótanos y los almacenes. No encontraron nada sospechoso, según declaró el oficial de gendarmería. Además del ultraje infligido a mis huéspedes, les pareció necesario humillarnos de la misma manera a mi tía, a mi hermana y a mí. El oficial de gendarmería entró a registrar mi lugar de trabajo que en ese momento era el dormitorio de mi hermana. Cuando se le preguntó qué lo autorizaba a comportarse de esa manera, el oficial de gendarmería respondió que actuaba por orden de la autoridad máxima.
La presencia de funcionarios de la policía y de otros gendarmes confirmaba sus palabras. Dichos funcionarios entraron en la alcoba de mi hermana y leyeron absolutamente toda mi correspondencia y todos mis diarios, y al irse anunciaron a mis huéspedes y a mi familia que quedaban en libertad y que no habían encontrado nada sospechoso. Por lo tanto también eran nuestros jueces y de ellos dependía que hubiéramos sido declarados sospechosos y privados de libertad. El oficial de gendarmería añadió, sin embargo, que su partida no significaba que pudiéramos quedarnos tranquilos: cualquier día podríamos volver, declaró.
Considero indigno persuadir a Su Majestad de que no merezco la ofensa de la que he sido objeto. Todo mi pasado, mis relaciones, mis actividades en el servicio militar y en la educación pública, que todo el mundo conoce, y, finalmente, mi revista en la que se expresan mis más íntimas convicciones podrían, sin necesidad de emplear métodos que arruinen la felicidad y la tranquilidad de las personas, demostrar a quien se interese por mí que no puedo ser ni un conspirador, ni un creador de proclamaciones, ni un asesino, ni un incendiario. Además del ultraje y de que se haya pensado que podía yo ser un criminal, además de la humillación pública y del sentimiento de amenaza constante bajo el que estoy obligado a vivir y a actuar, esta visita ha acabado con mi reputación entre la gente, reputación que era para mí importante, que me había costado años adquirir y que resultaba indispensable para la actividad que había elegido: la creación de escuelas para el pueblo.
Con un sentimiento propio de todo ser humano, busco al culpable de cuanto me ha pasado. A mí mismo, no puedo culparme: más que nunca me siento en lo justo; no conozco a ningún delator; tampoco puedo culpar a los funcionarios que me juzgaron y me humillaron: más de una vez repitieron que no actuaban por voluntad propia sino bajo la orden de la autoridad máxima.
Para poder ser siempre igualmente justo con mi Gobierno y con la persona de Su Majestad, no puedo y no quiero creerlo. Pienso que no puede ser que Su Majestad pida que personas inocentes sean castigados y que los justos vivan permanentemente con el terror de la ofensa y el castigo.
Para enterarme de a quién debo reprochar lo que me ha sucedido, decidí dirigirme directamente a Su Majestad.. Solicito únicamente que el nombre de Su Majestad se vea libre de cualquier reproche o injusticia, y que los culpables del mal uso de su nombre sean, si no castigados, por lo menos desenmascarados.
Quedo de Su Majestad su súbdito fiel,
Conde Lev Tolstói
(Esta carta fue entregada al zar junto con el informe de Dolgorúkov. En él decían que el registro en casa de Tolstói se debió a que allí vivían estudiantes sin «permiso de residencia».)