Sylvia Plath. Poesía completa
por Sylvia Plath. Trad. de Xoán Abeleira
6 noviembre, 2008 01:00Detalle de un óleo pintado por Sylvia Plath.
CANCIóN DE AMOR DE UNA MUCHACHA LOCA"Cierro los ojos y el mundo entero cae fulminado;
Abro los párpados y todo vuelve a renacer.
(Seguramente fui yo quien te conformó en mi mente.)
Las estrellas salen valseando, vestidas de azul y de rojo,
Y la negrura arbitraria entra galopando:
Cierro los ojos y el mundo entero cae fulminado.
Soñé que me hechizabas para llevarme a la cama,
Que me cantabas con locura, que me besabas con delirio.
(Seguramente fui yo quien te conformó en mi mente.)
Dios cae desde el cielo, las llamas del infierno se consumen:
Salen los serafines y los hombres de Satán:
Cierro los ojos y el mundo entero cae fulminado.
Imaginé que volverías, tal y como me dijiste,
Pero crecí y ahora no recuerdo ni tu nombre.
(Seguramente fui yo quien te conformó en mi mente.)
Debería haber amado a un pájaro del trueno en vez de a ti;
Ellos, al menos, al llegar la primavera, vuelven a rugir.
Cierro los ojos y el mundo entero cae fulminado.
(Seguramente fui yo quien te conformó en mi mente.)
(1953)
MONóLOGO A LAS 3 A.M.
Mejor que se desgarre
cada fibra, que la ira fluya
desatada, la sangre empapando, vívida,
el sofá, la alfombra, el suelo,
mientras el calendario con forma de serpiente
me asegura que estás
a un millón de verdes condados de aquí;
mejor eso que quedarme aquí sentada, muda,
convulsionándome así bajo las espuelas de los astros,
con la mirada perdida, echando pestes,
maldiciendo todas y cada una de las veces
que nos despedimos, que los trenes partieron
arrancando a esta loca, estúpida magnánima
de su único reino.
(1956)
TODOS LOS MUERTOS QUERIDOS
En el Museo Arqueológico de Cambridge, hay un sepulcro
de piedra, del siglo IV a.C., que contiene los esqueletos
de una mujer, un ratón y una musaraña. El hueso del tobillo
de la mujer está ligeramente roído.
Tiesa como una vela, sobre su espalda,
Engalanada únicamente con una mueca granítica,
Esta antigua dama, conservada en un museo,
Yace acompañada por las reliquias frusleras
De un ratón y de una musaraña
Que durante un día engordaron a costa de su tobillo.
Estos tres seres, sacados ahora a la luz,
Testimonian secamente el juego brutal
De la lucha por la supervivencia,
Ante el cual apartaríamos la vista de no haber oído
A las estrellas triturar, grano a grano,
Nuestra propia molienda hasta los huesos.
¡Ah, cómo se aferran a nosotros, contra viento y marea,
Estos percebes muertos!
Esta dama no es nada
Mío, y sin embargo lo es, y estaría dispuesta
A chuparme la sangre y sorberme el tuétano
Para demostrarlo. Mientras observo su cabeza,
Desde el azogue del espejo
Mi madre, mi abuela y mi bisabuela
Extienden sus manos de brujas para llevarme con ellas,
Y una imagen amenazadora emerge a la superficie del estanque
Donde el necio de mi padre se hundió
Con unas aletas anaranjadas de pato cerniendo sus cabellos…
Todos los seres queridos que murieron hace tiempo
Regresan pronto, sin embargo,
Muy pronto. Ya sea en los velatorios, en las bodas,
En los partos o en una barbacoa familiar:
Basta un roce, un sabor, un olor penetrante
Para que esos proscritos cabalguen de vuelta
Al hogar y al santuario: a usurpar nuestro sillón
Entre el tic
Y el tac del reloj, hasta que nosotros, Gulliveres
Cadavéricos, infestados de espectros, también nos vamos
A yacer con ellos, estancados
En su mismo punto muerto, tomando las raíces por cunas de roca.
(1957)
LAS MUSAS INQUIETANTES
Madre, madre, ¿qué tía tan mal nacida
O qué prima tan desfigurada y repulsiva
Te llevó a cometer la necedad
De no invitarla a mi bautizo, al que ella
Mandó en su lugar a esas señoras
Con cráneos como huevos de zurcir que cabeceaban
Y cabeceaban sin parar arriba y abajo,
A un lado y al otro de mi cuna?
Madre, tú que inventabas a nuestra medida
Los cuentos de Mixie Blackshort, el heroico oso;
Tú, cuyas brujas siempre, siempre terminaban
En el horno transformadas en pan de jengibre,
Me pregunto si también las veías, si decías
Aquellas palabras para librarme de aquellas tres señoras
Que cabeceaban por la noche alrededor de mi lecho,
Sin boca, sin ojos, con el cráneo calvo y recosido.
Durante el huracán, mientras las doce ventanas
Del estudio de padre se hinchaban hacia dentro
Como burbujas a punto de estallar, tú nos dabas de comer
A mi hermano y a mí leche con cacao y galletas,
Y nos ayudabas a los dos a corear:
"Thor está enojado: ¡Bum, bum, bum!
Thor está enojado: ¡A la porra con él!"
Pero aquellas señoras rompieron los cristales.
Cuando las compañeras del colegio bailaban
De puntillas, centelleando como cocuyos
Y cantando la canción de la luciérnaga, yo no podía
Levantar ni un pie con aquel vestido resplandeciente,
Y me quedaba a un lado, con mis pies de plomo,
En la sombra proyectada por aquellas madrinas
De tétricas cabezas, mientras tú gritabas y gritabas:
La sombra se alargaba, las luces se extinguían.
Madre, me obligaste a dar clases de piano,
Y alababas mis arabescos y mis trinos,
Aunque todos los profesores hallaban mi manera de tocar
Extraña, rígida, antinatural, a pesar de las muchas escalas
Y de las muchas horas que practicaba, pues no tenía
El menor oído musical, no, y era incapaz de aprender.
Pero aprendí, querida madre, aprendí en otro lugar
Y de otras maestras: de esas musas que tú no contrataste.
Un día desperté para verte, madre,
Flotando encima de mí, por el aire más azul,
En un globo verde brillante, con un millón
De flores y de petirrojos azules que jamás,
Jamás ha visto nadie en ninguna parte.
Pero el pequeño planeta desapareció de repente
Como una pompa de jabón cuando tú gritaste: "¡Ven aquí!"
Y yo volví a hacer frente a mis compañeras de viaje.
Día y noche, a los pies y a la cabecera, a ambos lados de la cama,
Las tres me vigilan vestidas con sus túnicas de piedra,
Sus rostros en blanco, como el día en que nací.
Sus sombras se alargan en el sol del ocaso
Que nunca se vuelve más brillante ni termina de ponerse.
Sí, este es el reino al que me engendraste,
Madre, Madre. Pero no voy a fruncir el ceño
Para no desvelar la relación que mantengo.
(1957)
LAS PIEDRAS
Esta es la ciudad donde arreglan a la gente.
Yo aguardo tendida sobre una gran bigornia.
El círculo del cielo azul mate
Voló como el sombrero de una muñeca
Cuando caí fuera de la luz. Entré
En el estómago de la indiferencia, en el armario silencioso.
La madre de los morteros me reduce.
Me transformo en un guijarro inmóvil.
Las piedras del vientre eran pacíficas,
La lápida muda, nada la zarandeaba.
Tan sólo el hueco de la boca rompió a sonar,
Grillo inoportuno
En una cantera de silencios.
Las gentes de la ciudad lo oyeron
Y, taciturnas, por separado, dieron caza a las piedras,
Mientras él les decía a gritos dónde se ocultaban.
Borracha como un feto,
Mamo los pechos de la oscuridad.
Las sondas me abrazan. Las esponjas me curan los líquenes
Con su beso. El maestro joyero hurga con su cincel
Y me labra un ojo de tigre.
Esto es el post infierno: ya veo la luz.
Un viento desatasca el pabellón
Del oído, ese viejo aprehensivo.
El agua ablanda el labio de sílex,
La luz del día esparce su mismidad por la pared.
Los injertadores están contentos,
Calientan las pinzas, empuñan sus delicados martillos.
La corriente sacude los cables,
Voltio tras voltio. El hilo sutura mis fisuras.
Un obrero pasa llevando mi torso rosado.
Los depósitos están llenos de corazones.
Esta es la ciudad de las piezas de repuesto.
Mis piernas y mis brazos vendados
Exhalan un olor dulzón, como a goma.
Aquí te curan la cabeza, cualquier miembro.
Los viernes vienen los niños a que les cambien sus garfios
Por manos, y los muertos ceden sus ojos a los demás.
Mi enfermera calva lleva el amor por uniforme.
El amor, carne y sangre de mi maldición.
El florero, reconstruido, alberga
La rosa esquiva.
Diez dedos conforman un cuenco para las sombras.
Me pican las costuras. Qué se le va a hacer.
Pronto estaré como nueva.
(1959)